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26 de abril de 2010

Declaración final de la Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra

Declaración final de la Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra
22 de Abril Cochabamba, Bolivia

ACUERDO DE LOS PUEBLOS


Hoy, nuestra Madre Tierra está herida y el futuro de la humanidad está en peligro.

De incrementarse el calentamiento global en más de 2º C, a lo que nos conduciría el llamado “Entendimiento de Copenhague” existe el 50% de probabilidades de que los daños provocados a nuestra Madre Tierra sean totalmente irreversibles. Entre un 20% y un 30% de las especies estaría en peligro de desaparecer. Grandes extensiones de bosques serían afectadas, las sequías e inundaciones afectarían diferentes regiones del planeta, se extenderían los desiertos y se agravaría el derretimiento de los polos y los glaciares en los Andes y los Himalayas. Muchos Estados insulares desaparecerían y el África sufriría un incremento de la temperatura de más de 3º C. Así mismo, se reduciría la producción de alimentos en el mundo con efectos catastróficos para la supervivencia de los habitantes de vastas regiones del planeta, y se incrementaría de forma dramática el número de hambrientos en el mundo, que ya sobrepasa la cifra de 1.020 millones de personas.

Las corporaciones y los gobiernos de los países denominados “más desarrollados”, en complicidad con un segmento de la comunidad científica, nos ponen a discutir el cambio climático como un problema reducido a la elevación de la temperatura sin cuestionar la causa que es el sistema capitalista.

Confrontamos la crisis terminal del modelo civilizatorio patriarcal basado en el sometimiento y destrucción de seres humanos y naturaleza que se aceleró con la revolución industrial.
El sistema capitalista nos ha impuesto una lógica de competencia, progreso y crecimiento ilimitado. Este régimen de producción y consumo busca la ganancia sin límites, separando al ser humano de la naturaleza, estableciendo una lógica de dominación sobre ésta, convirtiendo todo en mercancía : el agua, la tierra, el genoma humano, las culturas ancestrales, la biodiversidad, la justicia, la ética, los derechos de los pueblos, la muerte y la vida misma.

Bajo el capitalismo, la Madre Tierra se convierte en fuente sólo de materias primas y los seres humanos en medios de producción y consumidores, en personas que valen por lo que tienen y no por lo que son.

El capitalismo requiere una potente industria militar para su proceso de acumulación y el control de territorios y recursos naturales, reprimiendo la resistencia de los pueblos. Se trata de un sistema imperialista de colonización del planeta.

La humanidad está frente a una gran disyuntiva: continuar por el camino del capitalismo, la depredación y la muerte, o emprender el camino de la armonía con la naturaleza y el respeto a la vida.

Requerimos forjar un nuevo sistema que restablezca la armonía con la naturaleza y entre los seres humanos. Sólo puede haber equilibrio con la naturaleza si hay equidad entre los seres humanos.

Planteamos a los pueblos del mundo la recuperación, revalorización y fortalecimiento de los conocimientos, sabidurías y prácticas ancestrales de los Pueblos Indígenas, afirmados en la vivencia y propuesta de “Vivir Bien”, reconociendo a la Madre Tierra como un ser vivo, con el cual tenemos una relación indivisible, interdependiente, complementaria y espiritual.

Para enfrentar el cambio climático debemos reconocer a la Madre Tierra como la fuente de la vida y forjar un nuevo sistema basado en los principios de:

· armonía y equilibrio entre todos y con todo
· complementariedad, solidaridad, y equidad
· bienestar colectivo y satisfacción de las necesidades fundamentales de todos en armonía con la Madre Tierra
· respeto a los Derechos de la Madre Tierra y a los Derechos Humanos
· reconocimiento del ser humano por lo que es y no por lo que tiene
· eliminación de toda forma de colonialismo, imperialismo e intervencionismo paz entre los pueblos y con la Madre Tierra.

El modelo que propugnamos no es de desarrollo destructivo ni ilimitado. Los países necesitan producir bienes y servicios para satisfacer las necesidades fundamentales de su población, pero de ninguna manera pueden continuar por este camino de desarrollo en el cual los países más ricos tienen una huella ecológica 5 veces más grande de lo que el planeta es capaz de soportar. En la actualidad ya se ha excedido en más de un 30% la capacidad del planeta para regenerarse. A este ritmo de sobreexplotación de nuestra Madre Tierra se necesitarían 2 planetas para el 2030.

En un sistema interdependiente del cual los seres humanos somos uno de sus componentes no es posible reconocer derechos solamente a la parte humana sin provocar un desequilibrio en todo el sistema. Para garantizar los derechos humanos y restablecer la armonía con la naturaleza es necesario reconocer y aplicar efectivamente los derechos de la Madre Tierra.

Para ello proponemos el proyecto adjunto de Declaración Universal de Derechos de la Madre Tierra en el cual se consignan:

· Derecho a la vida y a existir;
· Derecho a ser respetada;
· Derecho a la continuación de sus ciclos y procesos vitales libre de alteraciones humanas;
· Derecho a mantener su identidad e integridad como seres diferenciados, auto-regulados e interrelacionados;
· Derecho al agua como fuente de vida;
· Derecho al aire limpio;
· Derecho a la salud integral;
· Derecho a estar libre de la contaminación y polución, de desechos tóxicos y radioactivos ;
· Derecho a no ser alterada genéticamente y modificada en su estructura amenazando su integridad o funcionamiento vital y saludable.
· Derecho a una restauración plena y pronta por las violaciones a los derechos reconocidos en esta Declaración causados por las actividades humanas.

La visión compartida es estabilizar las concentraciones de gases de efecto invernadero para hacer efectivo el Artículo 2 de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático que determina “la estabilización de las concentraciones de gases de efecto invernadero en la atmósfera a un nivel que impida interferencias antropogénicas peligrosas para el sistema climático”. Nuestra visión es, sobre la base del principio de las responsabilidades históricas comunes pero diferenciadas, exigir que los países desarrollados se comprometan con metas cuantificadas de reducción de emisiones que permitan retornar las concentraciones de gases de efecto invernadero en la atmósfera a 300 ppm y así, limitar el incremento de la temperatura media global a un nivel máximo de 1°C.


Enfatizando la necesidad de acción urgente para lograr esta visión, y con el apoyo de los pueblos, movimientos y países, los países desarrollados deberán comprometerse con metas ambiciosas de reducción de emisiones que permitan alcanzar objetivos a corto plazo, manteniendo nuestra visión a favor del equilibrio del sistema climático de la Tierra, de acuerdo al objetivo último de la Convención.


La “visión compartida” para la “Acción Cooperativa a Largo Plazo” no debe reducirse en la negociación de cambio climático a definir el límite en el incremento de la temperatura y la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera, sino que debe comprender de manera integral y equilibrada un conjunto de medidas financieras, tecnológicas, de adaptación, de desarrollo de capacidades, de patrones de producción, consumo y otras esenciales como el reconocimiento de los derechos de la Madre Tierra para restablecer la armonía con la naturaleza.

Los países desarrollados, principales causantes del cambio climático, asumiendo su responsabilidad histórica y actual, deben reconocer y honrar su deuda climática en todas sus dimensiones, como base para una solución justa, efectiva y científica al cambio climático. En este marco exigimos a los países desarrollados que:

o Restablezcan a los países en desarrollo el espacio atmosférico que está ocupado por sus emisiones de gases de efecto invernadero. Esto implica la descolonización de la atmósfera mediante la reducción y absorción de sus emisiones.

o Asuman los costos y las necesidades de transferencia de tecnología de los países en desarrollo por la pérdida de oportunidades de desarrollo por vivir en un espacio atmosférico restringido.

o Se hagan responsables por los cientos de millones que tendrán que migrar por el cambio climático que han provocado y que eliminen sus políticas restrictivas de migración y ofrezcan a los migrantes una vida digna y con todos los derechos en sus países.

o Asuman la deuda de adaptación relacionadas a los impactos del cambio climático en los países en desarrollo proveyendo los medios para prevenir, minimizar y atender los daños que surgen de sus excesivas emisiones.

o Honren estas deudas como parte de una deuda mayor con la Madre Tierra adoptando y aplicando la Declaración Universal de los Derechos de la Madre Tierra en las Naciones Unidas.
El enfoque debe ser no solamente de compensación económica, sino principalmente de justicia restaurativa – es decir restituyendo la integridad a las personas y a los miembros que forman una comunidad de vida en la Tierra.

Deploramos el intento de un grupo de países de anular el Protocolo de Kioto el único instrumento legalmente vinculante específico para la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero de los países desarrollados.

Advertimos al mundo que no obstante estar obligados legalmente las emisiones de los países desarrollados en lugar de reducir, crecieron en un 11,2% entre 1990 y 2007.
Estados Unidos a causa del consumo ilimitado aumentó sus emisiones de GEI en 16,8% durante el periodo 1990 al 2007, emitiendo como promedio entre 20 y 23 toneladas anuales de CO2 por habitante, lo que representa más de 9 veces las emisiones correspondientes a un habitante promedio del Tercer Mundo, y más de 20 veces las emisiones de un habitante de África Subsahariana.

Rechazamos de manera absoluta el ilegitimo “Entendimiento de Copenhague”, que permite a estos países desarrollados ofertar reducciones insuficientes de gases de efecto invernadero, basadas en compromisos voluntarios e individuales, que violan la integridad ambiental de la Madre Tierra conduciéndonos a un aumento de alrededor de 4ºC.

La próxima Conferencia sobre Cambio Climático a realizarse a fines de año en México debe aprobar la enmienda al Protocolo de Kioto, para el segundo período de compromisos a iniciarse en 2013 a 2017 en el cual los países desarrollados deben comprometer reducciones domésticas significativas de al menos el 50% respecto al año base de 1990 sin incluir mercados de carbono u otros sistemas de desviación que enmascaran el incumplimiento de las reducciones reales de emisiones de gases de efecto invernadero. Requerimos establecer primero una meta para el conjunto de los países desarrollados para luego realizar la asignación individual para cada país desarrollado en el marco de una comparación de esfuerzos entre cada uno de ellos, manteniendo así el sistema del Protocolo de Kioto para las reducciones de las emisiones. Los Estados Unidos de América, en su carácter de único país de la Tierra del Anexo 1 que no ratificó el Protocolo de Kioto tiene una responsabilidad significativa ante todos los pueblos del mundo por cuanto debe ratificar el Protocolo de Kioto y comprometerse a respetar y dar cumplimiento a los objetivos de reducción de emisiones a escala de toda su economía.

Los pueblos tenemos los mismos derechos de protección ante los impactos del cambio climático y rechazamos la noción de adaptación al cambio climático entendida como la resignación a los impactos provocados por las emisiones históricas de los países desarrollados, quienes deben adaptar sus estilos de vida y de consumo ante esta emergencia planetaria. Nos vemos forzados a enfrentar los impactos del cambio climático, considerando la adaptación como un proceso y no como una imposición, y además como herramienta que sirva para contrarrestarlos, demostrando que es posible vivir en armonía bajo un modelo de vida distinto.

Es necesario construir un Fondo de Adaptación, como un fondo exclusivo para enfrentar el cambio climático como parte de un mecanismo financiero manejado y conducido de manera soberana, transparente y equitativa por nuestros Estados. Bajo este Fondo se debe valorar : los impactos y sus costos en países en desarrollo y las necesidades que estos impactos deriven, y registrar y monitorear el apoyo por parte de países desarrollados. Éste debe manejar además un mecanismo para el resarcimiento por daños por impactos ocurridos y futuros, por pérdida de oportunidades y la reposición por eventos climáticos extremos y graduales, y costos adicionales que podrían presentarse si nuestro planeta sobrepasa los umbrales ecológicos así como aquellos impactos que están frenando el derecho a Vivir Bien.

El “Entendimiento de Copenhague” impuesto sobre los países en desarrollo por algunos Estados, más allá de ofertar recursos insuficientes, pretende en si mismo dividir y enfrentar a los pueblos y pretende extorsionar a los países en desarrollo condicionando el acceso a recursos de adaptación a cambio de medidas de mitigación. Adicionalmente se establece como inaceptable que en los procesos de negociación internacional se intente categorizar a los países en desarrollo por su vulnerabilidad al cambio climático, generando disputas, desigualdades y segregaciones
entre ellos.

El inmenso desafío que enfrentamos como humanidad para detener el calentamiento global y enfriar el planeta sólo se logrará llevando adelante una profunda transformación en la agricultura hacia un modelo sustentable de producción agrícola campesino e indígena/originario, y otros modelos y prácticas ancestrales ecológicas que contribuyan a solucionar el problema del cambio climático y aseguren la Soberanía Alimentaria, entendida como el derecho de los pueblos a controlar sus propias semillas, tierras, agua y la producción de alimentos, garantizando, a través de una producción en armonía con la Madre Tierra, local y culturalmente apropiada, el acceso de los pueblos a alimentos suficientes, variados y nutritivos en complementación con la Madre Tierra y profundizando la producción autónoma (participativa, comunitaria y compartida) de cada nación y pueblo.

El Cambio Climático ya está produciendo profundos impactos sobre la agricultura y los modos de vida de los pueblos indígenas/originarios y campesinos del mundo y estos impactos se irán agravando en el futuro.

El agro negocio a través de su modelo social, económico y cultural de producción capitalista
globalizada y su lógica de producción de alimentos para el mercado y no para cumplir con el derecho a la alimentación, es una de las causas principales del cambio climático. Sus herramientas tecnológicas, comerciales y políticas no hacen más que profundizar la crisis climática e incrementar el hambre en el planeta. Por esta razón rechazamos los Tratados de Libre Comercio y Acuerdos de Asociación y toda forma de aplicación de los Derechos de Propiedad Intelectual sobre la vida, los paquetes tecnológicos actuales (agroquímicos, transgénicos) y aquellos que se ofrecen como falsas soluciones (agrocombustibles, geoingeniería, nanotecnología, tecnología Terminator y similares) que únicamente agudizarán la crisis actual.
Al mismo tiempo denunciamos como este modelo capitalista impone megaproyectos de infraestructura, invade territorios con proyectos extractivistas, privatiza y mercantiliza el agua y militariza los territorios expulsando a los pueblos indígenas y campesinos de sus territorios, impidiendo la Soberanía Alimentaria y profundizando la crisis socioambiental.

Exigimos reconocer el derecho de todos los pueblos, los seres vivos y la Madre Tierra a acceder y gozar del agua y apoyamos la propuesta del Gobierno de Bolivia para reconocer al agua como un Derecho Humano Fundamental.

La definición de bosque utilizada en las negociaciones de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático, la cual incluye plantaciones, es inaceptable. Los monocultivos no son bosques. Por lo tanto, exigimos una definición para fines de negociación que reconozca los bosques nativos y la selva y la diversidad de los ecosistemas de la tierra.

La Declaración de la ONU sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas debe ser plenamente reconocida, implementada e integrada en las negociaciones de cambio climático. La mejor estrategia y acción para evitar la deforestación y degradación y proteger los bosques nativos y la selva es reconocer y garantizar los derechos colectivos de las tierras y territorios considerando especialmente que la mayoría de los bosques y selvas están en los territorios de pueblos y naciones indígenas, comunidades campesinas y tradicionales.

Condenamos los mecanismos de mercado, como el mecanismo de REDD (Reducción de emisiones por la deforestación y degradación de bosques) y sus versiones + y ++, que está violando la soberanía de los Pueblos y su derecho al consentimiento libre, previo e informado, así como a la soberanía de Estados nacionales, y viola los derechos, usos y costumbres de los Pueblos y los Derechos de la Naturaleza.

Los países contaminadores están obligados a transferir de manera directa los recursos económicos y tecnológicos para pagar la restauración y mantenimiento de los bosques y selvas, en favor de los pueblos y estructuras orgánicas ancestrales indígenas, originarias, campesinas. Esto deberá ser una compensación directa y adicional a las fuentes de financiamiento comprometidas por los países desarrollados, fuera del mercado de carbono y nunca sirviendo como las compensaciones de carbono (offsets). Demandamos a los países a detener las iniciativas locales en bosques y selvas basados en mecanismos de mercado y que proponen resultados inexistentes y condicionados. Exigimos a los gobiernos un programa mundial de restauración de bosques nativos y selvas, dirigido y administrado por los pueblos, implementando semillas forestales, frutales y de flora autóctona. Los gobiernos deben eliminar las concesiones forestales y apoyar la conservación del petróleo bajo la tierra y que se detenga urgentemente la explotación de hidrocarburos en las selvas.

Exigimos a los Estados que reconozcan, respeten y garanticen la efectiva aplicación de los estándares internacionales de derechos humanos y los derechos de los Pueblos Indígenas, en particular la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, el Convenio 169 de la OIT, entre otros instrumentos pertinentes, en el marco de las negociaciones, políticas y medidas para resolver los desafíos planteados por el cambio climático. En especial, demandamos a los Estados a que reconozcan jurídicamente la preexistencia del derecho sobre nuestros territorios, tierras y recursos naturales para posibilitar y fortalecer nuestras formas tradicionales de vida y contribuir efectivamente a la solución del cambio climático.

Demandamos la plena y efectiva aplicación del derecho a la consulta, la participación y el consentimiento previo, libre e informado de los Pueblos Indígenas en todos los procesos de negociación así como en el diseño e implementación de las medidas relativas al cambio climático.
En la actualidad la degradación medioambiental y el cambio climático alcanzarán niveles críticos, siendo una de las principales consecuencias la migración interna así como internacional. Según algunas proyecciones en 1995 existían alrededor de 25 millones de migrantes climáticos, al presente se estima en 50 millones y las proyecciones para el año 2050 son de 200 a 1000 millones de personas que serán desplazadas por situaciones derivadas del cambio climático.
Los países desarrollados deben asumir la responsabilidad sobre los migrantes climáticos, acogiéndolos en sus territorios y reconociendo sus derechos fundamentales, a través de la firma de convenios internacionales que contemplen la definición de migrante climático para que todos los Estados acaten sus determinaciones.

Constituir un Tribunal Internacional de Conciencia para denunciar, hacer visible, documentar, juzgar y sancionar las violaciones de los derechos de los(s) migrantes, refugiados(as) y desplazados en los países de origen, tránsito y destino, identificando claramente las responsabilidades de los Estados, compañías y otros actores.

El financiamiento actual destinado a los países en desarrollo para cambio climático y la propuesta del Entendimiento de Copenhague son ínfimos. Los países desarrollados deben comprometer un financiamiento anual nuevo, adicional a la Ayuda Oficial al Desarrollo y de fuente pública, de al menos 6% de su PIB para enfrentar el cambio climático en los países en desarrollo. Esto es viable tomando en cuenta que gastan un monto similar en defensa nacional y destinaron 5 veces más para rescatar bancos y especuladores en quiebra, lo que cuestiona seriamente sus prioridades mundiales y su voluntad política. Este financiamiento debe ser directo, sin condicionamiento y no vulnerar la soberanía nacional ni la autodeterminación de las comunidades y grupos más afectados.

En vista de la ineficiencia del mecanismo actual, en la Conferencia de México se debe establecer un nuevo mecanismo de financiamiento que funcione bajo la autoridad de la Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre cambio Climático rindiendo cuentas a la misma, con una representación significativa de los países en desarrollo para garantizar el cumplimiento de los compromisos de financiamiento de los países Anexo 1.

Se ha constatado que los países desarrollados incrementaron sus emisiones en el periodo 1990 – 2007, no obstante haber manifestado que la reducción se vería sustancialmente coadyuvada con mecanismos de mercado.

El mercado de carbono se ha transformado en un negocio lucrativo, mercantilizando nuestra Madre Tierra, esto no representa una alternativa para afrontar el cambio climático, puesto que saquea, devasta la tierra, el agua e incluso la vida misma.

La reciente crisis financiera ha demostrado que el mercado es incapaz de regular el sistema financiero, que es frágil e inseguro ante la especulación y la aparición de agentes intermediarios, por lo tanto, sería una total irresponsabilidad dejar en sus manos el cuidado y protección de la propia existencia humana y de nuestra Madre Tierra.

Consideramos inadmisible que las negociaciones en curso pretendan la creación de nuevos mecanismos que amplíen y promuevan el mercado de carbono toda vez que los mecanismos existentes nunca resolvieron el problema del Cambio Climático ni se transformaron en acciones reales y directas en la reducción de gases de efecto invernadero.

Es imprescindible exigir el cumplimento de los compromisos asumidos por los países desarrollados en la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático respecto al desarrollo y transferencia de tecnología, así como rechazar la “vitrina tecnológica” propuesta por países desarrollados que solamente comercializan la tecnología. Es fundamental establecer los lineamientos para crear un mecanismo multilateral y multidisciplinario para el control participativo, la gestión y la evaluación continua del intercambio de tecnologías. Estas tecnologías deben ser útiles, limpias, y socialmente adecuadas. De igual manera es fundamental el establecimiento de un fondo de financiamiento e inventario de tecnologías apropiadas y liberadas de derechos de propiedad intelectual, en particular, de patentes que deben pasar de monopolios privados a ser de dominio público, de libre accesibilidad y bajo costo.

El conocimiento es universal, y por ningún motivo puede ser objeto de propiedad privada y de utilización privativa, como tampoco sus aplicaciones en forma de tecnologías. Es deber de los países desarrollados compartir su tecnología con países en desarrollo, crear centros de investigación para la creación de tecnologías e innovaciones propias, así como defender e impulsar su desarrollo y aplicación para el vivir bien. El mundo debe recuperar, aprender, reaprender los principios y enfoques del legado ancestral de sus pueblos originarios para detener la destrucción del planeta, así como los conocimientos y prácticas ancestrales y recuperación de la espiritualidad en la reinserción del vivir bien juntamente con la Madre Tierra.

Considerando la falta de voluntad política de los países desarrollados para cumplir de manera efectiva sus compromisos y obligaciones asumidos en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático y el Protocolo de Kioto, y frente a la inexistencia de una instancia legal internacional que prevenga y sancione todos aquellos delitos y crímenes climáticos y ambientales que atenten contra los derechos de la Madre Tierra y la humanidad, demandamos la creación de un Tribunal Internacional de Justicia Climática y Ambiental que tenga la capacidad jurídica vinculante de prevenir, juzgar y sancionar a los Estados, las Empresas y personas que por acción u omisión contaminen y provoquen el cambio climático. Respaldar a los Estados que presenten demandas en la Corte Internacional de Justicia contra los países desarrollados que no cumplen con sus compromisos bajo la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático y el Protocolo de Kioto incluyendo sus compromisos de reducción de gases de efecto invernadero. Instamos a los pueblos a proponer y promover una profunda reforma de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), para que todos sus Estados miembros cumplan las decisiones del Tribunal Internacional de Justicia Climática y Ambiental.

El futuro de la humanidad está en peligro y no podemos aceptar que un grupo de gobernantes de países desarrollados quieran definir por todos los países como lo intentaron hacer infructuosamente en la Conferencia de las Partes de Copenhague. Esta decisión nos compete a todos los pueblos. Por eso es necesaria la realización de un Referéndum Mundial, plebiscito o consulta popular, sobre el cambio Climático en el cuál todos seamos consultados sobre : el nivel de reducciones de emisiones que deben hacer los países desarrollados y las empresas transnacionales ; el financiamiento que deben proveer los países desarrollados ; la creación de un Tribunal Internacional de Justicia Climática ; la necesidad de una Declaración Universal de Derechos de la Madre Tierra y ; la necesidad de cambiar el actual sistema capitalista.
El proceso del Referéndum Mundial, plebiscito o consulta popular será fruto de un proceso de preparación que asegure el desarrollo exitoso del mismo.

Con el fin de coordinar nuestro accionar internacional e implementar los resultados del presente “Acuerdo de los Pueblos” llamamos a construir un Movimiento Mundial de los Pueblos por la Madre Tierra que se basará en los principios de complementariedad y respeto a la diversidad de origen y visiones de sus integrantes, constituyéndose en un espacio amplio y democrático de coordinación y articulación de acciones a nivel mundial.

Con tal propósito, adoptamos el plan de acción mundial adjunto para que en México los países desarrollados del Anexo 1 respeten el marco legal vigente y reduzcan sus emisiones de gases de efecto invernadero en un 50 % y se asuman las diferentes propuestas contenidas en este Acuerdo.

Finalmente, acordamos realizar la 2ª Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra en el 2011 como parte de este proceso de construcción del Movimiento Mundial de los Pueblos por la Madre Tierra y para reaccionar frente a los resultados de la Conferencia de Cambio Climático que se realizará a fines de año en Cancún, México

20 de abril de 2010

Capitalismo del desastre: estado de extorsión

Capitalismo del desastre: estado de extorsión

Naomi Klein
Sin Permiso


Desde que el petróleo sobrepasó los 140 dólares el barril, hasta los locutores de derechas más furibundos se ven forzados a demostrar su credo populista dedicando una porción de sus programas a machacar a las compañías petrolíferas. Algunos han ido tan lejos como para invitarme para mantener una amistosa charla sobre un insidioso nuevo fenómeno: “el capitalismo del desastre”. La cosa marcha bien... hasta que empieza a torcerse.

Por ejemplo, el locutor “conservador independiente” Jerry Doyle y yo mantuvimos una conversación perfectamente amistosa sobre las turbias compañías aseguradoras y la ineptitud de los políticos cuando ocurrió lo siguiente: “Creo que hay una sistema para abaratar rápidamente los precios”, anunció Doyle. “Hemos invertido 650 mil millones de dólares para liberar a una nación de 25 millones de personas. ¿No va siendo hora de que reclamemos algo de petróleo a cambio? Deberían de haber un montón de camiones cisterna, uno tras otro, formando un atasco en dirección al Túnel Lincoln, el apestoso Túnel Lincoln, en hora punta, cada uno de ellos con una nota de agradecimiento de parte del gobierno iraquí... ¿Por qué no vamos y cogemos sencillamente el petróleo? Nos lo hemos ganado liberando un país. Puedo arreglar el problema del precio del petróleo en diez días en vez de en diez años.”

Había un par de problemas con el plan de Doyle, por supuesto. El primero es que estaba describiendo el mayor latrocinio de la historia mundial. El segundo, que llegaba demasiado tarde: “nosotros” ya estamos robando el petróleo de Irak, o al menos estamos en el momento cumbre de ello.

Han pasado diez meses de la publicación de mi libro, La Doctrina del Shock: el auge del capitalismo del desastre, en el cual argumento que el método preferido para reformar el mundo de acuerdo con los intereses de las corporaciones multinacionales es actualmente el de explotar sistemáticamente el estado de miedo y desorientación que acompaña a la población en momentos de shock y crisis. Ahora que el mundo está siendo sacudido por múltiples shocks, parece un buen momento para ver cómo se está aplicando la estrategia.

Los capitalistas del desastre han estado ocupados: desde los bomberos privados que actuaron en los incendios del norte de California, a los desposeedores de tierras tras el ciclón Burma, a la nueva ley sobre la vivienda abriéndose paso hacia el Congreso. La ley no habla demasiado sobre las viviendas asequibles, desplaza la carga del impago de hipotecas a los contribuyentes y asegura a los bancos que proporcionan malos préstamos conseguir algunos pagos en devolución por los mismos. No sorprende que se la denomine en los pasillos del Congreso como el “plan Credit Suisse”, en honor a uno de los bancos que, generosamente, la propuso.

El desastre de Irak: “si lo rompe lo paga”

Pero estos casos de capitalismo del desastre son bastante amateurs en comparación con lo que se está llevando a cabo en el ministerio del petróleo iraquí. Empezó con la adjudicación de contratos fuera de subasta a ExxonMobil, Chevron,Shell, BP y Total (aún no se han firmado, pero continúan siendo válidos). Pagar a las multinacionales por su bagaje técnico no es algo raro. Sí lo es que estos contratos vayan casi invariablemente a compañías petrolíferas que se dedican a su distribución, y no a las que se dedican a explorar, producir y guardar la riqueza procedente de la explotación de estos recursos combustibles y liberadores de dióxido de carbono. Como apunta el experto en petróleo londinense Greg Muttitt, los contratos sólo tienen sentido según las informaciones de que las grandes compañías petrolíferas han insistido en el derecho a poder rechazar contratos otorgados para producir en los campos de petróleo iraquíes, dirigiéndolos. En otras palabras, aunque otras compañías podrán pujar por los contratos en el futuro, serán éstas quienes siempre los ganarán.

Una semana después de que no se anunciaran acuerdos fuera de subasta, el mundo pudo ver el precio real del petróleo. Después de años presionando a Irak en la trastienda de la opinión público, el país ha abierto repentinamente a los inversores seis de sus mayores campos petrolíferos, que reúnen en conjunto casi la mitad de sus reservas. De acuerdo con el ministro del petróleo iraquí, se empezarán a firmar contratos a largo plazo a lo largo de este año. Aunque ostensiblemente bajo el control de la Compañía Nacional de Petróleo Iraquí (CNPI), las empresas extranjeras mantendrán el 75% del valor de los contratos, dejando el 25% restante a sus socios iraquíes.

Este tipo de porcentaje no tiene precedentes en los estados árabes y persas ricos en petróleo, en los que el control mayoritariamente nacional del petróleo fue una victoria decisiva en las luchas anticoloniales. Según Muttitt, la suposición hasta ahora era que las multinacionales extranjeras traerían el desarrollo a los nuevos campos petrolíferos en Irak, no que tomarían aquellos cuya producción ya está en marcha y en consecuencia requieren una inversión técnica mínima. “La política era la de asignar estos campos a la Compañía Nacional de Petróleo Iraquí por completo”, me explicó. Este cambio supone una inversión de aquella política, ya que da a la CNPI solamente un 25%, en vez del 100% acordado.

Así pues, ¿qué es lo que hace que contratos tan pésimos como ésos sean posibles en Irak, un país que tanto ha sufrido? Irónicamente, es el sufrimiento de Irak -su crisis sin fin- la base para un acuerdo que amenaza con drenar de su tesoro nacional su principal fuente de ingresos. La lógica es como sigue: la industria petrolífera de Irak necesita expertos extranjeros porque los años de sanciones punitivas la privaron de nueva tecnología, y la invasión, y la violencia que la siguió, la degradaron todavía más. E Irak necesita urgentemente producir más petróleo. ¿Por qué? Por la guerra, una vez más. El país está en ruinas, y los miles de millones repartidos en contratos fuera de subasta a las compañías occidentales no han conseguido reconstruir el país. Ahí es donde aparecen los nuevos contratos fuera de subasta: lograrán recaudar más dinero, pero Irak se ha convertido en un lugar tan peligroso que se debe inducir a las compañías petrolíferas para que éstas se arriesguen a invertir. De se modo la invasión de Irak crea limpiamente el argumento para el saqueo ulterior.

Muchos de los arquitectos de la guerra de Irak ya ni siquiera se preocupan en negar que el petróleo fue el motivo principal para desencadenarla. En el programa To the Point de la National Public Radio [Radio Nacional Pública], Fadhil Chalabi, uno de los principales consejeros iraquíes de la administración Bush antes de la invasión, describió recientemente la guerra como un “movimiento estratégico de los EE.UU. y el Reino Unido para tener una presencia militar en el Golfo con la que asegurar en el futuro las reservas [de petróleo].” Chalabi, que ejerció de viceministro del petróleo y se reunió con las compañías petrolíferas antes de la invasión, describió este movimiento como “un objetivo fundamental.”

Invadir países para apoderarse de sus recursos naturales es ilegal según la Convención de Ginebra. Esto significa que la gigantesca tarea de reconstruir la infraestructura en Irak -incluyendo su infraestructura petrolífera- es responsabilidad financiera de los invasores. Son ellos quienes deberían ser forzados a pagar las reparaciones. (Recuérdese que el régimen de Saddam Hussein pagó 9 mil millones de dólares a Kuwait en concepto de reparaciones por la invasión del país en 1990.) En cambio Irak está obligado a vender el 75% de su patrimonio nacional para pagar el precio de su propia invasión y ocupación ilegal.

El shock del precio del petróleo: o nos dais el Ártico o nunca volveréis a conducir

Irak no es el único país involucrado en un atraco petrolífero. La administración Bush está atareada en la labor de usar una crisis relacionada -la del alza del precio del combustible- para reavivar su viejo sueño de perforar el Refugio Natural Ártico (Artic National Wildlife Refuge, ANWR en sus siglas inglesas). Y de perforar la costa. Y también de explotar las reservas de petróleo bituminoso de la cuenca de Green River. “El Congreso tiene que enfrentarse a una dura realidad”, dijo George W. Bush el 18 de junio. “A menos que los miembros del congreso estén dispuestos a aceptar los dolorosos precios del combustible actuales, o puede que aún más altos, nuestra nación debe producir más petróleo.”

Habla el Presidente como Extorsionador en Jefe, apuntando a la cabeza de su rehén (nada menos que el país entero) con el surtidor de gasolina: o me dais la ANWR o todo el mundo tendrá que pasar sus vacaciones en el patio trasero de su casa. El último robo del presidente-cowboy.

A pesar de las pegatinas de “Perfore aquí y ahora y pague menos”, perforar en la ANWR tendría un impacto apenas discernible en las actuales reservas petrolíferas mundiales, como sus defensores bien saben. El argumento de que podría provocar una reducción de los precios del petróleo no está basado en la economía pura y dura sino en el psicoanálisis de mercado: perforar “enviaría un mensaje” a los empresarios del petróleo de que aún queda más petróleo, y esto haría que empezasen a bajar los precios.

Se siguen dos puntos de este razonamiento. El primero, es el intento por mentalizar a los hiperactivos empresarios de qué es lo que ocurre realmente en el gobierno de la era Bush, incluso en medio de una emergencia nacional. El segundo, es que nunca funcionará. Si hay alguna cosa que podamos predecir del reciente comportamiento del mercado del petróleo es que el precio va a seguir subiendo, no importa cuántas nuevas reservas se anuncien.

Tomad por ejemplo el enorme boom que está teniendo lugar en las famosas reservas de petróleo bituminoso de Alberta. Con tales reservas de petróleo bituminoso, conocidas también como “arenas petrolíferas”, ocurre lo mismo que con los otros emplazamientos propuestos por Bush para la perforación: son cercanos y seguros, pues el Tratado para el Libre Comercio en Norteamérica (NAFTA en sus siglas inglesas) contiene una cláusula que impide a Canadá cortar el suministro a Estados Unidos. Sin hacer mucho ruido, el petróleo de estas fuentes en gran medida sin explotar ha estado fluyendo hacia el mercado en tal cantidad que ahora Canadá es el mayor proveedor de petróleo de los Estados Unidos, por encima de Arabia Saudí. Entre el 2005 y el 2007, Canadá aumentó sus exportaciones a los Estados Unidos en casi 100 millones de barriles. A pesar del significativo crecimiento de estas reservas seguras, los precios del petróleo han ido en aumento durante todo este tiempo.

Lo que se esconde tras la campaña de perforación de la ANWR no es de hecho otra cosa que pura estrategia del shock: la crisis del petróleo ha creado las condiciones con las que es posible vender una política antes invendible, pero desde luego altamente rentable.

El shock del precio de los alimentos: o modificación genética o hambruna

Ligada estrechamente al precio del petróleo encontramos la crisis alimentaria global. No sólo los elevados precios del petróleo hacen subir los precios de los alimentos, sino que el boom de los biocombustibles ha desdibujado la frontera entre comida y combustible, expulsado a los agricultores de sus tierras y alentado una especulación rampante. Muchos países latinoamericanos han insistido en que se reexamine la pujanza de los biocombustibles como alternativa a los combustibles fósiles y en que se reconozcan los alimentos como un derecho humano y no como una mercancía más. El subsecretario de Estado de los Estados Unidos John Negroponte tiene en cambio otras ideas al respecto. En el mismo discurso en que trataba de vender el compromiso de EE.UU. en la ayuda alimentaria de emergencia pidió a los países que bajaran sus “restricciones a la exportación y elevadas tarifas” y eliminaran “las barreras para el uso de las innovaciones tecnologías en la producción animal y vegetal, incluyendo la biotecnología.” Hay que reconocer que esta amenaza era más sutil que las anteriores, pero el mensaje era claro: los países pobres harían mejor en abrir sus mercados agrícolas a los productos norteamericanos y sus semillas genéticamente modificadas. En caso contrario se arriesgan a perder su ayuda.

Los cultivos genéticamente modificados han aparecido de súbito como la panacea para la crisis alimentaria, al menos según el Banco Mundial, el presidente de la Comisión Europea -“valor y al toro”, vino a decir- y el Primer Ministro británico Gordon Brown. Y, claro está, según las empresas del agribusiness. “No se puede alimentar hoy al mundo sin organismos genéticamente modificados”, declaró recientemente Peter Brabec, presidente de Nestlé, al Financial Times. El problema con este argumento, al menos por ahora, es que no hay pruebas de que los organismos genéticamente modificados aumenten la producción de los cultivos, sino que más bien la disminuyen.

Pero si incluso hubiera una varita mágica con la que resolver la crisis alimentaria global, ¿querríamos que estuviese en manos de los Nestlés y Monsantos? ¿Cuál sería el precio a pagar por que la empleasen? En los últimos meses Monsanto, Syngenta y BASF han estado comprando frenéticamente patentes de las llamadas semillas “todoterreno”, un tipo de plantas que pueden crecer incluso en la tierra agostada por la sequía o salada por las inundaciones.

En otras palabras: plantas modificadas para sobrevivir a un futuro de caos climático. Ya sabemos hasta qué punto está dispuesta a llegar Monsanto a la hora de proteger su propiedad intelectual, espiando y demandando a los granjeros que se atrevan a guardar sus semillas de un año para el otro. Hemos podido ver cómo las medicaciones patentadas contra el VIH impiden salvar a millones de personas en el África subsahariana. ¿Por qué los cultivos “todoterreno” patentados iban a ser diferentes?

Mientras tanto, entre tanta charlatanería excitante sobre nuevas tecnologías perforadoras y genéticas, la administración Bush anunció una moratoria de hasta dos años en los proyectos federales para la investigación en energía solar, debido a, aparentemente, preocupaciones medioambientales. Nos vamos acercando a la frontera final del capitalismo del desastre. Nuestros dirigentes no invierten en tecnologías que nos prevengan de una manera efectiva de un futuro climáticamente caótico, y en vez de eso se deciden a trabajar codo con codo justamente con quienes traman planes cada vez más endiablados para aprovecharse de las desgracias ajenas.

La privatización del petróleo iraquí, el aseguramiento de los cultivos genéticamente modificados, la reducción de las últimas barreras comerciales y la apertura de los últimos refugios naturales a la explotación privada... no hace mucho estos objetivos eran conseguidos uno tras otro mediante corteses acuerdos comerciales presentados con el pseudónimo de “globalización”. Ahora esta agenda completamente desacreditada está obligada a cabalgar sobre las espaldas de crisis cíclicas, vendiéndose a sí misma como la medicina que curará de una vez por todas el dolor del mundo. Naomi Klein es autora de numerosos libros, incluido el más reciente The Shock Doctrine: The Rise of Disaster Capitalism.


Traducción para www.sinpermiso.info: Ángel Ferrero

19 de abril de 2010

El movimiento por el decrecimiento y sus propuestas: Comercio justo, consumo responsable y soberanía alimentaria

Entrevista a Esther Vivas, socióloga e integrante del Centro Estudios sobre Movimientos Sociales

El movimiento por el decrecimiento y sus propuestas: Comercio justo, consumo responsable y soberanía alimentaría

Diario de Prada de la Universitat Catalana d’Estiu


Esther Vivas nació en 1975 (Sabadell). Es licenciada en periodismo y diplomada en estudios superiores de sociología. Forma parte del Centro Estudios sobre Movimientos Sociales (UPF) y ha publicado, entre otros, los libros "Del Campo al plato" (2009), "Supermercados, no gracias" (2007) y "¿Adónde va el comercio justo?” (2006).


-¿Qué opinión tienes del movimiento por el decrecimiento y sus propuestas?

El decrecimiento es un concepto que tiene la virtud de plantear una crítica radical al actual modelo productivista en un contexto de crisis ecológica global y que cuestiona las políticas vigentes y la falacia del crecimiento sin límites, pero considero que el término puede tener algunos límites al plantearse como una salida al imaginario dominante.

El decrecimiento como tal puede resultar difícil de entender al referirse a los países del Sur, ya que a escala global es necesario un reequilibrio profundo que implique el decrecimiento en algunas zonas del planeta y el crecimiento en otras. Del mismo modo, aquí debemos de decrecer en algunos aspectos (inversión militar, ayudas a los bancos y a los empresarios) pero crecer en otros (agricultura ecológica, cuidados, servicios públicos, etc.). En el contexto de crisis económica actual, la idea de decrecer puede ser difícilmente aceptada por los sectores más afectados por la crisis, como los parados, precarios, familias con dificultades para llegar a final de mes, etc.

Más que buscar una etiqueta, lo importante es hacer una crítica radical en al actual modelo de producción distribución y consumo, denunciar los intentos de promover un capitalismo verde y trabajar a favor de alternativas desde una perspectiva anticapitalista y ecologista radical.

- Acciones como la de Enric Duran han contribuido a difundir una nueva manera de plantear las problemáticas y luchar. ¿Cómo valoras esta acción?

Acciones como ésta con un fuerte impacto mediático son útiles para generar conciencia a la vez que son demostrativas. En estos momentos, hay que ser solidarios con Enric frente a la represión, pero al mismo tiempo es necesario recordar y enfatizar que el cambio y la transformación social sólo serán fruto de la acción colectiva.

- La situación de crisis económica muestra las debilidades del sistema. ¿Qué respuestas hay que dar a la crisis? ¿Qué alternativas?

Ante el impacto de la crisis es necesario profundizar en las demandas alternativas y radicalizar su contenido: tenemos que elevar el listón de la crítica. Ahora es el momento de volver a poner sobre la mesa demandas que hace unos años estaban olvidadas porque parecían fuera de la realidad: nacionalización del sistema bancario sin indemnización y puesta bajo control público y democrático; “cero despidos” en empresas con beneficios y que utilizan la crisis como pretexto; reforma fiscal progresiva y un impuesto especial sobre las grandes fortunas para crear un fondo de solidaridad, etc.

-¿Nos puedes dar algunos ejemplos prácticos de lo que plantea el movimiento por el comercio justo, el consumo responsable y la soberanía alimentaría?

Ante la usurpación de los recursos naturales, reivindicamos el derecho a la soberanía alimenticia de los pueblos: que las comunidades controlen las políticas agrícolas y de alimentación. La tierra, las semillas, el agua... tienen que devolverse a los campesinos. Exigimos unas políticas públicas que promuevan una agricultura local, sostenible, libre de pesticidas, químicos y transgénicos. Es necesario avanzar hacia un consumo responsable y consumir en función de lo que realmente necesitamos, combatiendo un consumo excesivo, antiecológico, innecesario, superfluo e injusto.
Más allá de la acción individual, es fundamental la acción política colectiva. Podemos participar en cooperativas de consumidores de productos agroecológicos que funcionan a nivel local y que a partir de la autogestión establecen relaciones de compra directas con los campesinos y productores de su entorno. Pero es fundamental que esta acción política trascienda el ámbito del consumo y establecer alianzas entre diferentes sectores sociales afectados por la globalización capitalista y actuar políticamente. Un cambio de paradigma en la producción, la distribución y el consumo tan solo será posible en un marco más amplio de transformación política, económica y social.

Entrevista publicada en el Diario de Prada de la Universitat Catalana d’Estiu, 23/08/09

18 de abril de 2010

CINE DEBATE 20 DE ABRIL FCPyS

A toda la comunidad universitaria y público en general
Se les extiende una cordial invitación a la Sesión Inaugural al Ciclo de Cine Debate titulado:

“DOCUMENTALES PARA DESPERTAR TU CONCIENCIA:
CONSTRUYENDO EL DIÁLOGO DE UNIVERSITARIO A UNIVERSITARIO”.

El Martes 20 de abril a las 14:00 hrs.
En el Edificio B, Salón 212 de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales


Ante los actuales sucesos nacionales e internacionales donde la crisis económica, ambiental y social han alcanzado un punto crucial, reflejado en la ola de violencia cada vez más presente en la vida cotidiana, es que se hacen urgentes y necesarios espacios de reflexión, donde se construya el diálogo de persona a persona, donde no hay critica a los puntos de opinión, jerarquías o manipulación, un espacio donde la solución a los problemas provenga de la conciencia, de la realidad y de la chispa de rebelión que hay cada uno de nosotros.

Pues en la medida en que vayamos redescubriendo nuestra historia y nuestra realidad como individuos y sociedad, sabremos que no somos pobres por que así lo quiso el destino o la historia y que el subdesarrollo que hoy nos estigmatiza, es un símbolo impuesto por ser parte de la base que sostiene el desarrollo de naciones ricas.

Este es el fin y el motor del "CICLO DE DOCUMENTALES PARA DESPERTAR TU CONCIENCIA: CONSTRUYENDO EL DIÁLOGO DE UNIVERSITARIO A UNIVERSITARIO”.

Nace de la urgencia de alumnos, profesores y egresados, de que existan espacios de reflexión y conocimiento libres, sin obligatoriedad de créditos y donde se rompan las barreras intergeneracionales e interdisciplinarias.

Pues suele ser el lenguaje interpretativo de las aulas no siempre el precio inevitable de la profundidad, de la crítica, de la conciencia. Puede esconder simplemente, en algunos casos, una incapacidad de comunicación elevada a nivel intelectual. Donde el aburrimiento sirve así, para bendecir el orden establecido, confirmando que el conocimiento, del que José Martí enunciaba que nos haría libres, es un privilegio de las élites.

Mucho les agradeceré hagan extensiva esta invitación a profesores, alumnos y público en general que se encuentren interesados.



Reciban un cordial saludo

Atte.:
Movimiento Descrecimiento UNAM,
Alumnos, Egresados y Profesores de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales

15 de abril de 2010

El Movimiento por el Descrecimiento en México

EL MOVIMIENTO POR EL DESCRECIMIENTO EN MEXICO

Breve informe presentado en la plenaria del 29 de marzo de 2010 de la Segunda Conferencia Internacional sobre Decrecimiento celebrada en Barcelona

El movimiento por el descrecimiento en México tiene sus raíces en la presencia de Ivan Illich en nuestro país en los años 60 y 70; su pensamiento ha sido central en la emergencia de este movimiento, pero, también lo ha sido el pensamiento de Murray Bookchin, EF Schumacher, Rudolph Bahro, Andre Gorz, Prudhomme, Bakunine, Kropotkin, entre otros. Sin embargo, este movimiento ha recibido mucha influencia de parte del maestro Jean Robert, tal vez el mejor conocedor del pensamiento de Ivan Illich, quien reside en México desde hace más de 35 años. La crítica al desarrollo, al Estado y al Mercado, a la ciencia y a la tecnología ha estado presente en la base de este movimiento que se sustenta en 25 años de activismo ecologista en la Cuenca del Valle de México. Desde la fundación del Foro Ecologista del Valle de México en 1991 y luego en su refundación en 2005, como ECOMUNIDADES, Red Ecologista Autónoma de la Cuenca de México, se han seguido básicamente las ideas principales de lo que ahora se denomina como decrecimiento.

Iniciado por ECOMUNIDADES en junio de 2007, con el apoyo de EDENAT, y grupos de medio ambiente de varias universidades, el movimiento mexicano por el descrecimiento ha celebrado a esta fecha siete coloquios, cuatro mesas redondas, una manifestación, un seminario y diversas reuniones; ha presentado en el Foro Social Mundial – México dos coloquios. Como consecuencia de estas acciones existen ahora unos cinco grupos universitarios orientados al descrecimiento y existen dos grupos de activistas: ¡Descrecimiento o Barbarie! y ¡Descrecimiento o Colapso! Entre los principales temas de discusión han sido: la extracción de petróleo- en 2008 presentamos ante el Senado una propuesta con relación a la nueva ley de Petróleos Mexicanos- la reducción del uso del auto; eliminación del sanitarismo convencional; el rechazo a los megaproyectos; la ley de la movilidad urbana; el descrecimiento de la ciudad; el cambio climático y el pico del petróleo; historia de la economía; feminismo y descrecimiento; filosofía de la vida simple y el consumo frugal, entre otros temas.

El movimiento mexicano por el descrecimiento ha sido muy critico de las empresas transnacionales, los partidos, los gobiernos y las universidades; hemos influido a las universidades mexicanas antes que ellas nos hayan influido; el movimiento ha mantenido cercanía con los zapatistas, los afectados socio ambientales- apoyamos la lucha en la Ciudad de México contra la nueva línea 12 del Metro , contra la supervía del poniente y contra las infraestructuras para el auto - con los grupos vecinales que defienden su medio ambiente; con la Otra Campaña; con los grupos que desarrollan ecotecnias y grupos ambientalistas en general. Fui invitado a participar en el seminario de degrowth del Klimaforum09 de Copenhague, lo que trajo como consecuencia la invitación del comité danes a organizar en México el Klimaforum10 de Can Cun, actividad en la que ahora nos concentramos.

La vista de Serge Latouche a México en este mes de marzo, organizada por ECOMUNIDADES, ha sido muy exitosa: hizo presentaciones ante numerosas concurrencias en cuatro universidades, una asociación de académicos y un liceo. Esta visita ha provocado una mayor lectura de los textos sobre descrecimiento en México.

Estimamos que las ideas del descrecimiento nos permiten enfrentar las fuerzas destructivas que operan en el mundo entero, defender las culturas vernáculas existentes en nuestro país y crear mejores formas de resistencia durante la transición hacia una sociedad post desarrollo, post petrolera.

NOTA: Desde 2007 utilizamos en México la palabra DESCRECIMIENTO, como forma de distinguir al proceso de reducción voluntaria frente a la reducción involuntaria que podría denominarse decrecimiento; por otra parte, nos ayuda a alejarnos de los gustos y costumbres de los economistas. Es necesario salir de la economía y del economicismo. La palabra decrecimiento es probablemente un galicismo introducido al español en el Siglo XIX, por medio del pensamiento científico francés.

-- Miguel Valencia
ECOMUNIDADES
Red Ecologista Autónoma de la Cuenca de México
¡DESCRECIMIENTO O BARBARIE!
Acción inmediata frente al Pico del Petróleo y al Cambio Climático
Textos recientes en http://red-ecomunidades.blogspot.com/

¿Quién debe a quién?. Los países empobrecidos como acreedores económicos, sociopolíticos y ecológicos.

¿Quién debe a quién?. Los países empobrecidos como acreedores económicos, sociopolíticos y ecológicos.

Autores personales: Calle, Ángel (Autor/a; Canal)


Índice:
Introducción.
Los países del Norte "necesitan" un Sur.
La deuda externa: un mecanismo de dominación "suave".
Los países empobrecidos son, en realidad, acreedores.
La deuda económica: el expolio histórico.
La deuda política: dictaduras contra pueblos.
La deuda ecológica: el mundo como banquete para unos pocos.
La deuda social: la injusticia global.
¿Y ahora qué?.
Bibliografía.


Introducción.

En los círculos económicos y políticos que rigen buena parte del destino del mundo (desde el Fondo Monetario Internacional hasta los gobiernos de los países más ricos) la deuda externa representa un “problema” originado por los países del llamado Sur. No pagan, luego son deudores, nos afirman. Ello justificará la imposición de políticas económicas beneficiosas para los más ricos, de la mano del Fondo Monetario Internacional y de los “acuerdos” para la renegociación del pago de la deuda externa.

Pero ¿de qué deuda estamos hablando? Si para realizar el cómputo de dicha deuda incluimos también otras dimensiones de la misma como el expolio histórico de los países empobrecidos por parte de empresas del Norte, la contaminación planetaria y el uso excesivo de recursos para mantener el consumo no sostenible de una minoría acaudalada o los préstamos que se realizan para apoyar a una dictadura o a una élite del país receptor nos encontraremos con una situación bien distinta: son los países empobrecidos los que son acreedores de una deuda económica, histórica, social, política y ecológica.

Los países del Norte "necesitan" un Sur.

El modelo económico que rige la práctica totalidad del mundo, un capitalismo de corte neoliberal, lejos de situar las necesidades de las personas (materiales y de expresión) en el centro de su reproducción, trabaja, o digamos que nos hace trabajar, para situar a multinacionales y capitales financieros como motores del planeta.

Como consecuencia de ello el número de empresas multinacionales superó ya la cifra de 50.000. Controlan un setenta por ciento del comercio internacional, aunque en términos laborales, el número de puestos de trabajo que directamente ofrecen es inferior a 100 millones. El mercado de divisas, de especulación sobre la diferencia de cambio en las monedas, era ya en 1995 sesenta veces superior al intercambio real de bienes y servicios. Mientras tanto, las dos décadas que van desde 1980 al 2000 supusieron “veinte años de descenso en el progreso”: los niveles de crecimiento económico de los países más pobres pasaron del 2% a registrar un decrecimiento real; también en sanidad o en educación las tasas de mejora de las décadas precedentes no pudieron mantenerse.

Se expanden los “derechos del capital” pero no los “derechos humanos” como se recoge en los propios informes del PNUD (2001). Este modelo económico se alimenta desde el Norte, donde radican las empresas más importantes y se concentra el poder político , y sirve sobre todo para alimentar los niveles de consumo del 20% de la población mundial más acaudalada del planeta. Pero es un modelo que no sólo vive a costa de gran parte de la población del llamado Sur, sino que además necesita a estas personas empobrecidas para seguir engrasando la maquinaria neoliberal.

En efecto, los países empobrecidos proveen a los países del centro económico de recursos materiales, monetarios y biológicos indispensables para que la rueda neoliberal siga girando.
Entre los recursos materiales contaremos con las materias primas necesarias para la elaboración de productos manufacturados, que en algunos casos volverán al Sur con un precio sustancialmente incrementado (desde el café hasta los materiales indispensables para fabricar un teléfono móvil).

También desde el Norte se reclamará satisfacer las necesidades de consumo de los “nuevos ricos”: langostinos de Ecuador o Madagascar, carne y cereales transgénicos al servicio de una dieta “rápida” y desequilibrada. Especialmente sensibles se encontrarán los países del Norte a las alteraciones que pudieran producirse en el servicio de recursos energéticos indispensables, para lo cual no se tendrán miramientos a la hora de apoyar regímenes dictatoriales (caso español: avidez por el gas argelino o por el petróleo guineano) o emprender las guerras y desestabilizaciones sociales que sean necesarias (Estados Unidos: ocupación de Iraq, desestabilización de Venezuela). Progresivamente, bajo una creciente división internacional del trabajo, los países empobrecidos se convierten en abastecedores industriales mientras que los más ricos son proveedores mundiales de servicios financieros y tecnológicos.

Los recursos monetarios no son tampoco despreciables: pagos derivados de la deuda externa, beneficios de multinacionales, lucros generados por la dependencia tecnológica del Sur con respecto al Norte, ganancias especulativas derivadas de los turbulentos mercados financieros que arrastran tras de sí a países enteros. Así, desde el llamado Sur, el cobro de la deuda externa supuso un envío de 372.575 millones de dólares en el 2003, cifra cinco veces superior a lo que los gobiernos enviaron en concepto de ayuda al desarrollo, que fueron 69.000 millones de dólares (en el 2002 este envío resultó casi diez veces superior, pues la denominada ayuda al desarrollo fue de 37.000 millones de dólares).

Los negocios internos entre la casa matriz y las compañías filiales constituyen ya un tercio del comercio mundial. Un negocio de puertas adentro que no admite competidores y que se manipula a favor de las empresas que buscan declarar pérdidas con objeto de no pagar impuestos, para lo cual inflarán artificialmente las ventas a las empresas subsidiarias o endeudarán a las filiales . Así mismo, los grandes fondos de inversión ven en los países objetivos directos de su especulación dando lugar a crisis (México 1994, Rusia y sudeste asiático en 1997, Brasil 1998, Argentina 2001, entre otros) que dejan tras de sí un reguero de empobrecimiento y exclusión social. El dinero llama al dinero, pero lo mucho a lo menos, como se afirma popularmente.

Por último, los recursos biológicos constituyen el gran negocio de las empresas avispadas del Norte. La bioprospección persigue “descubrir” plantas y usos medicinales, que forman parte del saber de comunidades indígenas en muchos casos, para luego patentarlas mundialmente y apropiarse así de conocimientos ancestrales sin tener que invertir un duro en investigación. Los fundamentos de la vida son objeto de creciente mercantilización.

La deuda externa: un mecanismo de dominación "suave".

La extracción de estos recursos, como todo ejercicio de dominación, se sirve de mecanismos “fuertes”, físicos, para imponer su poder (la represión, la guerra, los procesos de colonización), pero también de medios más “suaves”, culturales y simbólicos en gran medida, que buscan legitimar procesos sin mancharse las manos (por ejemplo, la educación en pautas consumistas o la difusión mediática de discursos que presentan a la llamada globalización económica como un fenómeno “imparable” y “beneficioso” para la humanidad).

La deuda externa se acerca más a los mecanismos de dominación “suaves” que permiten garantizar un flujo constante de recursos materiales, monetarios y biológicos desde el Norte hacia el Sur. Al fin y al cabo, una creencia simplista y que coloca el sistema económico como fuente de todo derecho y de toda racionalidad aplicable a las relaciones humanas nos lleva a suponer, y a exigir, que toda “deuda” ha de ser pagada. Esta opinión no entra a valorar las circunstancias que rodearon el establecimiento de esta deuda; quiénes, para qué y con qué consecuencias reales asumieron dicho compromiso financiero. Pero esta creencia sí sirve para legitimar los constantes procesos de renegociación de una deuda, impagable en muchos casos, en los cuales, subrepticiamente, se introducen condicionalidades tales como: la privatización de servicios públicos (que irán a parar a manos de inversores extranjeros en muchos casos), la eliminación de obstáculos a la circulación de capitales, el establecimiento de tasas de interés altas que beneficiarán a los especuladores, la intensificación de los procesos de extracción de recursos sin tener en cuenta las consecuencias medioambientales . Todo ello con el objetivo de asegurar e incrementar el flujo de recursos del Sur hacia el Norte. Y además sin tener que recurrir, al menos momentánemente, al uso de una violencia visible y que hoy tiene más problemas para encontrar la aquiescencia de la opinión pública.

¿Y cómo fue generado este mecanismo de dominación “suave”?. Gobernantes de países recién independizados, dictadores en muchos casos, creyeron que el alza en los 60 de la demanda de materias primas daba margen para endeudamientos públicos, y también para los negocios privados. En los 70, el precio del petróleo pasa de 3 a 34 dólares en 8 años. Son los “petrodólares” que de las manos de los productores, bastantes jeques árabes entre ellos, pasan a los bancos europeos, interesados en prestar rápido y sin muchos miramientos. La bola de la deuda externa se agiganta. La puntilla la pone las subidas de los tipos de interés y la revalorización del dólar de finales de los 70, una medida auspiciada por los Estados Unidos. Los intereses son ya impagables. México dice en 1982 que no paga, y tras él, Brasil. El “problema de la deuda externa” está servido. Los ricos hicieron más dinero y los pobres quedaban condenados a pagar la irresponsabilidad interesada de los primeros.

¿Cuál es la situación actual? La deuda externa de los países más pobres es de 2,4 billones de dólares. Una cantidad “irrisoria” en el panorama financiero internacional, pues representa el 4% de la deuda mundial. El déficit comercial de Estados Unidos es superior al medio billón de dólares: depende de quién deba para que el asunto sea un problema o se considere un mal necesario para el “avance económico” del mundo. En concreto, los 41 países más empobrecidos “deben” 300.000 millones de dólares. Por su parte, el Estado español es “acreedor” de unos 12.000 millones de euros (2 billones de las antiguas pesetas). Y los “deudores” se corresponden con países de interés económico para las empresas de este país: Argelia (por su gas) es el primero de la lista con unos 1.141 millones de euros. Le siguen Rusia (961 millones) y China (819 millones) mercados emergentes o interesantes para inversionistas españoles que se han beneficiado de fondos de ayuda a la exportación (FAD), créditos que engordaban la deuda externa y que obligaban a realizar compras en España.

Las elites políticas y económicas, conscientes de que era necesario vender que había una toma de conciencia sobre la problemática han ido poniendo sobre la mesa, y haciendo pregonar a bombo y platillo, sucesivas iniciativas “destinadas” a la reducción del monto de la deuda, al menos para los países más pobres. En 1996, prometieron anular el 80% de la deuda de los más pobres. Finalmente, seleccionaron 42 países, la mayoría del África Subsahariana, a los que aplicarían un plan de reducción de deuda, la llamada iniciativa HIPC (países pobres altamente endeudados, en inglés), que luego se “reforzaría” en 1999, prometiendo el 90% de reducción, durante la cumbre del G7 en Colonia. En realidad, se trataba de eliminar algo de deuda que no iba a ser pagada en cualquier caso. A cambio, los países realizaban un ajuste estructural (reformas neoliberales) que asegurara el pago futuro de la deuda pendiente (potenciando políticas comerciales que aseguren la entrada de divisas, obligando a mantener ciertas reservas en dólares). La iniciativa HIPC ha resultado un desastre, incluso desde el criterio de los propios “acreedores”: sólo siete países han conseguido reducir su endeudamiento a niveles considerados “sostenibles” por el FMI; países que seguirán pagando del orden del 15% de sus ingresos, una cantidad superior a lo que invertirán la mayoría de ellos en educación o en atención sanitaria; en su conjunto, los países más empobrecidos continúan enviando diariamente 100 millones de dólares a sus prestamistas del Norte .

En total, entre 1980 y 2000 los países pobres han pagado siete veces la deuda externa que acumulaban hace dos décadas. Pero se encuentran con que deben ahora 4 veces más. El mecanismo de dominación de la deuda externa, poco a poco, se ha ido deslizando del terreno de la “suavidad” a la notoria “coerción” (si no pagas, no hay financiamiento externo) característica de los mecanismos “fuertes”. De esta manera, gobiernos como el de Ecuador (tras la salida de Gutiérrez como consecuencia de la insurrección popular), o parcialmente Kirchner, han anunciado que la deuda externa les plantea un problema de soberanía: ¿atender las peticiones de agentes extranjeros que ya han extraído y siguen extrayendo muchos recursos del país o invertir en las necesidades de la ciudadanía?

Los países empobrecidos son, en realidad, acreedores.

“No debemos. No pagamos”. De manera creciente, las redes sociales del llamado Sur, ante el panorama de explotación económica, política, ecológica y social al que se han visto sometidos durante siglos , nos plantean que cambiemos el chip, que desafiemos la creencia, que argumentemos desde la razón: ¿cómo van a considerarse “deudores” aquellas gentes que nunca firmaron nada y sólo están obteniendo a cambio perjuicios?, ¿no es más racional y razonable considerarles como acreedores del Norte, en particular de empresas y gobiernos que estarían endeudados económica, política, ecológica y socialmente con ellos?


La deuda económica: el expolio histórico.

Al margen de la desigualdad en los términos de intercambio comercial y de los expolios que puedan organizar las multinacionales y el capital financiero, el Sur es en realidad un prestamista neto del Norte. Entre 1998 y 2002 los países más pobres enviaron en concepto de pago de deuda 922.000 millones de dólares y recibieron como nuevos créditos 705.000 millones: un saldo negativo de 217.000 millones de dólares. Así, el gobierno español recaudó entre 1996 y 2002 unos 4.400 millones de euros; es decir, la mitad de la cantidad destinada a “ayuda al desarrollo” en ese período ha sido “financiada” por los países del llamado Sur.

Como afirma la famosa carta de un jefe azteca, al puerto de San Lúcar de Barrameda llegaron 185.000 kilos de oro y 16 millones de kilos de plata entre 1503 y 1660. Dado que esta cantidad debería ser reembolsada, estipulando un 10% de interés, inferior al que tuvieron que padecer los gobiernos del Sur durante la década que dio lugar a la crisis de la deuda en los 80, nos encontramos con que América Latina es acreedora de una cantidad de euros cuya cifra supera los 300 dígitos.

La deuda política: dictaduras contra pueblos.

La colonización europea supuso el inicio de varios siglos de dominación que mediante mecanismos “fuertes” o “suaves” ha supuesto siempre que la soberanía de los países del Sur no ha residido en la voluntad de sus habitantes, sino que ésta ha estado en manos de las elites del Norte que han encontrado también intereses compartidos con determinadas elites de estos países empobrecidos.

En muchos casos, este rapto de soberanía da pie a manifestar que muchas de las deudas contraídas fueron manifiestamente deudas ilegítimas: los préstamos que se adquirieron en nombre del país se utilizaron para ir en contra de sus propias gentes. El grueso de la deuda argentina comenzó a gestarse durante la dictadura. El gobierno sudafricano adquiría préstamos que en su tiempo le valían para consolidar el régimen de segregación racial.
Suharto se enriquecía al tiempo que los préstamos empobrecían a los indonesios y le permitían adquirir armamento que utilizaría contra las gentes de Timor. Dinero para violar derechos humanos, para asegurar una gobernabilidad favorable a los intereses de ciertas elites del Norte. En ocasiones el dinero sirve más para enriquecer a una minoría adinerada imposibilitando además la prosecución de un desarrollo de carácter social para sus países. Entre 1970 y 1996 elites africanas depositaron en los bancos del Norte 285.000 millones de dólares, con lo que podríamos interpretar que, dado que el préstamo volvió a donde salió, se debe reembolsar los 106.000 millones de dólares que no se quedaron en el país.

Algunas veces, cuando la legitimidad del entramado financiero estalla por los aires y el dictador se convierte en “dictadorzuelo” sin utilidad para el patio trasero de algún gobierno del Norte, estos personajes son obligados a devolver algunas de las cantidades robadas: el filipino Marcos (600 millones de dólares en Suiza), Fujimori y Moratinos (67 millones), etc. En la misma senda, ¿qué podríamos decir de proyectos fastuosos como las Tres Gargantas de China que han recibido financiación internacional y que suponen el desplazamiento de miles de familias? ¿O de Repsol, multinacional joya-de-la-corona, que siembra el pánico social y medioambiental en África o en Latinoamérica (ver cuadro adjunto)? ¿Pueden considerarse que las contabilidades esgrimidas representan “deudas del Sur” o más bien al contrario?

Hay que decir que existe un respaldo jurídico internacional que permitiría a un país repudiar aquella deuda heredada de un gobierno despótico, la llamada deuda odiosa. Se estima que al menos un 20% de la deuda de los países empobrecidos se encuadraría en ella.


La deuda ecológica: el mundo como banquete para unos pocos.

La intervención de las multinacionales extranjeras en los países del Sur deja su huella, no sólo en los etéreos libros de contabilidad, sino también en el propio terreno. Se trata de la deuda ecológica, aquella generada a través de la deuda del carbono, por la biopiratería, por los pasivos ambientales, por la exportación de residuos tóxicos y por la deuda alimentaria.

La deuda del carbono tiene su origen en la contaminación desproporcionada de los países más industrializados, causante del calentamiento global del planeta. La emisión de CO2 por habitante en Estados Unidos es de 5,38 toneladas, en el Estado español de 2,45 toneladas, mientras que en la India es de tan sólo 0,22. Si a la Unión Europea se le aplicase la multa de 100 euros por tonelada que superase los umbrales previstos en el propio tratado de Kyoto, tendríamos que la deuda acumulada del carbono sería en 1990 de 980.500 millones de dólares, cifra superior a la deuda externa de los países más pobres, unos 870.000 millones por aquel entonces. Unos contaminan y no pagan. Otros son contaminados y reciben sequías, desertificaciones y dantescas hambrunas como consecuencia de ello.

La deuda por biopiratería es resultado de la apropiación comercial de conocimientos ancestrales o de recursos biológicos del Sur. Por ejemplo, la “ayahuasca” es una bebida espiritual y medicinal usada por indígenas del Amazonas y que en 1986 patentó un ciudadano de Estados Unidos. La multinacional Procter & Gamble seleccionó los frijoles más amarillos que extrajo de México, desarrollando un “nuevo producto”. Ahora los campesinos mejicanos deben pagar por comercializar estos frijoles.

La deuda por pasivos ambientales proviene de la contaminación del aire, del suelo y del agua, y de la muerte de personas y de ecosistemas como consecuencia de la actividad de empresas del Norte. Recordemos que la fábrica de la Unión Carbide en Bohpal dejó tras de sí en 1984 un reguero macabro de 5.000 muertes y 150.000 enfermos. Se estima que los vertidos que ocasionan los 300 pozos de la petrolera Texaco en Ecuador afectan a más de 300.000 personas. Sin respetar legislaciones y acuerdos medioambientales, al margen de los focos mediáticos, y consiguiendo hacer caer a las comunidades pobres en sus redes a cambio de algunos dólares, las multinacionales contaminan sin importarles el impacto, medioambiental y social, que tienen en muchas reservas biológicas del planeta.

La deuda de la exportación de residuos se genera mediante el envío de materiales altamente peligrosos para la salud de la población y para el medio ambiente que gobiernos y empresas no pueden ni quieren almacenar en el Norte. Por ejemplo, los Estados Unidos exportan el 80% de los aparatos eléctricos recogidos para reciclar a países como China, India y Pakistán donde acabarán en vertederos no sujetos a ningún control.

La deuda alimentaria se incrementa día a día a través de un consumo alentado por las grandes multinacionales que impide a los países del Sur desarrollar modelos agrícolas destinados a satisfacer las necesidades básicas de sus habitantes. Los modelos agroexportadores se imponen a través del FMI, que busca que los países se especialicen en la producción de unas cuantas materias primas para su venta en el mercado mundial; y a través de las pautas de consumo insostenibles (social y medioambientalmente) del 20% más privilegiado del planeta: los langostinos llegan “baratos” a la mesa, tras haberse extraído en condiciones laborales que no quisiéramos para nosotros y no haber incorporado en los costes la “factura” de su transporte desde el Sur o de los caladeros esquilmados.

De esta manera, los gobernantes de Brasil, en lugar de favorecer la reforma agraria, reducían en un 75% el presupuesto disponible para la compra de tierras durante el 2003 (de 462 millones de reales previstos a 162). Se privilegia el pago de la deuda externa (que requiere reducir gastos sociales) y la exportación de soja transgénica (de gran demanda en granjas de animales del Norte) . Argentina, a su vez, será un exportador de carne mientras en regiones pobres del país se extiende la desnutrición y hay niñas y niños que se mueren de hambre. Los “privilegiados” del Norte les dicen al Sur qué producir y cómo hacerlo, sin que importe quién paga los platos.
Nos comemos el mundo, hacemos uso de bienes ecológicos de otros pueblos. Un dato ilustrativo es que en España la importación de materiales crece más rápido que lo que se produce, es decir, devoramos más para satisfacer aún menos las necesidades más básicas de la humanidad.


La deuda social: la injusticia global.

Las deudas que generamos con respecto al Sur se alimentan unas a otras. La deuda económica alentará la irrupción de conflictos armados y la deforestación de zonas para satisfacer los pagos, constituyendo un auténtico “boomerang” para los países del Norte (George 1993). La deuda política generará a través de corruptelas y de dictadores más deuda económica. La necesidad de recursos del Sur hará que sean más palpables las necesidades de apoyar regímenes adeptos que a su vez serán más proclives a endeudar más a sus pueblos.

Todas esas deudas desembocan en una deuda social con los habitantes de los países empobrecidos. El pago de la deuda externa de un país como Tanzania fue, en 1998, 9 veces el gasto en educación primaria. Los 38 países más pobres este servicio de deuda es superior a su gasto en salud (PNUD 1999).

Buena parte de la deuda económica de los países empobrecidos, en torno al billón de dólares, se ha generado por la venta de armamento. Ni siquiera la existencia de una situación de catástrofe humanitaria, como la acontecida tras el Tsunami en tierras asiáticas, impide la comercialización de la ayuda humanitaria: la mayor parte de la ayuda prometida por el gobierno español tras el desastre eran créditos condicionados a la compra de bienes y servicios de empresas españolas. El comercio injusto reforzará un mundo injusto: Nike pagaba a 6.000 trabajadores indonesios 2 millones de dólares por producir unas zapatillas que Michael Jordan anunciaba por 20 millones.

¿Y ahora qué?

Los países pobres no son deudores, son acreedores. No sólo hemos contraído una deuda con ellos (y gobiernos y multinacionales tienen la mayor cuota de responsabilidad en la misma). Sino que, además, debemos impedir en el futuro que se reproduzcan estos mecanismos de dominación.
¿Y qué dicen las élites al respecto? De cara a la cumbre del G-8 (Escocia, en julio) se ha generado un debate sobre cómo reinventarse el enésimo mecanismo de reducción de la pobreza. Gran Bretaña, Canadá y Holanda hablan de cancelar parte del servicio, nunca el grueso de la deuda, de un cierto número de países, con el dinero que saliese de un fondo especial y de la venta de oro del FMI.

Estados Unidos se opone, no está “convencido” de la necesidad y de la bondad del alivio de la deuda, en todo caso podría entender que parte del dinero de la ayuda al llamado “desarrollo” o de instituciones internacionales se destine a rebajar los pagos. De cualquier forma se trata de medidas simbólicas. Son parches que pretenden recuperar legitimidad para seguir aplicando un instrumento de dominación “suave”. La Deuda seguirá creciendo en su conjunto. Y las reducciones puntuales, en el corto plazo, como las experiencias de cancelación de deuda externa de los gobiernos españoles, se reducirá a una parte de la deuda que se sabe que no se va a cobrar, y tendrá como objetivo favorecer la penetración de empresas españolas en estos países.

No podemos seguir por este camino. Son necesarios otros modelos de relación entre el Norte y el Sur y entre las personas y el medioambiente. Las necesidades de las personas (materiales y de expresión) deben estar en el centro de reproducción de nuestras sociedades. Las personas, las comunidades y los países han de tener el derecho y la voluntad de apostar por una soberanía social y alimentaria. La economía, menos aún la ortodoxia neoliberal, no debe establecerse como una verdad y una racionalidad únicas.

Debemos pensar en términos de solidaridad y de libertad, y de armonía con el medio natural en el que estamos insertos. ¿Qué podemos hacer? Individualmente tenemos una responsabilidad como consumidores. Podemos estar bien y felizmente alimentados sin que por ello tengamos que comernos otros países.

Colectivamente, en el plano de las redes sociales un primer paso lo constituirá el reconocimiento de la existencia de una deuda (económica, política, ecológica, social) que tenemos con el Sur, y la reclamación de la puesta en marcha de iniciativas para su abolición. Por ello diversos colectivos (ATTAC, Ecologistas en Acción, Cristianos de Base, Derech@s para Tod@s, RCADE, entre otros) nos hemos puesto a trabajar en la campaña “¿Quién debe a Quién?”, en la que aparte de sensibilización y acciones de protesta, promovemos una serie de reivindicaciones concretas al gobierno español (ver www.quiendebeaquien.org).

Pero no bastarán estas medidas. Podremos pensar y construir otro modelos en la medida en que nos enredemos organizaciones y enredemos también las soluciones que proponemos: una mayor ayuda pero que realmente esté destinada a un desarrollo social, la abolición de los paraísos fiscales y la implantación de una tasa que grave y controle el flujo especulativo de capitales, la recuperación y el mantenimiento de bienes públicos (agua, salud, educación, energía, etc.), la eliminación de ejércitos y la liberación así de ingentes recursos para las necesidades sociales de la población mundial, etc.

La construcción de un mundo en el que solidariamente quepan muchos mundos, necesitará de que las y los rebeldes se busquen y traben sus rebeldías; de que alteremos los mecanismos de dominación en el presente, sin que por ello escatimemos esfuerzos para recrear espacios (pautas sociales, redes) que apunten a otros modelos sociales más humanos y menos mercantilizados.


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12 de abril de 2010

Sobre el término ‘decrecimiento’ y sus usos

Sobre el término ‘decrecimiento’ y sus usos
Habida cuenta de la magnitud de las agresiones que el capitalismo imperante ha asestado contra la naturaleza, y al menos en el Norte opulento, se impone reducir los niveles de producción y de consumo de muchos bienes. Y ello de resultas de al menos tres circunstancias: vivimos por encima de nuestras posibilidades, es urgente cortar emisiones que dañan peligrosamente el medio y, en fin, empiezan a faltar materias primas vitales.

Ahora bien, ¿es el término ‘decrecimiento’ el adecuado para describir esa propuesta o, por el contrario, y como señalan voces muy respetables, arrastra problemas severos? Hablando en propiedad, ninguno de los conceptos que utilizamos para describir iniciativas complejas deja de suscitar polémicas. Un ejemplo: aunque la mayoría de los improbables lectores de este texto se confesarán anticapitalistas, parece evidente que no todos los discursos que se reclaman de esa etiqueta son suscribibles. Determinadas modulaciones del rigorismo islamista contestan agriamente el capitalismo sin que sus cimientos conceptuales y su propuesta final sean, claro, los nuestros.
A duras penas, y en semejantes condiciones, podría uno pretender que el término ‘decrecimiento’ está libre de carencias. Hay quien señalará, así, que en realidad se ha abierto camino en los últimos meses un activo proceso de decrecimiento que es resultado de la llamada crisis financiera. Salta a la vista que ese proceso nada tiene que ver con lo que proponemos, y ello por mucho que, a la hora de describirlo, resista el empleo –bien es verdad, eso sí, que más bien raro– del mismo término. En paralelo, tampoco faltará quien aduzca que la palabra ‘crecimiento’ en su sentido más cotidiano tiene entre nosotros un cariz positivo –hablamos, por ejemplo, de crecimiento personal–, de tal suerte que no parecería razonable atribuir una condición saludable, también, a su antítesis. Lo suyo es reconocer que lo del decrecimiento acarrea un riesgo nada despreciable: si declaramos rechazar el concepto de ‘crecimiento’ porque entendemos que incorpora una aberrante inclinación en provecho de lo estrictamente cuantitativo y en detrimento de la consideración de variables sociales y medioambientales fundamentales, corremos el riesgo de que, al contraponer el vocablo ‘decrecimiento’, éste se vea impregnado del cuantitativismo de su contrario, de tal suerte que se traslade la idea de que, en los hechos, lo único que demandamos es que se verifiquen reducciones en los niveles de producción y de consumo.
Se aducirá, entonces, que debemos poner el acento, no en la demanda de esas reducciones, sino en la condición del proyecto alternativo –primacía de la lógica social frente al consumo y la propiedad, reparto del trabajo, ocio creativo, reducción del tamaño de infraestructuras, preponderancia de lo local, sobriedad y simplicidad– que defendemos, o, lo que es casi lo mismo, que debemos tirar por la borda el término ‘decrecimiento’. De operar de esa manera, lo que ganaremos por un lado lo perderemos por el otro. No se trata de esquivar la mención, siempre necesaria, de los rasgos del proyecto alternativo. Se trata de preguntarse si la mera enunciación de éste, mil veces realizada desde la trinchera del ecologismo radical, es suficiente, en clave de comunicación pública, para desvelar un problema tan hondo. Y ello por no hablar de que algunas de las manifestaciones del proyecto ecosocialista de siempre no acaban de dar el paso definitivo en el sentido de cuestionar directamente las presuntas virtudes del crecimiento económico. En ese sentido, el término ‘decrecimiento’, pese a sus carencias, tiene la virtud de poner delante de nuestros ojos determinadas exigencias que en otras circunstancias quedarían un tanto mortecinas. Dicho sea de paso, no parece que sea distinto lo que corresponde afirmar del vocablo ‘acrecimiento’, que más bien parece invocar la conveniencia de dejar, sin más, las cosas como están.
Es verdad que la discusión que nos atrae tiene perfiles distintos si utilizamos los indicadores económicos del sistema o si empleamos otros de carácter alternativo. En el primer caso no hay manera de esquivar una conclusión: nuestra demanda de acabar con la actividad –o al menos de reducir ésta– de sectores como el militar, el automovilístico, el de la aviación, el de la construcción o el de la publicidad se traduciría en una reducción del Producto Interior Bruto (PIB), sin que sea sencillo entender qué es lo que de malo aprecian en ello quienes recelan del término ‘decrecimiento’. Parece como si reclamar medidas que deben rebajar los niveles del PIB fuera, en sí misma, una actividad pecaminosa. Harina de otro costal es lo que sucedería si utilizásemos indicadores alternativos que valoren en su justo punto las actividades de cariz social y medioambiental. No hay ningún motivo para rechazar que el retroceso de los sectores económicos cuya actividad queremos que se reduzca se vería compensado entonces por el impulso que recibirían esos menesteres sociales y medioambientales, con lo que, en el cómputo final, la economía en conjunto podría no decrecer.
Pero no debe olvidarse que, por muy lógica que sea esta última consideración, lo cierto es que el común de las gentes razona conforme a los indicadores convencionales, de tal suerte que parece preferible poner delante de los ojos de la ciudadanía lo que aquéllos, pese a su impresentabilidad general, revelan bien a las claras: el peso ingente de actividades económicas extremadamente dañinas para el medio natural y la necesidad consiguiente de ponerles freno. Hay quien aducirá que asumir como propio, aun a regañadientes, ese terreno de juego es una opción delicada, o al menos lo es si uno demanda, en época de elecciones, el cierre de complejos fabriles y el reparto del trabajo (tal vez esto explica, siquiera sólo sea de modo parcial, por qué el ámbito en el que las propuestas de decrecimiento germinan con mayor rapidez es el que proporciona el mundo libertario, por definición ajeno a las consultas electorales).
Lo que en ningún caso debemos hacer es trampear con cuestiones tan delicadas como éstas, toda vez que podríamos deslizarnos por un camino mil veces recorrido, como es el de rebajar nuestras propuestas para que la ciudadanía no vea en ellas lo que a muchos nos gustaría, muy al contrario, que viese con claridad. En este orden de cosas, el término ‘decrecimiento’ tiene la virtud del aldabonazo que coloca delante de nuestros ojos un problema fundamental tras obligarnos a formular preguntas muy delicadas sobre la sinrazón que rodea al crecimiento que nos venden por todas partes. Creo que eso es lo que aprecian en él, por lo demás, la mayoría de los interpelados. Y es que semejante capacidad de despertar conciencias no la tiene ninguno de los vocablos alternativos que se manejan.
Ello no es óbice para que quienes nos reclamamos del decrecimiento pongamos todo nuestro empeño en subrayar que el proyecto correspondiente no implica en modo alguno, antes al contrario, una general infelicidad. Trabajaremos menos y, muchos, ganaremos también menos dinero, pero disfrutaremos de más tiempo para otros menesteres y demostraremos fehacientemente que es posible vivir, más felices, consumiendo mucho menos y asumiendo, claro, un ambicioso proyecto de redistribución de la riqueza.
Carlos Taibo. Profesor, ensayista y analista internacional

9 de abril de 2010

ENTREVISTA | SERGE LATOUCHE, PROFESOR EN LA UNIVERSIDAD DE PARÍS XI Y UNO DE LOS IMPULSORES DE LA TEORÍA DEL DECRECIMIENTO

ENTREVISTA SERGE LATOUCHE, PROFESOR EN LA UNIVERSIDAD DE PARÍS XI Y UNO DE LOS IMPULSORES DE LA TEORÍA DEL DECRECIMIENTO


“Salir de la sociedad de crecimiento es salir de las dinámicas de desigualdad”

“La necesidad de romper con el crecimiento, la ideología del crecimiento y la sociedad del crecimiento” es la base de la teoría del decrecimiento, de la que Serge Latouche es uno de sus impulsores.

JOSÉ BELLVER (MADRID)

Miércoles 10 de febrero de 2010. Número 118 Número 119

Foto: David Fernández

DIAGONAL: ¿Qué relación hay entre la idea de decrecimiento y la crítica del concepto de desarrollo?

SERGE LATOUCHE: ‘Desarrollo’ y ‘crecimiento’ son dos palabras que suelen utilizarse indistintamente, aunque existan matices. Generalmente, cuando hablamos de ‘desarrollo’ pensamos en los países del Sur, mientras que cuando hablamos de ’crecimiento’ nos referimos más bien a los países del Norte, pero en cualquier caso es siempre la misma lógica de la acumulación, de la utilidad. Después de la caída del muro de Berlín, se pone en marcha lo que llamamos la mundialización, es decir, la mercantilización del mundo: el mercado único con un pensamiento único. Y entonces, en ese momento, el desarrollo, como un proyecto del Norte hacia al Sur, pierde su sentido ya que sólo hay una economía de mercado: es la lógica del mercado la que es la misma en todas partes. Y curiosamente, el desarrollo no desaparece del horizonte: retoma una nueva vida con la adición del adjetivo "sostenible", porque al mismo tiempo el mundo está unificado pero es alcanzado por la crisis ecológica. Y para afrontar la crisis ecológica sin modificar fundamentalmente el funcionamiento del sistema encontramos esta estrategia verbal, esta extraordinaria invención lingüística del “desarrollo sostenible”, un bonito oxímoron. Es para oponerse al “desarrollo sostenible”, que se convertía en la ideología dominante de la globalización, para lo que hemos utilizado este eslogan de “decrecimiento”. Este concepto refleja que lo que está en cuestión es la sociedad del crecimiento, la cual hay que volver a cuestionarse para no caer en la trampa de “otro crecimiento”, como los expertos en desarrollo caían en la trampa de “otro desarrollo”.

D.: Cuando hablamos de decrecimiento suele pensarse que se trata de invertir el problema ecológico sin prestar suficiente atención a las desigualdades sociales. ¿Es así?

S.L.: No, la sociedad de crecimiento es una sociedad de desigualdades. La dinámica del crecimiento es la dinámica de las desigualdades sociales. Siempre ha estado ligado a una dinámica de desigualdades sociales, en parte ocultadas en el Norte durante 30 o 40 años por culpa de la explotación masiva de los recursos naturales de países lejanos, pero ahora podemos ver claramente que, a partir de las primeras crisis de 1974-75, la dinámica de las desigualdades nunca ha sido tan fuerte.

D.: Entonces, ¿este decrecimiento debería producirse de la misma forma en el Sur que en el Norte? ¿Deberíamos decrecer al mismo ritmo en los distintos países del Norte?

S.L.: Claramente no. Detrás del eslogan de decrecimiento y su correspondiente ruptura con la sociedad de crecimiento está la apertura en positivo a proyectos extremadamente diversos que simplemente tienen en común proyectos de sociedad austera, de no ser sociedades de despilfarro, de sobreconsumo, etc. Pero ser una sociedad austera para un país africano quiere decir producir y consumir más, porque no están actualmente en la situación de austeridad, están por debajo de ella. Para nosotros, es evidente que tenemos que producir y consumir menos dependiendo de cada país, incluso entre los países del Norte. Es evidente que el proyecto de una sociedad de decrecimiento es una etiqueta que constituye todavía un proyecto por definir. Es un proyecto esencialmente político. Corresponde a la sociedad, de la forma más democráticamente posible, decidir lo que quiere hacer y lo que quiere producir y consumir, respetando siempre los equilibrios de la naturaleza. En ese sentido existe un enorme terreno para desarrollar.

D.: ¿Qué líneas podrían definir la práctica del decrecimiento? ¿Podría tratarse de un ‘keynesianismo verde’ o de ‘New Deal Verde’?

S.L.: De ninguna forma. Porque el ‘New Deal Verde’ es también típicamente otro oxímoron, es decir, el deseo de no querer salir de la lógica del sistema, de volver a parchear el sistema. Podemos precisar lo que yo llamaría “los fundamentos de la sociedad de decrecimiento” en negativo con respecto a la sociedad de crecimiento. Es lo que he tratado de formalizar a través del círculo virtuoso de las ocho ‘R’: reevaluar, reconceptualizar, reestructurar, redistribuir, relocalizar, reducir, reutilizar, reciclar. Más allá, esto nos da un horizonte suficientemente ancho, pero en el seno de este horizonte, la etapa ulterior depende de cada sociedad. Esto es, de qué programa político concreto nos dotamos para avanzar hacia ese horizonte de una sociedad de anticrecimiento o de no crecimiento y de democracia ecológica.

D.: En un contexto de crisis, la palabra ‘decrecimiento’ puede estar asociada a la pérdida de empleos.

S.L.: Es cierto, pero es al contrario. El decrecimiento, a diferencia del crecimiento negativo o de la crisis, consiste precisamente en salir de esa lógica que condena, de forma obligatoria, a destruir el planeta para crear empleos. A través del decrecimiento, al contrario, crearíamos empleos salvando al planeta; no sólo porque lo reparamos, sino también porque al reducir nuestro consumo, tendremos que producir menos, y teniendo que producir menos, tendremos que trabajar menos. Así, trabajamos menos, pero trabajamos todos. Lo primero que tenemos que repartir es el trabajo, frente al sistema totalmente absurdo en el que hoy vivimos, en el que incluso en Francia hemos suprimido las 35 horas y los trabajadores hacen 40, 50 o incluso 60 horas, mientras que otras personas que querrían trabajar un poco, no pueden hacerlo. Por otra parte, otras propuestas del decrecimiento, como el regreso a una agricultura tradicional y ecológica conllevará la creación de millones de empleos en este sector. La utilización de energías renovables también los creará, al igual que el sector de la reparación y del reciclaje. Algunos incluso piensan que llegaremos a una situación invertida en la que existirán demasiados empleos y faltará mano de obra, porque evidentemente, al no utilizar más el extraordinario potencial energético del petróleo (no hay que olvidar que un bidón de 30 litros de petróleo es el equivalente del trabajo de un obrero durante cinco años), por lo tanto, si ya no nos queda petróleo habrá que trabajar más. Pero tampoco tendremos que trabajar mucho más, porque reduciremos nuestras necesidades, las cuales trataremos de satisfacer sin trabajar demasiado porque también es muy importante no trabajar demasiado. Trabajar demasiado es muy malo.

D.: La idea de decrecimiento parece estar atrayendo la atención de cada vez más gente.

S.L.: Esto es algo que he constatado, es un hecho, aunque hayamos partido de la nada. El motivo es que, como decían Marx y Engels, los hechos son testarudos. Nos enfrentamos a verdaderos problemas y, como decía Lincoln, se puede engañar a algunos todo el tiempo y a todos algún tiempo, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo: en este sentido, por ejemplo, todos los días estamos viendo noticias sobre el cambio climático, la desertificación, etc. Podemos seguir diciendo alegremente que la ciencia resuelve todos los problemas, pero podemos comprobar que la ciencia no ha resuelto nada sobre estas cuestiones. Por lo tanto las personas se están haciendo cada vez más preguntas y buscan alternativas porque están inquietas por ellas mismas, por sus hijos, etc. Y cuando ven todo lo que pasa y oyen lo del decrecimiento se dicen a sí mismos: “En el fondo estas personas tienen razón: es cierto que no podemos crecer indefinidamente en un planeta que es finito, lo que proponen es de sentido común”. Estas son reacciones con las que nos encontramos todos los días.

D.: Carlos Taibo acaba de publicar En defensa del decrecimiento, en el que advierte seriamente acerca del peligro de que pueda surgir una especie de “ecofascismo”. ¿Las opciones se limitan por tanto a decrecimiento o barbarie, tal como titula su libro Paul Ariès?

S.L.: Me temo que así es. Las opciones son: decrecimiento, fin del mundo y barbarie. Y de hecho tampoco tienen porque ser opciones absolutamente exclusivas: la barbarie puede ser la antesala del fin o la amenaza del final puede conllevar la barbarie… Si no logramos construir una sociedad de decrecimiento, de sobriedad voluntaria, basada en una autolimitación, iremos efectivamente hacia la barbarie. Porque la gestión de un medioambiente degradado por parte del capitalismo sólo puede darse mediante una transformación del capitalismo en una forma de autoritarismo extremamente violento, duro, que de hecho ha sido bastante bien explorado por la ciencia-ficción.