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28 de octubre de 2010

El decrecimiento como alternativa al exceso de diseño de las ciudades

Arquitectura 14 de octubre de 2010




























Francesco Cingolani

Quisiera compartir con los lectores y los autores de La Ciudad Viva mis reflexiones sobre el tema de la décroissance – o decrecimiento – inspiradas en parte por algunos de los textos aparecidos en este mismo blog. Mi intención es centrarme en la relación existente entre el decrecimiento y el papel que, en un futuro, podría desempeñar el arquitecto.

Me gustaría empezar estas reflexiones con una frase de Kate Soper que encontré en un texto de Serge Latouche[1] y que expone, de forma precisa, un punto de vista que trataba de expresar desde hace mucho:

“Aquellos que abogan por un consumo menos materialista son presentados a menudo como ascetas puritanos que intentan dar una orientación más espiritual a las necesidades y a los placeres. Pero esta visión es engañosa por diferentes razones. Podríamos decir que el consumo moderno no se interesa suficientemente por los placeres de la carne, que no está implicado en la experiencia sensorial, que está demasiado obsesionado por toda una serie de productos que filtran las satisfacciones sensoriales y eróticas y nos alejan de ellas. Una buena parte de los bienes que consideramos esenciales para un nivel de vida elevado son más anestesiantes que favorecedores de una experiencia sensual, mas avaros que generosos en materia de buena convivencia, de relaciones de buena vecindad, de vida no estresada, de silencio, de olor y de belleza… Un consumo ecológico no implicaría ni una reducción del nivel de vida, ni una conversión masiva a la extra-mundanería, sino más bien una concepción diferente de aquello que quiere decir nivel de vida.”

¿Por qué este texto me resulta tan significativo?

Es debido sobre todo a la equivocación habitual que genera la propia noción de decrecimiento, muchas veces confundida con un cierto sentido del sacrificio o de la renuncia motivado por razones éticas o de supervivencia. Una confusión que Soper consigue sin embargo superar: el decrecimiento no conllevaría “renunciar a”, como única solución para salvarse, sino que debería interpretarse en términos positivos, como una forma de aumentar nuestro nivel de vida.
En nuestra cultura materialista la palabra decrecimiento tiene una connotación negativa, por ello tendemos a relacionarla con una perdida de bienestar. Como si nuestro ideal consistiera en seguir consumiendo como hasta ahora pero, al no poder hacerlo, la solución más viable fuera la de intentar decrecer.

El párrafo de Soper viene a expresar lo contrario de esta idea. No se trataría de un final del desarrollo, sino de un final del consumismo y del desarrollo materialista.

Vincent Cheynet considera que “la crisis ecológica es ante todo una señal de impasse político, cultural, filosófico y espiritual de nuestra civilización”[2]. Yo propongo añadir a esta consideración analítica de la crisis, otra de tipo más operativo: la crisis económica y ecológica se nos ofrece como una oportunidad para mejorar nuestra calidad de vida.

Considero que como arquitectos, experimentamos la necesidad de pasar del ámbito del análisis al de la acción. Un arquitecto, ante de ser alguien que construye, es alguien capaz de transformar los pensamientos analíticos en acciones espaciales. Por esta razón es importante comprender los matices que se desprenden de la teoría del decrecimiento, su comprensión como un modelo de avance y no de renuncia al desarollo. Este cambio de perspectiva afectará innegablemente, en la época que se aproxima, la manera de hacer arquitectura.

“¿Qué pasaría si en la escuela nos enseñaran a deconstruir en lugar de a construir?”

Ethel Baraona se planteaba esta pregunta en un 
artículo encabezado por la foto que reproduzco arriba. El impacto poético y simbólico de esta fotografía es sin lugar a dudas extraordinario: la traducción en imagen de un sistema tecnocéntrico que se derrumba, exigiendo así el surgimiento de nuevos modelos de concepción del mundo.

El debate lanzado por Ethel he generado gran cantidad de comentarios, así como discusiones acerca del término de deconstrucción, concebido por Jacques Derrida. Mi intención en este artículo es sin embargo de desplazar ese debate hacia la idea de no-construcción y las implicaciones que generan dicho concepto sobre el trabajo del arquitecto.

Tanto el comentario al artículo de Baraona de 
como crear historias, como el artículo “No hacer nada, con urgencia” de Ion Cuervas-Mons, nos recuerdan un ejemplo de no-construcción de un impacto semejante al citado anteriormente: los arquitectos Lacaton y Vassal, trás un análisis de la plaza Léon Aucoc de Bordeaux, decidieron que su proyecto sería “no hacer nada”. La plaza era de por sí un sitio bello, en donde la gente se sentía bien; un lugar con una vida cotidiana de calidad.

No-construción?

Este ejemplo de “no hacer nada” me lleva también a una entrevista a Rem Koolhaas. En ella, hablando de naturalidad y de artificialidad, explica como “la arquitectura se debate en una duda permanente entre esa dualidad.[...] la ciudad ha sido desnaturalizada por un exceso de diseño. El diseño como medio de exclusión”.

Esta afirmación, realizada por uno de los arquitectos más importantes del star system, me hace pensar automáticamente en la fotografía del eólico: algo que cae al suelo con resignación, como presagiando un cambio. El propio diseñador reconoce un problema en el “exceso de diseño”. Mezclando abruptamente esta frase con el parrafo de Kate Soper, podríamos afirmar que el exceso de diseño es más avaro que generoso en materia de buena convivencia, de relaciones de buena vecindad, de vida alejada del estrés, de silencio, de olor y de belleza.

Estas reflexiones encajan sorprendentemente con una visión de la ciudad en donde la gestión y la creación horizontal de los ciudadanos coexisten con una red de poderes centralizados. Lo que yo llamo espacios públicos blancos, y 
Domenico Di Siena ha llamado espacios públicos inacabados, sería la traducción espacial de esta nueva forma de entender lo urbano y la ciudadanía. Los espacios blancos, caracterizados por su estado inacabado, son una producción in-definida: sin la acción de los usuarios -ciudadanos- éstos espacios no terminarían de existir.

Por consiguiente, se trataría de pasar de una visión de tipo productor/consumidor, en el que el arquitecto y su cliente producen espacios – “exceso de diseño”-, y el ciudadano los consume, a un sistema de prosumers integrados en los procesos políticos, administrativos y urbanos de las ciudades.

En este sentido el arquitecto dejaría de ser un productor/constructor y se definiría más bien como un gestor/administrador de espacios; o quizás como un diseñador de procesos urbanos y un catalizador de ciudadanía y de vitalidad. Sus actividades serían además más extensas: el arquitecto no se limitaría a construir o a “producir cosas”, sino más bien a analizar, aconsejar, producir opiniones y quizás solo al final, a construir o, simplemente, a “no hacer (casi) nada”.

En los últimos años se habla mucho sobre espacios híbridos. Creo que todo lo expresado anteriormente sugiere que la profesión de arquitecto debe también hibridarse, pasar de ser una profesión nítida y concentrada a una difusa y dilatada. El arquitecto se transforma así en punto de interconexión entre los ciudadanos, los políticos, el espacio y la creatividad.

Todo esto me lleva pensar que el filósofo 
Lorenzo Giacomini, en una ponencia de la conferencia Urban Hybridization en Milán, llevaba razón cuando proponía utilizar la hibridación no como una categoría estética, sino como un principio ontológico. Es decir, como algo que caracteriza todo lo que hay, lo cual significa que puede funcionar como instrumento de comprensión y de acción en el mundo contemporáneo.

REFERENCIAS

[1] BERNARD, Michel et al. (coord.), Objectif décroissance – Vers une société harmonieuse, Parangon/Vs, 2005
[2] idem
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Pere Bàscones, Cultura Verde, 
www.perebascones.com/pensamentsnomades/?p=17
Lorenzo Giacomini, L’inspiegabile Montagna – Radici di una strana passione,
http://www.studifilosofici.it/inspiegabile_montagna.htm
VICENTE VERDÚ, La creatividad de la escasez, El País,
http://www.elpais.com/articulo/cultura/creatividad/escasez/elpepicul/20100520elpepicul_8/Tes
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Conferencia Urban Hybridization, 
www.urbanhybridization.net/
Colectivo Basurama, 
www.basurama.org
Grupo Thinkark, 
www.thinkark.com
CTRLZ Architectures, For All The Cows, 
http://ctrlzarchitectures.com/?p=74
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Este articulo ha sido escrito por Francesco Cingolani para el blog “
La Ciudad Viva“, una iniciativa de la Consejería de Vivienda y Ordenación del Territorio de la Junta de Andalucía.

Puedes leer todos nuestros articulos directamente como colaboradores de La Ciudad Viva 
aquí.

15 de octubre de 2010

Noam Chomsky y las 10 Estrategias de Manipulación Mediática

Noam Chomsky y las 10 Estrategias de Manipulación Mediática

El lingüista Noam Chomsky elaboró la lista de las “10 Estrategias de Manipulación” a través de los medios

1. La estrategia de la distracción.

El elemento primordial del control social es la estrategia de la distracción que consiste en desviar la atención del público de los problemas importantes y de los cambios decididos por las elites políticas y económicas, mediante la técnica del diluvio o inundación de continuas distracciones y de informaciones insignificantes. La estrategia de la distracción es igualmente indispensable para impedir al público interesarse por los conocimientos esenciales, en el área de la ciencia, la economía, la psicología, la neurobiología y la cibernética. ”Mantener la Atención del público distraída, lejos de los verdaderos problemas sociales, cautivada por temas sin importancia real. Mantener al público ocupado, ocupado, ocupado, sin ningún tiempo para pensar; de vuelta a granja como los otros animales (cita del texto ‘Armas silenciosas para guerras tranquilas)”.

2. Crear problemas y después ofrecer soluciones.

Este método también es llamado “problema-reacción-solución”. Se crea un problema, una “situación” prevista para causar cierta reacción en el público, a fin de que éste sea el mandante de las medidas que se desea hacer aceptar. Por ejemplo: dejar que se desenvuelva o se intensifique la violencia urbana, u organizar atentados sangrientos, a fin de que el público sea el demandante de leyes de seguridad y políticas en perjuicio de la libertad. O también: crear una crisis económica para hacer aceptar como un mal necesario el retroceso de los derechos sociales y el desmantelamiento de los servicios públicos.

3. La estrategia de la gradualidad.

Para hacer que se acepte una medida inaceptable, basta aplicarla gradualmente, a cuentagotas, por años consecutivos. Es de esa manera que condiciones socioeconómicas radicalmente nuevas (neoliberalismo) fueron impuestas durante las décadas de 1980 y 1990: Estado mínimo, privatizaciones, precariedad, flexibilidad, desempleo en masa, salarios que ya no aseguran ingresos decentes, tantos cambios que hubieran provocado una revolución si hubiesen sido aplicadas de una sola vez.

4. La estrategia de diferir.

Otra manera de hacer aceptar una decisión impopular es la de presentarla como “dolorosa y necesaria”, obteniendo la aceptación pública, en el momento, para una aplicación futura. Es más fácil aceptar un sacrificio futuro que un sacrificio inmediato. Primero, porque el esfuerzo no es empleado inmediatamente. Luego, porque el público, la masa, tiene siempre la tendencia a esperar ingenuamente que “todo irá mejorar mañana” y que el sacrificio exigido podrá ser evitado. Esto da más tiempo al público para acostumbrarse a la idea del cambio y de aceptarla con resignación cuando llegue el momento.

5. Dirigirse al público como criaturas de poca edad.

La mayoría de la publicidad dirigida al gran público utiliza discurso, argumentos, personajes y entonación particularmente infantiles, muchas veces próximos a la debilidad, como si el espectador fuese una criatura de poca edad o un deficiente mental. Cuanto más se intente buscar engañar al espectador, más se tiende a adoptar un tono infantilizante. Por qué? “Si uno se dirige a una persona como si ella tuviese la edad de 12 años o menos, entonces, en razón de la sugestionabilidad, ella tenderá, con cierta probabilidad, a una respuesta o reacción también desprovista de un sentido crítico como la de una persona de 12 años o menos de edad (ver “Armas silenciosas para guerras tranquilas”)”.

6. Utilizar el aspecto emocional mucho más que la reflexión.

Hacer uso del aspecto emocional es una técnica clásica para causar un corto circuito en el análisis racional, y finalmente al sentido critico de los individuos. Por otra parte, la utilización del registro emocional permite abrir la puerta de acceso al inconsciente para implantar o injertar ideas, deseos, miedos y temores, compulsiones, o inducir comportamientos…

7. Mantener al público en la ignorancia y la mediocridad.

Hacer que el público sea incapaz de comprender las tecnologías y los métodos utilizados para su control y su esclavitud. “La calidad de la educación dada a las clases sociales inferiores debe ser la más pobre y mediocre posible, de forma que la distancia de la ignorancia que planea entre las clases inferiores y las clases sociales superiores sea y permanezca imposibles de alcanzar para las clases inferiores (ver ‘Armas silenciosas para guerras tranquilas)”.

8. Estimular al público a ser complaciente con la mediocridad.

Promover al público a creer que es moda el hecho de ser estúpido, vulgar e inculto…

9. Reforzar la autoculpabilidad.

Hacer creer al individuo que es solamente él el culpable por su propia desgracia, por causa de la insuficiencia de su inteligencia, de sus capacidades, o de sus esfuerzos. Así, en lugar de rebelarse contra el sistema económico, el individuo se autodesvalida y se culpa, lo que genera un estado depresivo, uno de cuyos efectos es la inhibición de su acción. Y, sin acción, no hay revolución!

10. Conocer a los individuos mejor de lo que ellos mismos se conocen.

En el transcurso de los últimos 50 años, los avances acelerados de la ciencia han generado una creciente brecha entre los conocimientos del público y aquellos poseídas y utilizados por las elites dominantes. Gracias a la biología, la neurobiología y la psicología aplicada, el “sistema” ha disfrutado de un conocimiento avanzado del ser humano, tanto de forma física como psicológicamente. El sistema ha conseguido conocer mejor al individuo común de lo que él se conoce a sí mismo. Esto significa que, en la mayoría de los casos, el sistema ejerce un control mayor y un gran poder sobre los individuos, mayor que el de los individuos sobre sí mismos.

9 de octubre de 2010

Actualizar la pedagogía ante el mundo cambiado

Actualizar la pedagogía ante el mundo cambiado


Adital


Siglos de guerras, de enfrentamientos, de luchas entre pueblos y de conflictos de clase nos están dejando una amarga lección. Este método primario y reduccionista no nos ha hecho más humanos, ni nos aproxima más unos a otros, ni mucho menos nos ha traído la tan ansiada paz. Vivimos en permanente estado de sitio y llenos de miedo. Hemos alcanzado un estadio histórico que, en palabras de la Carta de la Tierra, "nos convoca a un nuevo comienzo". Esto requiere una pedagogía, fundada en una nueva conciencia y en una visión incluyente de los problemas económicos, sociales, culturales y espirituales que nos desafían.

Esta nueva conciencia, fruto de la mundialización, de las ciencias de la Tierra y de la vida y también de la ecología nos está mostrando un camino a seguir: entender que todas las cosas son interdependientes y que ni siquiera las oposiciones están fuera de un todo dinámico y abierto. Por esto, no cabe separar sino integrar, incluir en vez de excluir; reconocer, sí, las diferencias, pero buscar también las convergencias, y en lugar del gana-pierde, buscar el gana-gana.

Tal perspectiva holística está influenciando los procesos educativos. Tenemos un maestro inolvidable, Paulo Freire, que nos enseñó la dialéctica de la inclusión y a poner "y" donde antes poníamos "o". Debemos aprender a decir «sí» a todo lo que nos hace crecer, en lo pequeño y en lo grande.

Fray Clodovis Boff acumuló mucha experiencia trabajando con los pobres en Acre y en Río de Janeiro. En la línea de Paulo Freire nos entregó un librito que se ha convertido en un clásico: Cómo trabajar con el pueblo. Y ahora, ante los desafíos de la nueva situación del mundo, ha elaborado un pequeño decálogo de lo que podría ser una pedagogía renovada. Vale la pena transcribirlo y considerarlo, pues puede ayudarnos, y mucho.

"1. Sí al proceso de concienciación, al despertar de la conciencia crítica y al uso de la razón analítica (cabeza). Pero sí también a la razón sensible (corazón) donde se enraízan los valores y de donde se alimentan el imaginario y todas las utopías.

2. Sí al ‘sujeto colectivo’ o social, al ‘nosotros’ creador de historia (‘nadie libera a nadie, nos liberamos juntos’). Pero sí también a la subjetividad de cada uno, al ‘yo biográfico’, al ‘sujeto individual’ con sus referencias y sueños.

3. Sí a la ‘praxis política’, transformadora de las estructuras y generadora de nuevas relaciones sociales, de un nuevo ‘sistema’. Y sí también a la ‘práctica cultural’ (simbólica, artística y religiosa), ‘transfiguradora’ del mundo y creadora de nuevos sentidos o, simplemente, de un nuevo ‘mundo vital’.

4. Sí a la acción ‘macro’ o societaria (en particular a la ‘acción revolucionaria’), la que actúa sobre las estructuras. Pero sí también a la acción ‘micro’, local y comunitaria (‘revolución molecular’) como base y punto de partida del proceso estructural.

5. Sí a la articulación de las fuerzas sociales en forma de ‘estructuras unificadoras’ y centralizadas. Pero sí también a la articulación en ‘red’, en la cual por una acción descentralizada, cada nudo se vuelve centro de creación, de iniciativas y de intervenciones.

6. Sí a la ‘crítica’ de los mecanismos de opresión, a la denuncia de las injusticias y al ‘trabajo de lo negativo’. Pero sí también a las propuestas ‘alternativas’, a las acciones positivas que instauran lo ‘nuevo’ y anuncian un futuro diferente.

7. Sí al ‘proyecto histórico’, al ‘programa político’ concreto que apunta hacia una ‘nueva sociedad’. Pero sí también a las ‘utopías’, a los sueños de la ‘fantasía creadora’, a la búsqueda de una vida diferente, en fin, de ‘un mundo nuevo’.

8. Sí a la ‘lucha’, al trabajo, al esfuerzo para progresar, sí a la seriedad del compromiso. Y sí también a la ‘gratuidad’ tal como se manifiesta en el juego, en el tiempo libre, o simplemente, en la alegría de vivir.

9. Sí al ideal de ser ‘ciudadano’, de ser ‘militante’ y ‘luchador’, sí a quien se entrega lleno de entusiasmo y coraje a la causa de la humanización del mundo. Pero también sí a la figura del ‘animador’, del ‘compañero’, del ‘amigo’, en palabras sencillas, sí a quien es rico en humanidad, en libertad y en amor.

10. Sí a una concepción ‘analítica’ y científica de la sociedad y de sus estructuras económicas y políticas. Pero sí también a la visión ‘sistémica’ y ‘holística’ de la realidad, vista como totalidad viva, integrada dialécticamente en sus varias dimensiones: personal, de género, social, ecológica, planetaria, cósmica y trascendente".

[En Servicios Koinonía].

*Teólogo, filósofo y escritor

2 de octubre de 2010

La doctrina del shock: una contrahistoria del neoliberalismo

La doctrina del shock: una contrahistoria del neoliberalismo


Una cosa es cierta. Naomi Klein, tras el éxito de NoLogo, no se ha quedado mano sobre mano. Se puso nuevamente en ruta, visitando o viviendo por breves períodos en Argentina, Brasil, Sudáfrica, Chile, Bolivia, Irak, Sri Lanka, Tailandia, Líbano, Rusia y, huelga decirlo, EEUU. Desde esos países ha enviado reportajes y en esos países ha entrevistado a economistas y a activistas para periódicos como The Guardian, The Nation o el  New York Times. Al propio tiempo, ha acumulado información sobre los cambios operados en el neoliberalismo tras el ataque al World Trade Center neoyorquino del 11 de septiembre de hace ahora seis años. Con el paso del tiempo, sin embargo, ha madurado en ella la convicción de que el capitalismo del siglo XX presentaba robustos elementos de continuidad, pero también de discontinuidad, respecto a los elementos que la ensayística contemporánea llama los gloriosos treinta años, es decir, el período de desarrollo económico y social que siguió a la II Guerra Mundial, que vio surgir en muchos países la presencia reguladora del estado en la economía y en la vida social.

La continuidad venía del Estado de Bienestar, en sus diversas traducciones nacionales, y de una relación de dominación de algunos países fuertes respecto de otros países "débiles", usados precisamente como laboratorios de experimentación de políticas económicas desprejuiciadas que en el potente Norte habrían hallado no pocas resistencias por parte de las fuerzas sindicales y políticas  del movimiento obrero y de otros movimientos sociales. Lo difícil, en cambio, era perfilar las discontinuidades. Y son precisamente las discontinuidades las que centran la atención de Naomi Klein.

La constelación neoliberal

El resultado es un libro que puede leerse como una contrahistoria del neoliberalismo contemporáneo. Su título, Skock doctrine [La doctrina del shock], introduce inmediatamente en la tesis del volumen: las crisis –económicas, sociales o políticas— y las catástrofes ambientales son usadas para introducir unas reformas neoliberales que han llevado a la demolición del Estado de Bienestar.

El libro entra, para empezar, en el corazón de la Guerra Fría. En aquellos años, el futuro premio Nóbel de economía Milton Friedman empieza a urdir su tejido para construir una red intelectual de investigadores favorables al libre mercado. Es un economista brillante, pero sus propuestas a favor de la demolición de la intervención estatal en la sociedad y en la economía resultan demasiado "extremistas" en relación a lo que hacen las empresas y el gobierno de Washington. Con todo y con eso, su centro de investigación recibe financiación de fundaciones privadas y del gobierno. Milton Friedman sostiene ya entonces que las crisis pueden usarse para una "terapia de shock" a favor del libre mercado.

Milton Friedman se convierte en el agit-prop del neoliberalismo, mientras que sus discípulos son enviados por el mundo entero en misión de proselitismo. Sus recetas acabarán convirtiéndose en programas de política económica en Chile, Paraguay, Argentina, Brasil, Guatemala, Venezuela. Hay un pequeño problema. Son programas aplicados con carros blindados en las calles y tortura sistemática en las prisiones, mientras el número de desaparecidos llega a ser tan alto, que ni siquiera los medios de comunicación estadounidenses pueden ignorarlo.

La parte del libro que habla de los años sesenta y setenta cuenta la historia de los golpes de Estado y del uso sistemático de la violencia contra los opositores políticos, y puede parecer un dejà vu de historias sabidas desde hace tiempo. Pero Naomi Klein lo presenta como la primera crisis del neoliberalismo. Chile, Argentina y Paraguay son laboratorios en los que se enriquecen muchas transnacionales estadounidenses, a las que se les permite apropiarse de muchas materias primas y abrir nuevos mercados para sus productos. Una especie de renovada acumulación primitiva deslocalizada fuera de las fronteras nacionales. Por eso vale la pena financiar, de consuno con Washington, el terrorismo de estado chileno, argentino, brasileño y paraguayo. Y es precisamente en ese período que la red intelectual tejida por Friedman se consolida y se extiende al mismo tiempo.

Resulta impresionante el trabajo hecho por Naomi Klein de reconstrucción de las carreras políticas, los vínculos de amistad, las relaciones de negocios de hombres –de Dick Cheney a Donald Rumsfeld, de John Ashcroft a Domingo Cavallo, de Michel Camdessus a Paul Bremen, a Paul Wolfowitz y a la familia Bush— que pasan de un consejo de administración de alguna transnacional a la dirección de un think thank neoliberal, de puestos de responsabilidad en algún gobierno a los despachos del Banco Mundial o del FMI.

La hasta ahora contada es historia conocida fuera de los EEUU. Naomi Klein lo sabe, pero también es consciente de que en los EEUU es historia sabida o desvelada sólo para una minoría de activistas o intelectuales radicales. De aquí su obra de sistematización de las informaciones antes de entrar a contar la segunda ola neoliberal, que tiene, como la primera, un apóstol. Es otro economista, se llama Jefrey Sachs y quiere demostrar que el libre mercado, a diferencia de lo que pareció ser el caso en América Latina, no es incompatible con la democracia. Es un auténtico "evangelista del capitalismo democrático", y ve en el desplome de la Unión Soviética y del socialismo real la mejor oportunidad para conciliar la democracia con las "leyes naturales" del mundo de los negocios. Aconseja –y es escuchado— a la Polonia de Lech Walesa y a la Rusia de Boris Yeltsin una desregulación radical de sus economías. Su receta será un fracaso, pero en ese mismo momento su "terapia de shock" halla un valioso aliado en un FMI ya definitivamente depurado de economistas vinculados todavía a las teorías de Lord Maynard Keynes. La deuda será el arma vencedora empleada por los neoliberales, que concederán préstamos sólo a condición de que se desregularice completamente la economía. Es el llamado consenso de Washington, son su corolario de "programas de ajuste estructural". Como en el pasado, las transnacionales se harán de oros, pero Sachs, lo mismo que los demás "evangelistas del libre mercado", sostiene que lo que ahora corresponde es que todas las actividades productivas y los servicios sociales gestionados por el estado sean puestos en almoneda, aun a costa de sacrificar centenares de miles  de puestos de trabajo sobre el altar de la competitividad internacional. La pobreza, no dejan de repetir, es un efecto colateral que sin embargo acabará siendo despejado por la mano invisible del mercado.

La "terapia de shock" se nutre ya de estrategias de marketing, propaganda y falsificación de datos, tratando de demostrar que el mercado libre es la única vía para escapar de la decadencia económica y de la pobreza masiva. Pero el consenso tiene que ser conquistado electoralmente, aun si eso puede llegar a ralentizar el ritmo de "reformas".

La política woodoo

Para remover ese obstáculo hay una estrategia bien probada durante la "guerra de la deuda" en América Latina: crear el pánico, para luego presionar a fin de que se adopten "terapias" económicas neoliberales. El Banco Mundial y el FMI se convierten entonces en instituciones supranacionales adaptadas al objetivo de limitar la soberanía popular y privar a los gobiernos nacionales de cualquier autonomía decisional. Los programas económicos son, pues, confeccionados en Washington, pero su aplicación in situ viene garantizada por personal político "fiel a la línea". Nami Klein muestra documentalmente cómo incluso las crisis asiáticas de los años noventa tuvieron como protagonistas al Banco Mundial y al FMI, que orquestaron a sabiendas la crisis financiera a fin de demoler toda presencia estatal en la economía. Y cuando Tailandia, Filipinas, Malasia, Indochina y Corea del Sur capitularon frente al FMI, un "Chicago boy" escribió una columna en el Financial Times parangonando la revolución del libre mercado en Asia con una "segunda caída del Muro de Berlín".

En América Latina la situación es distinta. Las dictaduras se desplomaron una tras otra y subieron al poder muchas coaliciones de centroizquierda. Es la era, afirma Naomi Klein, de la política woodoo, caracterizada por programas electorales keynesianos y sucesivas políticas económicas rígidamente neoliberales.

La embrollado ovillo que Naomi Klein pacientemente deshilvana muestra no tanto un comité de negocios de la burguesía, cuanto un trust de empresas cuyo negocio consiste en el vaciamiento del estado de toda función, incluida la de la guerra. Es el nacimiento del "estado corporativista", según lo define la autora, en donde una restringida elite pasa de una empresa a cargos públicos sin el menor respeto a las normas liberales contra el conflicto de intereses. El "capitalismo de los desastres" no puede sino seguir renovando la inseguridad social. El 11 de septiembre es, desde este punto de vista, un maná para los neoliberales. La "guerra al terror" se convierte así en la retórica tras la que ocultar la venta de la defensa nacional a las empresas privadas y el pleno control del petróleo.

Con la invasión de Afganistán y del Irak, el warfare, es decir, el uso de la guerra para relanzar la economía, se ha elevado a sistema, porque la guerra al terror es una guerra total que no sólo implica al sector militar, sino a la sociedad entera. Iluminador a este respecto resulta el capítulo que la periodista canadiense dedica a Israel, haciendo del desarrollo de la industria high-tech de la seguridad y de la llegada de los hebreos de la Europa del Este tras la caída del Muro de Berlín dos de las claves interpretativas –no las únicas— del paso de una hipótesis de paz con los palestinos al funesto paseo de Ariel Sharon por la explanada de las mezquitas que provocó la segunda Intifada. Los prófugos del Este europeo pudieron substituir la fuerza de trabajo palestina a bajo costo, mientras que las empresas high-tech pudieron ofrecer sus productos al mundo entero, visto que la guerra al terror es la guerra de la civilización occidental contra sus enemigos.

La economía de la catástrofe

Cuando Naomi Klein comienza a analizar los efectos devastantes del huracán Katrina y del Tsunami descubre que las catástrofes son utilizadas por el FMI como misión creep, es decir, expansión indebida de una misión, en este caso de la máquina pública. Los últimos baluartes del estado como garante de la convivencia social son sometidos a ataque. Nueva Orleáns se ha convertido en el laboratorio de esa ulterior privatización del estado. Análogamente, el Tsunami es utilizado para transformar algunas regiones o aun naciones (Sri Lanka, Tailandia y las Maldivas) en clubes de vacación para las elites globales.

Así es narrado el capitalismo de los desastres. Naomi Klein, como ya hiciera en NoLogo, no quiere construir una teoría del desarrollo capitalista. Es una excelente publicista y periodista de investigación que se plantea siempre la pregunta correcta: cómo organizar la resistencia al neoliberalismo. Es verdad que su defensa del estado de Bienestar puede parecer ingenua, pero cuando empieza a enumerar qué hacen y qué proponen los movimientos sociales, el suyo resulta un keynesianismo que abre puertas al autogobierno por parte de los movimientos sociales y a una democracia radical.

Shock doctrine es, pues, un libro ambicioso, porque pretende ofrecer un mapa del "capitalismo de los desastres". Es ciertamente un fresco de la reorganización del capitalismo tras el 11 de septiembre y empieza a identificar sus puntos de fuerza, las empresas líderes que están emergiendo, su vocación global. Pero también identifica sus puntos débiles. Es, pues, un mapa útil de leer, también para prepararse a resistir la próxima ola de terapia de shock que se alimentará con la próxima catástrofe ambiental y con la próxima etapa de la guerra preventiva. O del anunciado e italianísimo recorte de los gastos sociales para contrarrestar la decadencia económica.

* Benedetto Vecchi es un crítico cultural italiano que colabora regularmente con el cotidiano comunista italiano Il Manifesto.