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25 de febrero de 2010

¿Nos atreveremos a “decrecer”?

¿Nos atreveremos a “decrecer”?



Últimamente leo y escucho esta famosa palabra cargada de contenido y que invita a una verdadera revolución, en nuestras mentes y en nuestras acciones concretas: “Vivir mejor con menos” “Simplicidad voluntaria” “recuperar el sentido de la mesura… encontrar la felicidad en la convivencia con los demás y no en la acumulación desesperada de aparatos”.

Creo que esto no lo lograrán los gobiernos (sean del partido que sean) porque están a las órdenes de la economía europea y mundial que va por otros caminos: comprar. Consumir, para que la economía crezca, pero ¿A costa de quién y de qué? De los países más pobres y de la conservación del planeta Tierra. El desarrollo-crecimiento es una trampa. No puede salvarnos de la crisis actual, porque si seguimos con esta idea de desarrollo-crecimiento, necesitaríamos dos o tres planetas para poder vivir todos. ¿Cómo puedo pedir a los chinos que no compren coches si aquí tenemos casi todos/as? Las personas que se quejan del carril bici es porque no están dispuestas a dejar de usar el coche o usarlo menos, a usar transportes públicos (para los colegios y para la vida diaria aunque nos cueste alguna molestia) y a andar un poco más por Palma, la ciudad que debería ser peatonalizada como casi todas las ciudades civilizadas de Europa...

“La idea de crear una sociedad de “decrecimiento” deriva de la certeza de que los recursos de la Tierra y los ciclos naturales no pueden sostener el crecimiento económico, la esencia misma del capitalismo y la modernidad” (Serge Latouche). Hay que decirles a los pueblos marginados que no deben ni pueden copiar el modo de crecimiento de los países del Norte, pero es claro que primero es necesario del decrecimiento del Norte para poder abrir alternativas en el Sur. El logo de esta corriente de pensamiento es el caracol: éste construye su concha añadiendo una tras otra las espirales cada vez más amplias; después cesa bruscamente y comienza a enroscarse esta vez en decrecimiento, ya que la sobrecarga de su concha le impediría sobrevivir ya que tiene unos límites fijados por su capacidad biológica (Iván Illich).

Creo que las personas que deseamos un mundo más justo, tendríamos que empezar a poner en práctica estos conceptos que están apareciendo como valores cívicos necesarios para un mundo en paz ¿Quién se atreve a empezar?

*Maena Juan es social de ATTAC Mallorca (http://www.attacmallorca.es/http://www.attacmallorca.es/)

17 de febrero de 2010

“El modelo de consumo es insostenible y suicida”

Conclusiones del debate “ConSumo Derroche”, en el marco del Simposio Internacional 'Pobre Mundo Rico'




“El modelo de consumo es insostenible y suicida”



Rebelión





En el debate se abordó el despilfarro del Norte: la gente se endeuda para consumir, y se señalaron alternativas de consumo: comercio justo, banca ética, teoría del decrecimiento, y las tres erres. Se apuntó la necesidad de compromiso individual y de ejercer presión política sobre empresas y Estado. Se trató el papel de la publicidad como motor del modelo de consumo: “diariamente recibimos 220 impactos publicitarios sólo a través de la televisión, con los efectos que conlleva”, según Isidro Jiménez

Amarante, A Cova da Terra y ConsumeHastaMorir –de Ecologistas en Acción- debatieron en Santiago sobre el consumismo (“ConSumo Derroche”), en la última mesa-debate que se celebró en Santiago previa a la clausura del día 29, de “Pobre Mundo Rico”. Xoán Hermida (de Amarante), habló de las nuevas pautas de consumo para enfrentar “un modelo dominante de desarrollo que genera desigualdades sin precedentes entre norte y sur, y conduce al planeta al borde del desastre”. Clara María Raposo (A Cova da Terra) ahondó en las alternativas y en los principios del cambio, e Isidro Jiménez (ConsumeHastaMorir, Ecologistas en Acción) explicó el papel de la publicidad como vehículo del modelo dominante y motor del consumismo.

Modelo de consumo insostenible

Tod@s coincidieron en denunciar un modelo de consumo insostenible de Occidente, en un tiempo en el que “tres cuartas partes de la humanidad tienen como única preocupación su supervivencia”, señaló Xoán Hermida. Isidro Jiménez destacó una insostenibilidad “que no se puede extender al resto del mundo, ya que harían falta tres planetas para dar respuesta al grado de consumo actual”. Un modelo del que destacó su despilfarro: según datos de la FAO, (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación), entre el 10 y el 40% de la producción de alimentos se pierden sin ser consumidos, y en el que un tercio de los consumidores adultos tiene una leve adicción al consumo, y la gente se endeuda para consumir más”.

“Hay alternativas reales y muchas están funcionando”: Clara Raposo

Frente al modelo de crecimiento económico que entroniza el consumo, surgen nuevas pautas de ‘consumo responsable’ como factor de cambio. Xoán destacó entre ellas la producción ecológica, el pequeño comercio local y las dos “R” olvidadas: la reutilización y el reciclaje. Destacó también el comercio justo, que es “la humanización del comercio, de manera que garantice condiciones de producción de salarios justos para la población”. En este sentido Xoán Hermida apostó por un modelo integral de comercio justo, gallego y alternativo: “pensado desde la realidad gallega y que considere los pequeños productores del norte y del sur, los trabajadores frente a la explotación salarial y los derechos del consumidor”. La banca ética fue otra de las alternativas referidas: contraria a la convencional cuyas pautas de comportamiento general la lleva a moverse por sus intereses en sectores energéticos, inmobiliarios y armamentísticos, señaló Xoán.

La teoría del decrecimiento: Reducir, Reutilizar, Reciclar

Clara María Raposo explicó otra alternativa que empieza a darse a conocer y que alude a un ‘decrecimiento’: “no significa retroceder sino frenar, detener el crecimiento imparable. Esto a quien más perjudica es a las multinacionales, a nosotros puede beneficiarnos”. Señaló que ha llegado el momento de hacer una revolución, y que puede estar en ese ‘decrecimiento’.

La filosofía de la teoría del decrecimiento se fundamenta en reducir, reutilizar y reciclar (las tres erres): “hay que exigir que se reduzca la producción y se reutilice. Conceptos que no entran en el discurso emanado desde el Estado y de la publicidad (sí el de reciclar, que conlleva seguir produciendo), porque paralizan el modelo de crecimiento”, señaló.

Trabajar con lo pequeño, desobediencia civil

Clara Raposo quiso señalar también una serie de principios para operar una revolución en este sentido, que pasa por “no cooperar con el sistema que nos esclaviza, trabajar a nivel de escala, esto es, con lo pequeño, y ejercer una desobediencia civil: no hay que tener miedo de desobecer a lo que nos mandan, porque lo que nos mandan no siempre responde al interés ciudadano”. Explicó que detrás de cada alternativa hay una filosofia de cambio. Señaló como ejemplo que en el transporte –por ejemplo- tenemos alternativas: utilizar la bicicleta, el transporte público, compartir coche… En cualquier ámbito sobre el que se aplique se trata de provocar un decrecimiento, de no contribuir a generar más, sino a reutilizar”, explicó.

Compromiso y toma de conciencia

“Tenemos que ser conscientes de que día a día desarrollamos un papel importante, y que no podemos rehusar del derecho de consumidores”, afirmó Xoán Hermida. Inseparable a la adopción de unas pautas de consumo responsable y de alternativas, surgió en el debate la necesidad de “tomar conciencia e indignarnos. De recuperar la capacidad de indignación para generar el cambio a nivel individual, social y político”, señaló Clara, que defendió la necesidad de ejercer un consumo crítico. Xoán destacó que “el nivel de compromiso que exige este tipo de conducta es mínimo, y sin embargo hay mucha gente inconsciente”, indicó. Clara apuntó que debe ser una iniciativa individual pero que es necesario unirse socialmente y presionar a las administraciones para que actúen.

Presión política: Responsabilidad Social Corporativa, papel del estado

Xoán Hermida destacó la importancia de ejercer una presión política sobre las multinacionales para que cambien sus hábitos de producción y sobre los gobiernos para que lleven a cabo una compra pública ética. En el debate surgió la Responsabilidad Social Corporativa como estrategia de marketing de las empresas. Clara María Raposo señaló “es incompatible explotación y cooperación”. Xoán Hermida quiso señalar que no obstante, la propia Responsabilidad Social Corporativa empieza ya a derivar en una mala imagen para las empresas, que a pesar de sus esfuerzos publicitarios por transmitir la ‘limpieza’ de sus actuaciones, empiezan a dar a conocer sus efectos. Puso el ejemplo del BBVA en América Latina. “Hay que presionar al Estado para que legisle: que comience a meter mano en las empresas y tome cartas en el asunto, señaló Clara, afirmando que “Aunque nosotros también, las administraciones tienen uma responsabilidad y hay que se exigírsela”.

La publicidad como motor del consumismo

Isidro Jiménez centró su intervención en la relación publicidad-consumo y en el papel de la misma como creadora de deseos y vehículo del modelo de crecimiento dominante que pivota sobre el consumismo. En un recorrido por la publicidad a lo largo del siglo XX, Isidro destacó la evolución de las técnicas y estrategias publicitarias en aras de hacer partícipe a la sociedad en el modelo de consumo.

“Vemos 4 horas de televisión a diario, 220 impactos publicitarios, con los efectos que conlleva”, afirmó. Señaló cómo hoy asistimos a una gran saturación publicitaria: “el porcentaje de tiempo dedicado a la publicidad en el telediario es el mismo que el dedicado a materias de educación, sanidad y cultura”, apuntó, y destaco el carácter desinformativo de la publicidad, que ya no dice nada acerca del producto. Isidro mencionó también la desinformación como método, que opera entre otros en base a tecnologismos de manera que haga incomprensible los mensajes. Además, señaló, “la publicidad se ha especializado en insultarnos, nos dice que somos imperfectos y que tiene la solución para perfeccionarnos, para que no dejemos de comprar”.

Desigualdades derivadas del modelo de crecimiento

Los participantes en el debate quisieron señalar también unas desigualdades entre el norte y el sur que derivan del mismo modelo económico de crecimiento que entroniza el consumo. Xoán Hermida destacó unas desigualdades que se hacen cada vez más grandes, no tienen precedentes: “asistimos a la privatización de los recursos, a las desigualdad humanas, desequilibrios territoriales y a nivel medioambiental estamos al borde del infarto ecológico, cerca de la sexta extinción, provocada por el ser humano”. Clara señaló que “nunca hubo tantas Cumbres para combatir la pobreza como en la actualidad y nunca han aumentado tanto las desigualdades y la opresión de los más fuertes como hoy”. Xoán continuó explicando la concentración de la riqueza y del poder a nivel mundial: “una economía global piramidal que va en provecho de los más ricos”, afirmó.

Un desarrollo suicida

“El modelo de desarrollo es suicida”, señaló Xoán. El problema del consumo energético fue señalado como una amenaza real de destrucción global por Xoán. Isidro comentó respecto a la huella ecológica que España ha contaminado el doble de lo que el territorio soporta. Xoán se hizo eco de las características de este modelo económico dominante, responsable del consumismo del norte, y acusó del mismo que “el Producto Interior Bruto es el principal indicador del crecimiento de los países, el desarrollo humano es cero y la falacia del comercio internacional que es libre para el capital no para los trabajadores”.

Club Internacional de Prensa

http://www.clubinternacionaldeprensa.org/

http://www.pobremundorico.org/

16 de febrero de 2010

Mesa Redonda en la UAM Xochimilco

Conferencia en la Universidad Iberoamericana Puebla



CICLO DESCRECIMIENTO







Conferencias:







Jean Robert







“Descrecimiento y límite a las profesiones”











25 DE FEBRERO 2010







11:00 a 12:45 h.



y



15:00 a 16:45 h.







Auditorio Manuel Acévez







UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA PUEBLA











Entrada libre

13 de febrero de 2010

De aguascalientes, caracoles y sociedad civil

De aguascalientes, caracoles y sociedad civil

De teorías y de práctica



Jean Robert





Me pasó otra vez.

Llegué aquí con una conferencia bien estructurada cosida con ideas que me parecían inteligentes, entretejidas con palabras sabias, unas hasta en griego, salpicadas de erudición, inútil pero muy bonita y con muchas notas de pie de página.

Y pasó lo que pasó todas las veces que vine aquí. La atmósfera y el entusiasmo compartido echaron por tierra mi bonito trabajo de teórico de escritorio. Fue otra vez el viento de la Realidad que echó por tierra mi (no tan) perfecta teoría.

Para colmo, me dejaron en la última mesa, así que, a fuerza, mi presentación reflejará algunas de las cosas que entendí o desentendí aquí. No puedo salir del vado que atravesamos durante esos cuatro días son estar mojado por sus aguas.

Es la tercera vez que tengo el honor de estar en éstas festividades de renovación del tiempo convocadas en el CIDECI, pero he estado aquí más veces, la primera por cierto en 1975, en la que a Sylvia y a mí nos recibió y nos guió don Andrés Aubry en persona. Le entregué entonces un texto mío titulado “Bibliografía sobre los transportes”. Don Andrés leyó este texto y me declaró maliciosamente: “Es un texto genial, se presenta como una bibliografía y no menciona un solo título sobre el tema”. Durante años, en nuestros encuentros en Jovel, con doña Angélica y a veces con el padre Chanteau, o solos en la Realidad, no faltábamos bromear sobre mi “genio” de aquellos años, cuando era un autor completamente imberbe.

Lo que presenté a don Andrés bajo el título engañoso de bibliografía era un proyecto proliferante y bastante confuso de análisis de la cultura material, o de un aspecto de la cultura material. La cultura material no es lo que hoy en día se llama economía. Lo que hoy se llama así es una ceguera programada a la materialidad de las cosas. Ceguera al origen de lo que comemos, por ejemplo, o al tiempo diario que dedicamos realmente a “ganar tiempo” en los transportes llamados “rápidos” ¿Que diría Micromegas - este crítico galáctico de la Tierra imaginado por el filósofo Voltaire - , de una sociedad cuyos miembros dedican hasta cuatro horas de su “presupuesto diario de tiempo de vigilia” a desplazarse de un lugar al otro “ganando tiempo” gracias a la velocidad a la cual supuestamente circulan?

Los transportes motorizados sirven sobre todo para clasificar a la gente entre viajeros rápidos que escogen sus horas y viajeros compulsivos lentos condenados a la lentitud de las horas de punta. Realizan así lo que el maestro Ivan Illich llamaba “transferencias netas de privilegios” de los pobres hacia los ricos. En este sentido, son polarizadores sociales: “dime a que velocidad te desplazas y te diré quien eres.”

Más de veinte años después de mi primer encuentro con don Andrés, nos tocó volvernos a encontrar en un pueblo proféticamente llamado “La Realidad”. Era el 1996, y este año tuve el honor de recibir dos invitaciones sucesivas a grandes eventos en éste mismo pueblo. El primero fue modestamente “intercontinental”, mientras el segundo fue a la altura de Micromegas, este gigante de ocho leguas de altura oriundo de Sirio que se dignó dialogar con los minúsculos filósofos de la tierra. La convocatoria a este segundo evento fue “intergaláctica”, así que llegué preparado para encontrar al señor Micromegas. No lo encontré en persona, pero tengo que decir que lo que, recordando el cuento de Voltaire, los franceses llaman “el punto de vista de Sirio” no fue ausente de los debates. El punto de vista de Sirio es una actitud que consiste en tomar distancia de los propios compromisos con los asuntos humanos para contemplarlos como “desde afuera”. Por ejemplo, cuando ingenieros sanitarios me piden explicarles mis ideas sobre el “guater” y el drenaje central, les pido a cambio adoptar el punto de vista de Sirio, lo que en este caso significa olvidar que están ligados a intereses creados dedicados a vender tubos de drenaje y accesorios sanitarios. Lo mismo hago cuando tengo que hablar con ingenieros en transportes.

Generalmente, en los pequeños ensayos que sigo escribiendo, trato de adoptar un punto de vista diametralmente opuesto al de Sirio, un punto de vista en que los ojos tengan pie que pisen un territorio concreto. Robando la palabra al sociólogo Pierre Bourdieu, llamo topocósmico el punto de vista contrario al de Sirio. El punto de vista topocósmico parte de un lugar único y concreto en un cosmos. Es el suelo que pisan mis pies y, diría Sylvia Marcos, donde está enterrado mi ombligo y donde las montañas, los ríos, los bosques son mis hermanas y hermanos. El “punto de vista de Sirio” sólo sirve para deshacer las territorializaciones impuestas por el poder.

Tengo que confesarles que este choque frontal con La Realidad me impactó bastante y me conmovió. Llené páginas de notas que no perdí todas, pero que están todas manchadas del lodo de La Realidad. Desgraciadamente, esas notas no valen nada como documentos, porqué entrelacé los recuentos periodísticamente aceptables de lo que oí con declaraciones de personajes inventados, como el propio Micromegas. Por lo tanto esas notas, redactadas además en francés, no pasaron de ser un pequeño samizdat altamente no-publicable que distribuí a una decena de amigos.

He aquí lo que escribí sobre el fin del segundo encuentro del 96 en La Realidad. Hablando de nuestros anfitriones zapatistas dije – en forma periodisticamente aceptable esa vez:

¿Quiénes son esos hombres generalmente vestidos de negro, el rostro escondido atrás de lo que los actores romanos llamaban una persona?

Hoy, el La Realidad, persona se dice paliacate o pasamontaña . ¿Que tipo de actor es el Zapatista con pasamontaña ? Todavía oigo el comandante Tacho explicar lo que significa “no tener rostro para que los otros tengan rostro, para que ustedes se encuentren cara a cara”. ¿Quiénes son esos hombres y esas mujeres en pasa-montaña que se preocupan por nuestra comodidad, nos hacen de comer – con el hambre, los manjares del “Arbolito” de La Realidad se recomendaban solos - limpian nuestras letrinas y nos han construido este bello aguascalientes – es el nombre que daban al inmenso lugar de reunión en el que nos recibieron – con sus dormitorios, sus lugares de conferencias entre hamacas, su gran espacio de asamblea, sus tribunas, sus cocinas y sus regaderas y hasta su pequeña biblioteca? Dicen que su más intenso deseo es vernos encontrarnos, hablarnos.

En éste pueblo llamado “Realidad”, hay personas que andan con el rostro descubierto – los huéspedes – y otras que llevan un pasa-montaña como persona, los anfitriones. ¿Quienes son y que somos para ellos? Tacho, David, Marcos pronunciarán la palabra sociedad civil.



El aguascalientes de La Realidad quería ser un lugar en qué mujeres y hombres encuentren el valor de manifestarse, de aparecer, de volverse visibles los unos para los otros y de actuar, es decir de pronunciar palabras que son también actos, conformemente al deseo de los anfitriones - sin rostro pero de intensa mirada - que no tenían mayor deseo que eso precisamente: que tomáramos la palabra a rostro descubierto. En 1996, más de cinco mil personas vinieron de cinco continentes a llenar los cinco lugares de debates construidos para ellas en el fondo de la Selva.

Una guerrilla decidió que su arma ya no iba a ser el fusil sino una vasta estructura de asamblea, de encuentros espontáneos, de danza también. Me imaginaba las centenas de hombres que durantes meses, cortaron y escuadraron troncos, formaron las espigas y mortajas con el machete y el cincel, pusieron vigas y clavaron tablas, hasta recubrir los techos con tejamaniles o láminas económicas para protegernos de las lluvias tropicales. ¿Y si era eso lo que nos querían decir nuestros anfitriones? “Nosostros somos los constructores del teatro, ustedes son los actores”. Rostros cubiertos para que la sociedad civil pueda descubrirse. La arquitectura de los aguascalientes expresaba un proyecto político. En ellos, las tribunas donde tomaban lugar los anfitriones eran periféricas. La asamblea de los invitados ocupaba el centro del espacio. Los Zapatistas demostraban así que era verdad que querían contribuir a construir un nuevo espacio político, pero que no querían ocupar su centro. La arquitectura de un pueblo raras vece miente sobre sus intenciones: “Todo (el espacio) para todos, para nosotros, ningún lugar privilegiado”. Nunca recibí mejor clase de teoría política que la que recibí en La Realidad en el Año 2 de la insurrección zapatista: He aquí el hecho extraordinario de un levantamiento de campesinos que quería construir lugares de debates para la sociedad de su país. El sentido más profundo de su revolución, así por lo menos lo entendí yo, era una invitación al debate y a la organización cívica y política en torno a éste debate.

Al tiempo de los aguascalientes, sucedió el de los caracoles. Creo que todos los presentes saben lo que significa esa transición, así que no trataré de explicarla. Paulina Fernandez lo hizo muy bien. Quiero más bien preguntar: ¿que tal de los aguascalientes en el tiempo de los caracoles? ¿Del proyecto de dotar a la sociedad civil de foros de debate, lugares de concertación en el tiempo de los caracoles, es decir: ¿qué tal de la voluntad de fomentar debates cívicos en tiempos de la reorganización territorial del zapatismo? Me parece que los Zapatistas pusieron la tarea de seguir construyendo esos lugares en mano del zapatismo civil y, más allá de él, de toda la sociedad civil. Creo que la sociedad civil, es decir la mayor parte de los aquí presentes, está, estamos en deuda hacia los constructores de aguascalientes. No hemos sido recíprocos, hemos recibido sin dar. Así que en vez de preguntar si los Zapatistas cumplieron con las promesas de los tiempos heroicos, cabe interrogarnos sobre lo que hemos hecho, desde la sociedad civil, para fomentar foros, debates, lugares de concertación donde discutir cívicamente las razones de nuestro ¡basta!

Un aguascalientes no es un caracol ni una junta de buen gobierno. Es un espacio de expresión abierto en la sociedad civil. No es un lugar de toma de decisión colectiva sobre asuntos concretos, sino de manifestación de nuevos posibles. En cambio, los caracoles son lugares de ejercicio efectivo del poder del pueblo, que es lo que debería ser la democracia. Dicho con otras palabrea: los aguascalientes y los foros que deberíamos fomentar en la sociedad civil, son lugares de visión y los caracoles y las juntas de buen gobierno son lugares de decisiones prácticas. El momento en que una cosa que parecía imposible manifiesta su posibilidad constituía, para los griegos, la esencia de la teoría. Insisto: la teoría era para ellos la visión de posibilidades hasta entonces veladas. Era un momento de desvelamiento. No para nada la palabra teoría se parece a la palabra teatro. Para los griegos, una theoría era un festival, un espectáculo que podía ser de actores o de ideas y el theatron era el lugar de este espectáculo o festival intelectual. La teoría puede ser una especie de teatro de ideas, puede ser divertida y siempre es sorpresiva cuando revela posibilidades hasta el momento insospechadas: las cosas pueden verse de otra manera, se puede hasta intentar verlo todo de nuevo. No estamos irremediablemente atados a un empleo cada vez más escaso, las cadenas de distribución de alimentos chatarra pueden romperse sin que nos moramos necesariamente de hambre. Creo que, en una verdadera democracia, el aguascalientes, es decir el espacio de apariencia de lo posible y el caracol, el lugar de las decisiones colectivas concretas, son fundamentalmente complementarios. Creo que es tarea de la sociedad civil – iba decir del zapatismo civil – manifestar públicamente esta complementariedad fundamental, afirmándola como se afirma la capacidad de caminar: caminando.

La contribución teórica que había preparado para éste festival se centraba en el concepto y la percepción de la cultura material. Creo que un análisis crético de lo que comemos – comida chatarra, alimentos dosificados químicamente que cruzan medio mundo hasta llegar a nuestra mesa – y como – en una soledad que destruye la convivencia de la comida - es urgente. Sería una fenomenología de la vida cuotidiana bajo el capitalismo. Con mis modestos medios, he dedicado años a examinar como los transportes de personas generan la temporalidad y la territorialidad necesarias para la acumulación del capital en grandes concentraciones industriales, como la economía moderna hace añicos toda economía moral que, aún en el capitalismo temprano, era la percepción de una relación entre los bienes económicos y el territorio. Un tema tan trivial como la defecación y las infraestructuras que justifica me permitió examinar concretamente lo que el maestro Illich llamaba el desvalor: la desvalorización de capacidades autónomas necesaria para crear la necesidad de mercancías y de servicios. Al envenenar los mantos freáticos con sus inevitables fugas, el drenaje central crea la necesidad de agua embotellada. Son sólo dos ejemplos de los temas que yo quisiera poder llevar a debate en los grandes aguascalientes cívicos que estoy anhelando.

El estudio de estos aspectos de la cultura material me confrontó a la realidad de una guerra moderna que el Estado - con sus políticos afanados de poder y sus expertos – y el Mercado – con su ley del interés propio – libran contra la subsistencia de la gente común, sus territorios, sus comunales, sus lenguas, culturas, costumbres y saberes. Una guerra contra todo lo que permitía la autonomía - jamás “químicamente pura” – de la subsistencia. Y me llegué a preguntar si esta guerra del Estado y del Mercado contra la subsistencia de la gente común, contra las múltiples formas de sus culturas materiales, no es la esencia de lo que llamamos aquí “el capitalismo”.

Ahora creo que, en este momento, aquí, se espera otra cosa de mí que lo que acabo de improvisar. No por supuestas cualidades mías, sino simplemente por el calendario de este festival de ideas. Soy el último en hablar. No esperen de mí un resumen, una conclusión y menos un epilogo. En vez de eso, voy a tratar de decirles como la travesía de este vado me ha mojado.

Según sus organizadores, este evento debía ser un arco-iris de ideas y propuestas diversas, de visiones a partir de perspectivas distintas. Personalmente, he sido mojado por esa idea de perspectivas y puntos de vista diferentes, pero en conversación. Corresponde a mi manera de entender el zapatismo. Me parece que si tu y yo que vemos el mundo desde puntos de vista tan distintos podemos decir que “vemos la misma cosa”, es que hay chance de que esta cosa sea real. Me parece también que, durante esos cuatro días, por lo menos dos cosas se hicieron evidentes para cada uno de los participantes:



1. El actual estadio de cosas, llamenlo capitalismo o guerra contra la subsistencia, es intolerable. Lleva al desastre.

2. No hay esperanza de cambio “para que sea bueno lo que viene luego” dentro de las estructuras existentes.

3. Esas dos preguntas llevan a una tercera: ¿hay una alternativa? Y, si la hay, ¿cuál es?

Después de haberlos discutido con Gustavo Esteva, que me retó a pensar con más claridad, voy a argumentar sucesivamente esos tres puntos evocando lo que aprendí en este encuentro:

1. Este estado intolerable de las cosas se puede llamar capitalismo, tiranía de la economía, era de la escasez programada o guerra contra la subsistencia. Ha llegado la época de sus últimas fases, en las que se ensaña contra los territorios, las culturas, los sentidos locales del bien vivir, los modos de percibir el mundo, los cuerpos. Este sistema no colapsará por sí mismo, esa guerra no se acabará sola. Si no la paramos, es más que nunca capaz de destruirnos.

2. No hay esperanzas adentro del sistema. Parte del desastre – llamenlo sistema capitalista o guerra contra la subsistencia de la gente – es la parálisis de la imaginación. La imaginación académica se está volviendo cada vez más estéril. La imaginación política parece ser únicamente capaz de idear nuevas formas de servidumbre y de destrucción.

Al tiempo que destruye la naturaleza, este sistema destruye relaciones y modos de convivencia. Privatiza el conocimiento transformando lo en un valor escaso. Paraliza las capacidades personales de la gente dando el poder a especialistas y expertos. Impone la tiranía del reloj y destruye con ello el tiempo libre y la gratuidad. Multiplica los servicios que sólo sirven para crear la necesidad de otros servicios: publicidad, transportes motorizados que estructuran el tiempo, “servicios de seguridad” que vuelven inseguras las calles.

En lo personal, he entendido que dentro de éste sistema, dentro de estas estructuras, las luchas por el poder o por mejores servicios nos desgastan, nos enemistan y nos dividen. Son cada vez más contraproducentes: nos transforman en pedinches de aquello mismo que nos destruye.

.3. ¿Alternativa? Tema incierto en un terreno pantanoso, amenazado por la utopía.

Pero consideremos los dos puntos siguientes:

a) Entre más profundo nuestro desencanto respecto a las estructuras del sistema capitalista y de su guerra contra la subsistencia, más grande será el afán de alternativas.

b) Entre más las habremos pensado y debatido públicamente, mayor será su viabilidad.

Pensar la alternativa requiere recobrar la imaginación política, arrancarla de lo que la aplasta, de ahí la importancia de mantener vivo el “espíritu aguascalientes”.

Llamo “espíritu caracol” el polo complementario de los aguascalientes.

Paulina Fernández y Fernanda Navarro fueron testigas de que, en los caracoles ya existentes, se ha recobrado, en poco tiempo, mucha imaginación. Ayer, una amiga me decía que el secreto de esa recuperación rápida tenía que ver con la palabra re-generación. Lo ilustraba con la anécdota siguiente:

Una mujer zapatista enumera todos los logros de las mujeres en las juntas de buen gobierno: “puedo ocupar cargos, puedo estudiar, puedo viajar” y, luego de enumerar todas sus libertades recién conquistadas, concluye: “pero sigo siendo mujer”. Según mi amiga, quiso decir con ello que permanecía inmersa en la cosmovisión de su comunidad que da un lugar cósmico – un topocosmos – a cada cosa: la montaña y el río, el cielo y la tierra, la milpa y el comal, las mujeres y los hombres. Veo en este arraigo topocósmico la fuerza inspiradora de las comunidades indígenas, más que en un utópico modelo que se pudiera exportar o copiar. Parte de la enseñanza zapatista es que crear algo y regenerar relaciones en su propio territorio y a un lado, afuera del sistema capitalista es la mejor manera de luchar contra él y de frenar su despiadada guerra contra la subsistencia.

El “espíritu aguascalientes” debe fomentar, no sólo el retorno de los saberes subyugados, sino también la insurrección de las imaginaciones reprimidas.



Hasta aquí mi intervención, hecha de los que sobrevivió de la conferencia que había preparado en mi escritorio y del agua que la mojó e hizo que la mayor parte de ella se hundiera en el vado que acabamos de atravesar. También se acabó mi tiempo de palabra. Gracias por su paciencia.

11 de febrero de 2010

El descrecimiento ya no parece una locura

Una idea cada vez más vigente en Francia



El decrecimiento ya no parece una locura

Eric Dupin

Informe-Dipló

Traducción: Lucía Vera





La crisis ecológica impuso poco a poco la necesidad de definir el progreso humano de un modo distinto al que imponen el productivismo y la confianza ciega en el avance de las ciencias y las técnicas. En Francia, crecen los adeptos al decrecimiento, tanto cerca de los partidos de la derecha antiliberal como entre el gran público.



Había que ver el aire desconcertado de François Fillon, ese 14 de octubre de 2008, en que Yves Cochet defendía la tesis del decrecimiento desde lo alto de la tribuna de la Asamblea Nacional de Francia. Al diagnosticar una “crisis antropológica”, el diputado Verde de París afirmaba, en medio de las exclamaciones de la derecha, que “ahora la búsqueda del crecimiento resulta antieconómica, antisocial y antiecológica”. Su llamado a una “sociedad sobria” no tenía posibilidad alguna de ganar la adhesión del hemiciclo. Sin embargo, la provocadora idea del “decrecimiento” logró dar inicio al debate público.

La recesión también entró en ese debate. Seguramente el decrecimiento “no tiene nada que ver con la inversa aritmética del crecimiento”, como lo señala Cochet (1), el único político francés de envergadura que defiende esta idea. De todas maneras, el cuestionamiento del crecimiento aparece como una consecuencia lógica de la doble crisis económica y ecológica que sacude al planeta. Súbitamente, se escucha a los pensadores del decrecimiento de manera más atenta. “Soy mucho más solicitado”, se regocija Serge Latouche, uno de los pioneros. “Las salas están llenas en nuestros debates”, dice también Paul Ariès, otro intelectual de referencia de esta corriente de pensamiento.

La propia palabra “decrecimiento” es cada vez más utilizada, incluso fuera de los restringidos círculos de la ecología radical. “En un momento en que los adeptos al decrecimiento ven que sus argumentos son apoyados por la realidad, ¿existe acaso una alternativa entre el decrecimiento súbito o implícito, como es la recesión actual, y el decrecimiento conducido?”, se interrogaba durante la campaña europea Nicolas Hulot, quien, sin embargo, es usualmente calificado de “ecotartufo” por los objetores del crecimiento (2). En su carácter de puntal de Europe Ecologie, el animador declaraba dudar del “crecimiento verde” y pensaba más bien en un “crecimiento selectivo acompañado de un decrecimiento elegido”. “Sólo el decrecimiento salvará al planeta”, expresó el fotógrafo Yann Arthus-Bertrand, cuya película Home, ampliamente financiada por el grupo de productos de lujo Pinault Printemps Redoute (PPR), parece haber contribuido al éxito electoral primaveral de los ecologistas (3).

Algunos partidarios del decrecimiento están convencidos de que la crisis actual constituye una formidable oportunidad para su causa. “¡Que la crisis se agrave!”, exclamó Latouche, retomando el título de una obra del banquero arrepentido François Partant. “Es una buena noticia: la crisis finalmente llegó y es una ocasión para que la humanidad pueda recuperarse”, explicaba ese partidario de la “pedagogía de las catástrofes”, desarrollada en otro tiempo por el escritor Denis de Rougemont (4).

Sin llegar tan lejos, Cochet piensa también que sólo al chocar con los límites de la biosfera la humanidad se verá obligada a volverse razonable. “Ya no habrá más crecimiento por razones objetivas. El decrecimiento es nuestro destino obligado”, previene el diputado ecologista, “geólogo político y un profundo materialista”. Entonces no queda más que esperar que la crisis acelere la toma de conciencia y “preparar un decrecimiento que sea democrático y equitativo”.

Pero este punto de vista optimista está lejos de ser compartido por todos. “No estamos para nada de acuerdo con esta pedagogía de las catástrofes”, se diferencia Vincent Cheynet. El jefe de Redacción del diario La Décroissance piensa que, “si bien la crisis ofrece una oportunidad de interrogarse y cuestionarse, también hay riesgos de que engendre crispaciones y fenómenos de miedo”. “Una crisis importante sería la peor de las situaciones”, piensa Cheynet. “La crisis es una ocasión para recordar que el crecimiento ya no es posible; pero en esos períodos las personas tienden a replegarse sobre sus intereses particulares”, observa Jean-Luc Pasquines, animador del Movimiento de los Objetores del Crecimiento (MOC). Ariès señala, además, la ambivalencia de la crisis: “Por un lado, lleva el sentimiento de urgencia ecológica cada vez más lejos, ya que el momento se presta para la defensa del poder de compra y de los empleos. (…) Pero también muestra que vivimos sobre mentiras desde hace décadas (5)”. La inquietud le disputa un lugar a la esperanza entre aquellos que dudan que la recesión pavimente el camino hacia el decrecimiento.



Tímida entrada a la política



El nuevo impacto del tema contrasta con la gran debilidad de las fuerzas políticas que lo invocan. El Partido por el Decrecimiento (PPLD) fue creado en 2006 por Cheynet, ex publicitario y fundador de la asociación Casseurs du pub para que “la urgencia fuera a la conquista de las instituciones”. Sin embargo, los conflictos entre las personas le impidieron existir realmente. “Crear un partido político es muy difícil en ambientes bastante anárquicos”, suspira Cheynet, que no se lleva demasiado bien con todos los “partidarios del decrecimiento”. Nuevos equipos intentaron relanzar recientemente el PPLD. Al mismo tiempo que afirma que el partido atrae “a personas más jóvenes que vienen del mundo asociativo”, su portavoz, Vincent Liegey, reconoce “estamos tanteando un poco”. El PPLD se niega a reivindicar alguna cantidad de adherentes. “No queremos convertirnos en un partido masivo, no buscamos ni adherentes ni electores”, dice curiosamente Rémy Cardinal, otro portavoz de este micropartido.

El Movimiento de los Objetores del Crecimiento se lanzó en 2007. Reúne a unas doscientas personas y a una decena de representantes electos locales en una red muy descentralizada. Como agrupa a militantes experimentados, –como Pasquines, quien fue vocero del PPLD, o Christian Stunt, ex miembro de los Amigos de la Tierra y de los Verdes–, el movimiento se felicita, según dice Stunt, por la adhesión de “muchas mujeres y jóvenes” sus filas.

Al crear juntos la Asociación de Objetores del Crecimiento (ADOC-Francia), el MOC y el PPLD han emprendido un proceso de acercamiento. Ambos movimientos se presentaron en las últimas elecciones europeas bajo el lema “Europe Décroissance” (“Por el decrecimiento de Europa”). Por no disponer de “ningún recurso” y al querer “hacer política de otra manera”, no presentaron boletas para la votación sino que le pidieron a sus electores que las imprimieran ellos mismos, desde de su sitio de Internet. El resultado era previsible: Pasquines, cabeza de lista en la Región Parisina, obtuvo el 0,04% de los votos computados.

Las ideas del decrecimiento tienen un eco sin parangón con estas cifras. “Estoy contra la creación de un partido, en cualquier caso es prematuro”, afirma Latouche. La cantidad de lectores del mensual La Décroissance, fundado por Cheynet en 2004, revela el impacto de esta corriente. Se difunden 20.000 ejemplares –13.000 de ellos en kioscos– y hace uso de un tono polémico cuyas principales víctimas son los “ecotartufos” del “capitalismo verde” y el “desarrollo sostenible”, sometidos a fuertes burlas. Cheynet lo asume: “Estamos en una lógica de disenso que participa en la vivificación de la democracia”.

La revista ecologista Silence, que difunde 6.000 ejemplares desde 1982, publicó en 1993, sin ningún éxito, un primer dossier sobre el decrecimiento, que contenía extractos del libro fundador del inventor del concepto, Nicholas Georgescu-Roegen. Las cosas fueron distintas en el segundo intento, en 2002, cuando surgió el concepto en un coloquio realizado en la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) por la asociación Línea de Horizonte–Los amigos de François Partant, y en el que participaron 700 personas, entre las cuales estuvieron José Bové, Ivan Illitch y Latouche. El número tuvo un gran éxito; Silence dedicó luego varias entregas a los distintos aspectos de ese proyecto. “El decrecimiento es, tal vez, el tema del siglo XXI, pero no sé nada sobre eso”, atempera Michel Bernard, uno de los animadores de la revista, con base en Lyon, al igual que La Décroissance.

Desde 2008, esta corriente de pensamiento dispone también de una publicación intelectual bien elaborada: Entropía. Dirigida por Jean-Claude Besson-Girard, esta “revista teórica y política del decrecimiento”, explora con una loable apertura de espíritu los numerosos problemas que plantea la perspectiva del decrecimiento (6).

Este grupo mantiene vínculos más o menos informales con toda una serie de organizaciones, como las redes ant-inucleares o anti-OGM (Organismos Genéticamente Modificados), el movimiento internacional “Slow Food” (7) o “Slow Cities” y, por supuesto, con todas las asociaciones antipublicitarias: los militantes del decrecimiento prefieren con frecuencia la acción asociativa concreta. La revista Silence privilegia el relato de experiencias que prefiguran la sociedad a construir. “Las ganas de cambiar las cosas pasan por la realización de alternativas”, señala Guillaume Gamblin, uno de sus animadores.

Stunt encarna bien esa militancia anclada en lo concreto. Viejo militante de la ecología política, hoy adhiere al MOC. Pero este guardia forestal jubilado, cuyos hijos producen “cereales al estilo antiguo”, sigue trabajando sobre el tema del “bosque campesino de proximidad”. Practica el decrecimiento: vive en una casa que él mismo ha construido con materiales locales, sin conexión a la red eléctrica, pero que funciona con energía solar. Stunt se siente como en casa en la región francesa de las Cévennes, “donde centenas de personas viven de esa misma manera”. Miembro de la asociación de Habitantes de Viviendas Efímeras o Móviles (Halem), Stunt relata cómo, en abril pasado, una manifestación bloqueó la alcaldía de Saint-Jean-du-Gard que había desmontado una tienda de tipo mongol instalada sin autorización. “Así nos hacemos cargo de la defensa de personas que viven en casas rodantes después de haber sido expulsadas, y que son, frecuentemente, jóvenes de la región parisina”, agrega. La asociación Derecho a la Vivienda (DAL) le ha propuesto a su asociación integrar el Consejo de Administración.



Anticapitalismo y antiproductivismo



Las ideas sobre el decrecimiento no son de ayer. Estuvieron incluso más extendidas en los años 1970 que hoy. Podemos recordar el cómic alegremente antiproductivista de Gébé L’An 01 (El año 01), publicado desde los 70 en Politique Hebdo (8). Y de su consigna un tanto subversiva: “Paramos todo”. El mensual La Gueule Ouverte (La boca abierta) (1972-1980), que anunciaba muy simplemente “el fin del mundo”, destilaba durante esa década una reflexión anticipada sobre el decrecimiento.

Hace unos treinta años, el cuestionamiento al productivismo estaba limitado a un espacio ideológico cerrado. No penetraba en la izquierda, dominada todavía por el Partido Comunista (PC) y por un marxismo ingenuamente “progresista”. Aunque hoy esta corriente es más marginal, también dialoga con facilidad con una izquierda que ha perdido sus certidumbres. Con la crisis medioambiental y el cuestionamiento del valor trabajo, la idea de un casamiento entre anticapitalismo y antiproductivismo avanza.

“El decrecimiento expresa, con un vocabulario nuevo, viejas cuestiones planteadas al movimiento obrero –sostiene Paul Ariès, quien fue comunista en su juventud–. Yo mismo he llegado aquí por la crítica de la alienación. ‘El derecho a la pereza’, ‘vivir y trabajar en la misma región’…: ¡la izquierda no siempre tomó el camino del productivismo!”

La evolución de Jean-Luc Mélenchon es sintomática de la influencia que adquirieron las ideas del decrecimiento en el seno de la izquierda. El fundador del Partido de Izquierda (PG), proveniente de una estricta tradición marxista, que fue en primer lugar militante trotskista lambertista, y después socialista, saluda hoy “la potencia de interrogación” de los partidarios del decrecimiento. “Hay que pensar nuestro modo de vida de otra manera y preguntarse, por ejemplo, si debemos ir cada vez más rápido”, afirma, antes de criticar “el productivismo que insinúa la idea de que todo lo que es deseable debe volverse necesario”. A él se unió Franck Pupunat, animador del pequeño grupo Utopía, cercano a algunas tesis del decrecimiento, y que agrupa adherentes de varios partidos de izquierda. Ariès también acaba de sumarse a ellos.

El Nuevo Partido Anticapitalista (NPA) también dialoga con los “partidarios del decrecimiento”. Algunas negociaciones, que finalmente fracasaron, habían estudiado la posibilidad de confiar a un militante del decrecimiento el primer lugar en la lista presentada por el NPA y el PG en las elecciones europeas de la región sudeste, donde esta corriente está más consolidada. Representantes de ambos partidos participaron en la “Contre-Grenelle de l’environnement” (Contra-consulta sobre el medioambiente), que tuvo lugar en Lyon, en mayo pasado, para denunciar las ilusiones del “desarrollo sostenible”.

Paradójicamente, las ideas sobre decrecimiento ya no se encuentran entre los Verdes. Cochet se siente muy aislado dentro de su partido. Sin embargo, algunas de sus posiciones no lo ayudan a ser escuchado. El diputado ecologista de París provocó un escándalo, en abril de 2009, al proponer una disminución del monto de las prestaciones familiares a partir del tercer niño, a causa de que un nuevo recién nacido tendría “un costo ecológico comparable a 620 trayectos París-Nueva York”. Él se considera un “neo-malthusiano”, aun cuando admite que su razonamiento es “tal vez demasiado científico”.



“Vivir mejor con menos”



La sed de respetabilidad de los Verdes y el peso de sus representantes electos los han alejado de la tesis de formación ecologista que temen que puedan asustar a los electores. Dominique Voynet habría pensado incluso en cambiar el nombre de su partido por el de “Partido del desarrollo sostenible”. En diciembre de 2008, por primera vez, la moción del congreso del partido hizo referencia al “decrecimiento”, pero limitándolo al de la “huella ecológica”. El programa de las listas de Europe Ecologie retomó la misma fórmula, pero agregándole la disminución “del consumo cuantitativo de carne”. En cuanto al Partido Socialista (PS), la ausencia de curiosidad intelectual de sus dirigentes parece protegerlo de cualquier contacto con estas ideas.

¿El decrecimiento es algo más que un eslogan? Ariès habla de “palabra-obús” destinada a quebrantar el productivismo, y Cheynet alaba la capacidad de ese vocablo para “interpelar” a la sociedad. Pero la gran debilidad de este estandarte consiste en no decir nada sobre el futuro deseado. Ningún “objetor del crecimiento” preconiza una simple disminución de la producción en una sociedad con equilibrios que no han cambiado, disminución que podría agravar la pobreza. Latouche concede que los menos favorecidos, especialmente en África, necesitan elevar su nivel de vida material, aun cuando no deberían imitar el modo de vida occidental.

Antes que nada, este espacio se debate entre profundas divergencias filosóficas. Cheynet tiene posiciones republicanas y universalistas, mientras que el africanista Latouche es un declarado “relativista cultural”. “Mi perspectiva es claramente republicana, democrática y humanista”, declara el dueño de La Décroissance, que estuvo comprometido con el Centro en su juventud. “El Estado-nación está superado y tampoco es deseable”, replica Latouche, a quien “no le gusta la palabra universal”. Ariès se ubica del lado de las posiciones republicanas, al tiempo que trabaja con los católicos de izquierda de la revista Golias. Pierre Rabhi, una figura del decrecimiento que intentó ser candidato en la elección presidencial de 2002, representa, por su parte, una corriente espiritualista.

Aunque este espacio está mayoritariamente inclinado hacia la izquierda, su crítica radical al productivismo puede alimentar interpretaciones de inspiraciones muy diferentes. Políticamente, como lo reconoce Cheynet, van “desde la extrema derecha a la extrema izquierda”. Así, el pensador de la “Nueva Derecha”, Alain de Benoist, publicó en 2007 una obra titulada Demain, la décroissance! Penser l’ecologie jusqu’au bout (Mañana, ¡el decrecimiento! Pensar la ecología a fondo).

La relación con la democracia también lo divide. Se oponen a quienes quieren dedicarse a las instituciones y presentarse a elecciones, como Cheynet, y quienes privilegian la democracia directa o el mandato imperativo. “La desconfianza en relación a la democracia representativa es muy fuerte en estos ambientes”, observa el investigador Fabrice Flipo. “Se requiere un refuerzo de la democracia directa, pero también de la democracia representativa”, matiza Ariès. Latouche expresa esta ambigüedad de otro modo: “Creo ser profundamente democrático”, afirma antes de agregar inmediatamente: “Pero no sé muy bien qué es la democracia”.

Pocos partidarios del decrecimiento se arriesgan a precisar a qué se parecería la sociedad a la que aspiran. Sin embargo, en 2002 Cheynet intentó ese ejercicio (9). En “una economía sana (...) el transporte aéreo y los vehículos con motor de explosión estarían condenados a desaparecer (...), reemplazados por barcos a vela, la bicicleta, el tren y la tracción animal”. Se buscaría también “el final de los grandes supermercados, en beneficio de los comercios de proximidad y de los mercados; el final de los productos manufacturados poco caros, en beneficio de objetos producidos localmente”. Aunque la relocalización de las producciones es una idea compartida por todas las corrientes del decrecimiento, muchas de las cuales incluso presentan la idea de instituir monedas locales, no todo el mundo está de acuerdo en llegar tan lejos. Por otra parte, resulta difícil ver cómo semejante programa podría convencer a una mayoría de electores. Latouche prefiere insistir con el método de elaboración de una “sociedad autónoma” donde rijan las ocho “R”: “Revaluar, Reconceptualizar, Reestructurar, Redistribuir, Relocalizar, Reducir, Reutilizar, Reciclar” (10). Al mismo tiempo que sueña con una sociedad de pequeñas ciudades federadas, aboga en favor de arbitrajes: “El compromiso que debe encontrarse entre la autonomía, casi total pero muy frugal, entre el cazador-recolector y la tecno-alienación, también casi total de nuestros contemporáneos, es un problema político”. Algunos objetores del crecimiento evitan estas delicadas cuestiones refugiándose en acciones individuales de “sobriedad voluntaria”. Otros creen en las virtudes ejemplares de las iniciativas locales, como la de las “Ciudades en transición”, que agrupan a cerca de ciento treinta comunas –mayoritariamente en Gran Bretaña– comprometidas con el decrecimiento energético y la relocalización. Pero al decrecimiento le sigue faltando una definición política positiva tan movilizadora como lo fue el socialismo en su momento. “Tenemos dificultades para inventar un nuevo relato para el imaginario colectivo”, deplora Cochet. “¿Qué utopía movilizadora?” se interroga, para responder a la pregunta “¿cómo vivir mejor con menos?” La fórmula “menos bienes, más vínculos”, sin duda no basta. “Ampliar la gratuidad de los bienes de los cuales hacemos un buen uso y prohibir aquellos de los que se hace un mal uso”, preconiza Ariès, precisando que la definición de esos usos será producto de una deliberación política. Y agrega: “El objetivo es reducir las desigualdades sociales”. En realidad, el decrecimiento afectará primero e inevitablemente, a los más ricos, tanto a nivel planetario como en cada país. Finalmente, lo que en estos debates se transparenta como una filigrana es la cuestión filosófica de la “buena vida”. El desarrollo económico dictado por la dinámica propia del progreso técnico, debería ser sustituido por una lógica de arbitraje democrático. El filósofo Patrick Viveret, que se interesa en los cuestionamientos fundadores del decrecimiento, aunque sin adherir a sus respuestas, rechaza “la prohibición de plantear la felicidad como una cuestión política”, con el pretexto de que eso fue lo que los totalitarismos se arriesgaron a hacer: “Si rechazamos plantear democráticamente la cuestión de un mejor bienestar, ¿en nombre de qué fundar un pensamiento crítico del modo de desarrollo actual?” Liberales o socialistas, los progresistas tienen en común la búsqueda del aumento de las riquezas materiales, reduciendo la cuestión de la felicidad a un asunto privado. Si la finalidad de la organización de las sociedades humanas, confrontadas a los límites físicos de la naturaleza, escapara a ese presupuesto materialista, se abriría un vertiginoso espacio de indeterminación política.



1 Las citas sin referencias provienen de entrevistas con el autor.

2 Nicolas Hulot, “L’enjeu crucial des élections européennes“, Le Monde, París, 15-5-09.

3 Michel Guerrin y Nathaniel Herzberg, “Arthus-Bertrand, l’image de marque”, Le Monde, París, 4-6-09.

4 Serge Latouche, “Que la crise s’aggrave!”, Politis, París, 13-11-08.

5 Laure Nouhalat, “Rendre la décroissance désirable”, entrevista de Paul Ariès, Libération, París, 2-5-09.

6 Para una crítica radical de esta corriente de pensamiento, véase especialmente los Cahiers marxistes, N° 235, Bruselas, mayo-junio de 2007 y “La décroissance, un point de vue parfaitement réactionnaire”, Lutte de classe, N° 121, París, julio de 2009.

7 Véase Carlo Petrini, “Por una gastronomía militante”, Le Monde diplomatique, ed. Cono Sur, Buenos Aires, agosto de 2006.

8 Gébé, L’An 01, cómic reeditado por la Association, París, 2004, y film epónimo (con Jacques Doillon), MK2, 2006.

9 Bruno Clémentin y Vincent Cheynet, “La décroissance soutenable“, Silence, Lyon, febrero de 2002.

10 Serge Latouche, “Pour une société autonome”, Entropia , n° 5, Malaucène, otoño boreal de 2008.

9 de febrero de 2010

La Opción del Decrecimiento

Entrevista a Serge Latouche, profesor emérito de la Universidad de París Sur XI


La Opción del Decrecimiento

Claudia Ciobanu

IPS


Para combatir el capitalismo en el Sur es necesario lograr un decrecimiento en el Norte, según el profesor emérito de la Universidad de París Sur XI, Serge Latouche, quien promueve e investiga ese sistema al que define como prácticas alternativas a la destrucción del ambiente y al aumento de la pobreza.

El economista francés propone abandonar "el objetivo del crecimiento por el crecimiento mismo, una meta demente con consecuencias desastrosas para el ambiente", subrayó.

La necesidad de crear una sociedad del "decrecimiento" deriva de la certeza, explica, de que los recursos de la Tierra y los ciclos naturales no pueden sostener el crecimiento económico, la esencia misma del capitalismo y de la modernidad.

En lugar del sistema dominante actual, Latouche propone "una sociedad con una sobriedad asumida, trabajar menos en tener mejores vidas, consumir menos, pero de mejor calidad, producir menos basura y reciclar más", explicó.

La nueva sociedad significa "recuperar el sentido de la mesura y una huella sostenible desde el punto de vista ecológico", señaló Latouche, "y encontrar la felicidad en la convivencia con los demás y no en la acumulación desesperada de aparatos".

Autor de varias obras y artículos sobre la racionalidad occidental, el mito del progreso, el colonialismo y el posdesarrollo, Serge Latouche describe los principales principios de la sociedad del decrecimiento en sus libros "Le Pari de la décroissance" ("La apuesta por el decrecimiento") y "Petit traité de la décroissance sereine" ("Pequeño tratado del decrecimiento sereno"), publicado en 2006 y 2007 respectivamente.

Serge Latouche explicó a IPS de qué se trata la sociedad del decrecimiento.


IPS: ¿Qué características tiene una sociedad del decrecimiento? ¿Existen prácticas actualmente compatibles con su propuesta?

Serge Latouche: Decrecimiento no significa crecimiento negativo. Crecimiento negativo es una expresión contradictoria que sólo revela el domino que la idea de crecimiento ejerce en el imaginario colectivo.

Por otro lado, el decrecimiento no es una alternativa al crecimiento, sino una matriz de alternativas que permitirán reabrir el espacio a la creatividad humana, una vez eliminado el yeso del totalitarismo económico.

La sociedad del decrecimiento no será la misma en Texas, que en (el sureño estado mexicano de) Chiapas ni en Senegal ni en Portugal. El decrecimiento volverá a lanzar la aventura humana hacia una pluralidad de destinos posibles.

Se pueden encontrar los principios del decrecimiento en propuestas teóricas e iniciativas desarrolladas en el Norte y en el Sur.

Por ejemplo, el intento de los neo-zapatistas de Chiapas de crear una región autónoma. También hay experiencias en América del Sur, con indígenas, entre otras, como lo que ocurrió en Ecuador, donde se incorporó a la Constitución el objetivo del Sumak Kausay (buen vivir).

En el Norte también empiezan a propagarse iniciativas que promueven el decrecimiento y la solidaridad.

Las AMAP (Asociaciones para el Mantenimiento de una Agricultura Campesina, en francés, entre grupos de consumidores y granjas locales a fin de abastecerse) son ejemplos de autoproducción como el PADES (Programa de Autoproducción y Desarrollo Social, que implica asumir todas las actividades de producción de bienes y servicios, para sí y para la comunidad, sin contrapartida monetaria).

El movimiento de Ciudades en Transición comenzó en Irlanda y su propagación al resto del mundo puede ser una forma de producción desde abajo, que se asemeja mucho a la sociedad del decrecimiento. Las localidades tratan, primero, de lograr la autosuficiencia energética dado el agotamiento de recursos y, en general, promueven la búsqueda de la resiliencia, (la capacidad de adaptarse a los cambios del ambiente).



IPS: ¿Cuál sería el papel de los mercados en una sociedad de decrecimiento?

SL: El sistema capitalista es una economía de mercado, pero éstos no son instituciones exclusivas del capitalismo. Es importante hacer la distinción entre el Mercado y los mercados.

Éstos últimos no obedecen a una ley de competencia perfecta y eso es para mejor. Siempre incorporan elementos de la cultura del don, que la sociedad del decrecimiento trata de redescubrir. Implica vivir en comunidad con otros, desarrollar relaciones humanas entre compradores y vendedores.


IPS: ¿Qué estrategias puede desarrollar el Sur para eliminar la pobreza, sin hacer lo que hizo el Norte de dañar el ambiente y empobrecer al Sur?

SL: En los países africanos no es necesario ni deseable reducir la impronta ecológica ni el producto interno bruto. Pero no por eso hay que concluir que se debe construir una sociedad del crecimiento.

Primero es claro que el decrecimiento en el Norte es una condición necesaria para poder abrir alternativas en el Sur.

Mientras Etiopía y Somalia se vean obligadas a exportar alimento para nuestros animales domésticos en plena escasez y mientras engordemos nuestro ganado con soja cultivada gracias a la destrucción de la selva amazónica, vamos a estar asfixiando todo intento de autonomía real del Sur.

Animarse al decrecimiento en el Sur significa iniciar un círculo virtuoso que implica romper la dependencia económica y cultural con el Norte, reconectar una línea histórica interrumpida por la colonización, reintroducir productos específicos que fueron abandonados y olvidados, así como valores "anti-económicos" relacionados con el pasado de esos países, y recuperar técnicas y conocimientos tradicionales.

Esas iniciativas deben combinarse con otros principios, válidos en todo el mundo, como reconceptualizar lo que entendemos por pobreza, escasez y desarrollo. Por ejemplo, reestructurar la sociedad y la economía, restablecer prácticas no industriales, en especial agrícolas, y redistribuir, relocalizar, reutilizar y reciclar.



IPS: La sociedad del decrecimiento implica un cambio radical en la consciencia humana. ¿Cómo se lograr eso? ¿Puede ocurrir en cualquier momento?

SL: Es difícil romper con la adicción al crecimiento, en especial porque es lo que interesa a las corporaciones multinacionales y los poderes políticos que las sirven, para mantenernos esclavizados.

Las experiencias alternativas y los grupos disidentes, como cooperativas, sindicatos, asociaciones para preservar la agricultura campesina, algunas organizaciones no gubernamentales, sistemas de permuta local, redes de intercambio de conocimiento, son laboratorios pedagógicos para la creación del "nuevo ser humano" que requiere la sociedad.

Son universidades populares que promueven la resistencia y contribuyen a descolonizar el imaginario.

Seguro, no tenemos mucho tiempo, pero el curso de los acontecimientos puede contribuir a acelerar la transformación. La crisis ecológica, junto con la económica y financiera, puede servir de choque saludable.


IPS: ¿Los actores políticos convencionales pueden desempeñar algún papel en la transformación?

SL: Todos los gobiernos son, lo quieran o no, funcionarios del capitalismo. En el mejor de los casos, pueden, como mucho, disminuir o suavizar procesos sobre los cuales ya no tienen ningún control.

Para nosotros es más importante el proceso de auto-transformación de la sociedad y de los ciudadanos que la política electoral. Aunque los últimos logros relativos obtenidos en ese terreno por ecologistas franceses y belgas, quienes adoptaron algunos puntos de la agenda del decrecimiento, parecen un signo positivo.

La Revolución Bolivariana y las Antillas

La Revolución Bolivariana y las Antillas


(Tomado de CubaDebate)

Me gustaba la historia como a casi todos los muchachos. También las guerras, una cultura que la sociedad sembraba en los niños del sexo masculino. Todos los juguetes que nos ofrecían eran armas.

En mi época de niño me enviaron para una ciudad donde nunca me llevaron al cine. Entonces no existía la televisión y en la casa donde vivía no había radio. Tenía que usar la imaginación.

En el primer colegio adonde me llevaron interno, leía con asombro sobre el Diluvio Universal y el Arca de Noé. Más tarde consideré que era quizás un vestigio que la humanidad guardaba del último cambio climático en la historia de nuestra especie. Fue, posiblemente, el final del último período glacial, que se supone tuvo lugar hace muchos miles de años.

Como es de suponer, más tarde leí con avidez las historias de Alejandro, César, Aníbal, Bonaparte y, por supuesto, todo cuanto libro caía en mis manos sobre Maceo, Gómez, Agramonte y demás grandes soldados que lucharon por nuestra independencia. No poseía cultura suficiente para comprender lo que había detrás de la historia.

Más adelante centré mi interés en Martí. A él le debo en realidad mis sentimientos patrióticos y el concepto profundo de que "Patria es humanidad". La audacia, la belleza, el valor y la ética de su pensamiento me ayudaron a convertirme en lo que creo que soy: un revolucionario. Sin ser martiano, no se puede ser bolivariano; sin ser martiano y bolivariano, no se puede ser marxista, y sin ser martiano, bolivariano y marxista, no se puede ser antiimperialista; sin ser las tres cosas no se podía concebir en nuestra época una Revolución en Cuba.

Hace casi dos siglos, Bolívar quiso enviar una expedición al mando de Sucre para liberar a Cuba, que mucho lo necesitaba, en la década de 1820, como colonia azucarera y cafetalera española, con 300 mil esclavos trabajando para sus propietarios blancos.

Frustrada la independencia y convertida en neocolonia, no se podía en Cuba alcanzar jamás la dignidad plena del hombre, sin una revolución que pusiera fin a la explotación del hombre por el hombre.

"...yo quiero que la ley primera de nuestra república sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre."

Martí, con su pensamiento, inspiró el valor y la convicción que llevó a nuestro Movimiento al asalto de la fortaleza del Moncada, lo que jamás habría pasado por nuestras mentes sin las ideas de otros grandes pensadores como Marx y Lenin, que nos hicieron ver y comprender las realidades tan distintas de la nueva era que estábamos viviendo.

Durante siglos, en nombre del progreso y el desarrollo, se justificó en Cuba la odiosa propiedad latifundista y la fuerza de trabajo esclava, que había sido precedida por el exterminio de los antiguos habitantes de estas islas.

De Bolívar, Martí dijo algo maravilloso y digno de su gloriosa vida:

"...lo que él no dejó hecho, sin hacer está hasta hoy: porque Bolívar tiene que hacer en América todavía."

"Déme Venezuela en qué servirla: ella tiene en mí un hijo."

En Venezuela, como en las Antillas hicieron otras, la potencia colonial sembró caña, café, cacao, y llevó también como esclavos a hombres y mujeres de África. La resistencia heroica de sus indígenas, apoyándose en la naturaleza y extensión del suelo venezolano, impidió el aniquilamiento de los habitantes originales.

Con excepción de una parte al Norte del hemisferio, el inmenso territorio de Nuestra América quedó en manos de dos reyes de la Península Ibérica.

Sin temor puede afirmarse que, durante siglos, nuestros países y los frutos del trabajo de sus pueblos han sido saqueados, y continúan siéndolo por las grandes empresas transnacionales y las oligarquías que están a su servicio.

A lo largo de los siglos XIX y XX, es decir, durante casi 200 años después de la independencia formal de la América Ibérica, nada cambió en esencia. Estados Unidos, a partir de las 13 colonias inglesas que se rebelaron, se expandió hacia el Oeste y el Sur. Compró Luisiana y Florida, le arrebató más de la mitad de su territorio a México, intervino en Centroamérica y se apoderó del área del futuro Canal de Panamá, que uniría los grandes océanos al Este y el Oeste del continente por el punto donde Bolívar deseaba crear la capital de la mayor de las repúblicas que nacería de la independencia de las naciones de América.

En aquella época, el petróleo y el etanol no se comercializaban en el mundo, ni existía OMC. La caña, el algodón y el maíz eran cultivados por esclavos. Las máquinas estaban por inventarse. Avanzaba con fuerza la industrialización a partir del carbón.

Las guerras impulsaron la civilización, y la civilización impulsó las guerras. Estas cambiaron de carácter, y se hicieron más terribles. Finalmente se convirtieron en conflictos mundiales.

Por fin éramos un mundo civilizado. Incluso, lo creemos como cuestión de principios.

Pero no sabemos qué hacer con la civilización alcanzada. El ser humano se ha equipado con armas nucleares de inconcebible certeza y aniquiladora potencia, mientras desde el punto de vista moral y político, ha retrocedido bochornosamente. Política y socialmente, estamos más subdesarrollados que nunca. Los autómatas están sustituyendo a los soldados, los medios masivos a los educadores, y los gobiernos empiezan a ser sobrepasados por los acontecimientos sin saber qué hacer. En la desesperación de muchos líderes políticos internacionales se aprecia la impotencia ante los problemas que se acumulan en sus despachos de trabajo y las reuniones internacionales cada vez más frecuentes.

En esas circunstancias, tiene lugar en Haití una catástrofe sin precedentes, mientras en el lado opuesto del planeta continúan desarrollándose tres guerras y una carrera armamentista, en medio de la crisis económica y conflictos crecientes, que consume más del 2,5% del PIB mundial, una cifra con la que podrían desarrollarse en poco tiempo todos los países del Tercer Mundo y tal vez evitar el cambio climático, consagrando los recursos económicos y científicos que son imprescindibles para ese objetivo.

La credibilidad de la comunidad mundial acaba de recibir un duro golpe en Copenhague, y nuestra especie no está mostrando su capacidad para sobrevivir.

La tragedia de Haití me permite exponer este punto de vista a partir de lo que Venezuela ha hecho con los países del Caribe. Mientras en Montreal las grandes instituciones financieras vacilan sobre qué hacer en Haití, Venezuela no vacila un minuto en condonarle la deuda económica, de 167 millones de dólares.

Durante casi un siglo las mayores transnacionales extrajeron y exportaron el petróleo venezolano a ínfimos precios. Venezuela se constituyó durante decenios en el mayor exportador mundial de petróleo.

Es conocido que cuando Estados Unidos gastó cientos de miles de millones de dólares en su guerra genocida de Vietnam, matando e invalidando millones de hijos de ese heroico pueblo, también rompió unilateralmente el acuerdo de Bretton Woods suspendiendo la conversión en oro del dólar, como estipulaba el acuerdo, y lanzando sobre la economía mundial el costo de esa sucia guerra. La moneda norteamericana se devaluó y el ingreso en divisas de los países caribeños no alcanzaba para pagar el petróleo. Sus economías se basan en el turismo y las exportaciones de azúcar, café, cacao y otros productos agrícolas. Un golpe anonadante amenazaba las economías de los Estados del Caribe, con excepción de dos de ellos exportadores de energía.

Otros países desarrollados eliminaron las preferencias arancelarias a exportaciones agrícolas caribeñas, como el banano; Venezuela tuvo un gesto sin precedentes: le garantizó a la mayoría de esos países suministros seguros de petróleo y facilidades especiales de pago.

Nadie se preocupó, en cambio, por el destino de esos pueblos. De no haber sido por la República Bolivariana una terrible crisis habría golpeado a los Estados independientes del Caribe, con excepción de Trinidad-Tobago y Barbados. En el caso de Cuba, después que la URSS colapsó, el Gobierno Bolivariano impulsó un crecimiento extraordinario del comercio entre ambos países, que incluía el intercambio de bienes y servicios, que nos permitió enfrentar uno de los períodos más duros de nuestra gloriosa historia revolucionaria.

El mejor aliado de Estados Unidos, y a la vez el más bajo y vil enemigo del pueblo, fue el farsante y simulador Rómulo Betancourt, Presidente electo de Venezuela cuando triunfó la Revolución en Cuba en 1959.

Fue el principal cómplice de los ataques piratas, los actos terroristas, las agresiones y el bloqueo económico a nuestra patria.

Cuando más lo necesitaba nuestra América, estalló finalmente la Revolución Bolivariana.

Invitados a Caracas por Hugo Chávez, los miembros del ALBA se comprometieron a prestar el máximo apoyo al pueblo haitiano en el momento más triste de la historia de ese legendario pueblo que llevó a cabo la primera Revolución social victoriosa en la historia del mundo, cuando cientos de miles de africanos al sublevarse y crear en Haití una República a miles de millas de sus tierras natales, llevaron a cabo una de las más gloriosas acciones revolucionarias de este hemisferio. En Haití hay sangre negra, india y blanca; la República nació de los conceptos de equidad, justicia y libertad para todos los seres humanos.

Hace 10 años, en instantes en que el Caribe y Centroamérica perdieron decenas de miles de vidas durante la tragedia del huracán Mitch, se creó en Cuba la ELAM para formar médicos latinoamericanos y caribeños que un día salvarían millones de vidas, pero en especial y por encima de todo, servirían como ejemplo en el noble ejercicio de la profesión médica. Junto a los cubanos estarán en Haití decenas de jóvenes venezolanos y otros latinoamericanos graduados en la ELAM. De todos los rincones del continente han llegado noticias de muchos compañeros que estudiaron en la ELAM, que desean colaborar junto a ellos en la noble tarea de salvar vidas de niños, mujeres y hombres, jóvenes y ancianos.

Habrá decenas de hospitales de campaña, centros de rehabilitación y hospitales, donde prestarán servicios más de mil médicos y estudiantes de los últimos años de la carrera de Medicina, procedentes de Haití, Venezuela, Santo Domingo, Bolivia, Nicaragua, Ecuador, Brasil, Chile y los demás países hermanos. Tenemos el honor de contar ya con un número de médicos norteamericanos que también estudiaron en la ELAM. Estamos dispuestos a cooperar con aquellos países e instituciones que deseen participar en estos esfuerzos para prestar servicios médicos en Haití.

Venezuela aportó ya casas de campaña, equipos médicos, medicamentos y alimentos. El gobierno de Haití ha brindado toda su cooperación y apoyo a este esfuerzo por llevar los servicios de salud gratuitamente al mayor número posible de haitianos. Será para todos un consuelo en medio de la mayor tragedia que ha tenido lugar en nuestro hemisferio.



Fidel Castro Ruz









Febrero 7 de 2010

8 y 46 p.m.

8 de febrero de 2010

INTERESANTE REFLEXIÓN: CUANDO EL MUNDO ERA HECHO PARA QUE LAS COSAS DURARAN

INTERESANTE REFLEXIÓN: CUANDO EL MUNDO ERA HECHO PARA QUE LAS COSAS DURARAN


Dulce Karina Fierros Barquera
Movimiento “Descrecimiento UNAM”



"Es sorprendente como han cambiado las cosas, antes todo duraba más" escuche decir hace ya muchos años a mi madre, cuando miraba su DVD acabado de comprar el cual ya no funcionaba, y por el que cambio su videocasetera, que por cierto aún conservó y que aún sirve, solo que ahora las películas ya no son formato VHS.



Hoy, a pesar de que ya no está, sus palabras retumban a cada momento en mi cabeza, cuando miro la ropa, cuando miro los electrodomésticos, cuando miro los zapatos, en fin, cuando miro a mí alrededor y veo a una sociedad del "uso y desecho" de la satisfacción del momento y no de la felicidad perdurable.

Es entonces que recurro al ropero de mi madre, donde aún se conservan cosas de mis abuelos a quienes no conocí, pero que al ver y tocar sus cosas, los reconozco, porque en ellas se guardo su esencia. Todo lo contrario sucede hoy, las cosas son hechas para cambiarlas tan pronto que ni tiempo da a que en ellas se guarde parte de nosotros mismos.

Hoy vivimos literalmente rodeados de cosas, ya no de recuerdos, de historias, de momentos.

Pero lo peor no es la cantidad de cosas inservibles que consumimos, sino la gran cantidad de desechos que generamos, y aún peor, es la carencia de recursos para obtener más y más cosas.

Vivimos en una insatisfacción tan grande por no adquirir muchas cosas que hemos perdido la concepción de lo que verdaderamente necesitamos, en fin, de lo que es realmente ser feliz.

¿Cómo reencontramos el aristotélico equilibrio entre exceso y defecto? El esfuerzo humano por hacer de este mundo un lugar más habitable, y la terrible facilidad con que el esfuerzo se convierte en sobreesfuerzo, la producción en sobreproducción, el consumo en sobreconsumo...

Y todo este desequilibrio es resultado de que somos una sociedad que ha dejado de creer, que casi todo ( y digo casi todo, porque el valor de oler las flores, mirar los campos, sentir el aire fresco golpear nuestro rostro y mirar al cielo y apreciar la luna, no cuesta más que quererlo) lo verdaderamente valioso de este mundo requiere tiempo y trabajo, pero la infantilizada mentalidad de los ciudadanos, de los individuos de este mundo, convertidos en netos consumidores, es la búsqueda de la satisfacción inmediata al coste que sea, aún cuando el precio que pagamos sea una biosfera destruida, una vida insatisfecha y una vida con carencias no solo de recursos, sino de tiempo.

¿Es entonces un problema de límites? Puede ser que sí. La vida y las cosas son inservibles tan rápido porque así lo ha querido un sistema mercantil donde ya no es la demanda la que dirige la oferta, sino la oferta, esos estantes llenos de mercancía con caducidad mínima en los supermercados, con rebajas impresionantes que duran poco tiempo, son las que marcan la demanda de los consumidores.

Jorge Riechmann expone atinadamente que "Lo queremos todo y lo queremos ahora".

Es entonces que atinadamente me vino a la mente el poema de Eduardo Galeano "Para mayores de 30" periodista y escritor Uruguayo, que quizá en un tono más poético, retoma esta inmadurez en que vivimos, porque madurar, tal como lo expone Wystan Auden citando a Blake en "El niño es el padre del hombre", que madurar significa cobrar conciencia de la necesidad, saber lo que se quiere y estar dispuesto a pagar el precio que ello exige...

Los invito a disfrutar del poema.

“Para mayores de 30”

Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo tirando cosas y cambiándolas por el modelo siguiente sólo porque a alguien se le ocurre agregarle una función o achicarlo un poco.

No hace tanto, con mi mujer, lavábamos los pañales de los críos, los colgábamos en la cuerda junto a otra ropita, los planchábamos, los doblábamos y los preparábamos para que los volvieran a ensuciar.

Y ellos, nuestros nenes, apenas crecieron y tuvieron sus propios hijos se encargaron de tirar todo por la borda, incluyendo los pañales.

¡Se entregaron inescrupulosamente a los desechables! Si, ya lo sé. A nuestra generación siempre le costó botar. ¡Ni los desechos nos resultaron muy desechables! Y así anduvimos por las calles guardando los mocos en el pañuelo de tela del bolsillo.

¡¡¡Nooo!!! Yo no digo que eso era mejor. Lo que digo es que en algún momento me distraje, me caí del mundo y ahora no sé por dónde se entra. Lo más probable es que lo de ahora esté bien, eso no lo discuto. Lo que pasa es que no consigo cambiar el equipo de música una vez por año, el celular cada tres meses o el monitor de la computadora todas las navidades.

¡Guardo los vasos desechables!

¡Los cubiertos de plástico conviven con los de acero inoxidable en el cajón de los cubiertos!

Es que vengo de un tiempo en el que las cosas se compraban para toda la vida!

¡Es más!

¡Se compraban para la vida de los que venían después!

La gente heredaba relojes de pared, juegos de copas, vajillas y hasta palanganas de loza.

Y resulta que en nuestro no tan largo matrimonio, hemos tenido más cocinas que las que había en todo el barrio en mi infancia y hemos cambiado de refrigerador tres veces.

¡¡Nos están fastidiando! ! ¡¡Yo los descubrí!! ¡¡Lo hacen adrede!! Todo se rompe, se gasta, se oxida, se quiebra o se consume al poco tiempo para que tengamos que cambiarlo. Nada se repara. Lo obsoleto es de fábrica.

¿Dónde están los zapateros arreglando las media-suelas de los tenis Nike?

¿Alguien ha visto a algún colchonero escardando colchones casa por casa?

¿Quién arregla los cuchillos eléctricos? ¿El afilador o el electricista?

¿Habrá teflón para los hojalateros o asientos de aviones para los talabarteros?

Todo se tira, todo se desecha y, mientras tanto, producimos más y más y más basura.

El otro día leí que se produjo más basura en los últimos 40 años que en toda la historia de la humanidad.

El que tenga menos de 30 años no va a creer esto: ¡¡Cuando yo era niño por mi casa no pasaba el que recogía la basura!!

¡¡Lo juro!! ¡Y tengo menos de... años!

Todos los desechos eran orgánicos e iban a parar al gallinero, a los patos o a los conejos (y no estoy hablando del siglo XVII)

No existía el plástico ni el nylon. La goma sólo la veíamos en las ruedas de los autos y las que no estaban rodando las quemábamos en la Fiesta de San Juan.

Los pocos desechos que no se comían los animales, servían de abono o se quemaban. De 'por ahí' vengo yo. Y no es que haya sido mejor. Es que no es fácil para un pobre tipo al que lo educaron con el 'guarde y guarde que alguna vez puede servir para algo', pasarse al 'compre y bote que ya se viene el modelo nuevo'. Hay que cambiar el auto cada 3 años como máximo, porque si no, eres un arruinado. Así el coche que tenés esté en buen estado. Y hay que vivir endeudado eternamente para pagar el nuevo!!!! Pero por Dios.

Mi cabeza no resiste tanto.

Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no sólo cambian de celular una vez por semana, sino que, además, cambian el número, la dirección electrónica y hasta la dirección real.

Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la misma casa y el mismo nombre (y vaya si era un nombre como para cambiarlo) Me educaron para guardar todo. ¡¡¡Toooodo!!! Lo que servía y lo que no. Porque algún día las cosas podían volver a servir. Le dábamos crédito a todo.

Si, ya lo sé, tuvimos un gran problema: nunca nos explicaron qué cosas nos podían servir y qué cosas no. Y en el afán de guardar (porque éramos de hacer caso) guardamos hasta el ombligo de nuestro primer hijo, el diente del segundo, las carpetas del jardín de infantes y no sé cómo no guardamos la primera caquita. ¿Cómo quieren que entienda a esa gente que se desprende de su celular a los pocos meses de comprarlo?

¿Será que cuando las cosas se consiguen fácilmente, no se valoran y se vuelven desechables con la misma facilidad con la que se consiguieron?

En casa teníamos un mueble con cuatro cajones. El primer cajón era para los manteles y los repasadores, el segundo para los cubiertos y el tercero y el cuarto para todo lo que no fuera mantel ni cubierto. Y guardábamos… ¡¡Cómo guardábamos!! ¡¡¡Tooodo guardábamos!

Cuando el mundo se exprimía el cerebro para inventar encendedores que se tiraban al terminar su ciclo, inventábamos la recarga de los encendedores descartables. Y las Gillette -hasta partidas a la mitad- se convertían en sacapuntas por todo el ciclo escolar. Y nuestros cajones guardaban las llavecitas de las latas de sardinas o del corned-beef, por las dudas que alguna lata viniera sin su llave. ¡Y las pilas! Las pilas de las primeras Spica pasaban del congelador al techo de la casa. Porque no sabíamos bien si había que darles calor o frío para que vivieran un poco más. No nos resignábamos a que se terminara su vida útil, no podíamos creer que algo viviera menos que un jazmín.

Las cosas no eran desechables. Eran guardables. ¡¡¡Los diarios!!! Servían para todo: para hacer plantillas para las botas de goma, para pone r en el piso los días de lluvia y por sobre todas las cosas para envolver. ¡¡¡Las veces que nos enterábamos de algún resultado leyendo el diario pegado al trozo de carne!!!

Yo sé lo que nos pasaba: nos costaba mucho declarar la muerte de nuestros objetos. Así como hoy las nuevas generaciones deciden 'matarlos' apenas aparentan dejar de servir, aquellos tiempos eran de no declarar muerto a nada: ¡¡¡ni a Walt Disney!!!

Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los que preservábamos. ¡¡¡Ah!!! ¡¡¡No lo voy a hacer!!! Me muero por decir que hoy no sólo los electrodomésticos son desechables; que también el matrimonio y hasta la amistad son descartables.

Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas. Me muerdo para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que se va tirando, del pasado efímero. No lo voy a hacer. No voy a mezclar los temas, no voy a decir que a lo perenne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo hicieron perenne. No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte apenas empiezan a fallar en sus funciones, que los cónyuges se cambian por modelos más nuevos, que a las personas que les falta alguna función se les discrimina o que valoran más a los lindos, con brillo,pegatina en el cabello y glamour.

Esto sólo es una crónica que habla de pañales y de celulares. De lo contrario, si mezcláramos las cosas, tendría que plantearme seriamente entregar a la 'bruja' como parte de pago de una señora con menos kilómetros y alguna función nueva. Pero yo soy lento para transitar este mundo de la reposición y corro el riesgo de que la 'bruja' me gane de mano y sea yo el entregado.

Marciano Durán

5 de febrero de 2010

Los grandes capitalistas a la conquista de tierras de cultivo de países pobres

Los grandes capitalistas a la conquista de tierras de cultivo de países pobres




Rómulo Pardo Silva

Argenpress





Se apoderan de los recursos naturales cada vez más escasos por medio de la guerra de las armas o del trato con dinero. La extinción de pueblos en desarrollo no les importa.



El uso de las tierras arables alcanzó su límite y para continuar destruyen selvas; el cambio climático no da ninguna seguridad alimentaria hacia el futuro; los países desarrollados y dependientes persiguen un crecimiento económico permanente y por tanto la explotación irracional de la naturaleza; en el año 2050 se necesitará alimento para 3 mil millones de personas más; el petróleo se agota y se ocupan tierras en la siembra de biocombustibles; los precios de los alimentos han subido provocando inestabilidad social y hambre.



Ante esa perspectiva crepuscular los burgueses buscan su propia seguridad. El método, llamado agrocolonialismo, consiste en lanzarse en una avalancha de adquisiciones internacionales de campos de pobres. (1) Sus gobiernos y empresarios asociados con las corruptas burguesías locales los comprar o comúnmente arriendan por largos años.



Bahrein, Omán, Qatar, China, Corea del Sur, Kuwait, Malasia, India, Suecia, Libia, Brasil, Rusia y Ucrania han adquirido tierras en África. El 2008 Arabia Saudita trató con el gobierno de Tanzania el arriendo de 500.000 hectáreas para producir arroz y trigo, empresarios de Kuwait arrendaron tierras en Camboya y el gobierno de Qatar creó una empresa agrícola en Sudán en sociedad con su par local. El mismo año Ghana, Etiopía, Malí y Kenia les dieron en arriendo millones de hectáreas para la producción agrícola o de biocarburantes. En Sudamérica se han vendido decenas de miles de hectáreas en Argentina, Uruguay y Paraguay. Corporaciones de la India están comprando plantaciones de palma aceitera indonesias y buscan en Uruguay, Paraguay y Brasil tierras para cultivar lentejas y soja.



Según el Instituto Internacional de Investigación sobre Políticas Alimentarias, con sede en Washington, DC, se han transferido entre 15 y 20 millones de hectáreas de tierras arables en los países pobres de África y en Camboya, Pakistán y Filipinas. Sobre el dinero utilizado hay oscuridad, pero da una idea lo sucedido en cinco países subsaharianos donde por la venta o arriendo de 2,5 millones de hectáreas se pagó 920 mil millones de dólares en los últimos cinco años.



Solo un sistema depredador de hombres y medio ambientes en unión con gobiernos nativos indiferentes del futuro de sus pueblos pueden explicar que personas subalimentadas sean despojadas de sus tierras en beneficio de países ricos donde la obesidad es un problema de salud grave.



El aparato de propaganda dominante justifica la conquista colonial diciendo que se trata de algo mutuamente conveniente porque los países ricos aportan tecnología, capital, mercados y conocimientos. Ocultan que el hambre ha sido permanente y sin embargo antes no hicieron este ‘aporte’. También argumenta con el libre comercio y la necesidad de la competencia para erradicar a los productores ineficientes. Principios que no son válidos en las economías desarrolladas que subsidian a sus agricultores arruinando a los de estos países pobres.



En realidad los inversionistas foráneos saben claramente que provocan graves perjuicios a los explotados de siempre. Dañan los suelos con los cultivos intensivos que rompen sus ritmos naturales, agotan las aguas subterráneas, contaminan con químicos. No ignoran que son expulsados agricultores locales sin títulos, que se estafa a pequeños propietarios en el pago de sus tierras, que sus siembras de biocarburantes significan menos alimentos locales y precios inalcanzables. Saben que el cambio de propiedad y el acaparamiento ha aumentado el suicidio de campesinos en países como Sri Lanka, China y Corea del Sur. En India entre 1997 2007 lo hicieron 182.936 personas. Se desconoce la cifra en África.



Los capitalistas se han apoderado del mundo. Se condena su modo violento de hacerlo, pero su vía solapada de conquista a través de la compra de naturaleza, como petróleo, coltan, diamantes, cobre, hierro… sí, aunque significa un despojo de futuro.



La respuesta popular a este despojo es imprescindible. Cuando Madagascar llegó a un acuerdo para arrendar a la transnacional Daewoo Logistics 1,3 millones de hectáreas durante 99 años y cultivar y exportar maíz y aceite de palma a Corea del Sur por 6 mil millones de dólares, los agricultores hicieron caer al gobierno y lo impidieron.



La Coalición de Campesinos Asiáticos y la Liga Internacional Panasiática de Campesinos realizaron una campaña en diez países del continente con la exigencia “¡Paremos el acaparamiento de la tierra! Luchemos por una verdadera reforma agraria y por la soberanía alimentaria de los pueblos.”



Es necesario entender el presente y los peligros del futuro para encauzar con luchas la única salida humanista posible: el socialismo poscapitalista solidario, sustentable, planificado, de decrecimiento en los países ricos.



Nota: 1) Ver Ama Binev http://www.rebelion.org/noticia.php?id=94638