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13 de octubre de 2009

Alternativas: Por una sociedad ahorrativa y solidaria

Jean-Marie Harribey
Le Monde Diplomatique



Frente a la lógica capitalista del lucro, que asocia desarrollo con crecimiento, quienes promueven el decrecimiento como fin en sí mismo contra el dominio occidental parten de la misma asociación. Se impone elaborar una noción de desarrollo que permita satisfacer las necesidades básicas de los países pobres y respetar el medio ambiente.
Se supone que el "desarrollo duradero" o "sustentable", doctrina oficial de Naciones Unidas, puede garantizar el bienestar de las generaciones presentes sin comprometer el de las futuras (1). Es un salvavidas al que se aferran todos los gobiernos partidarios fervientes y practicantes de la agricultura intensiva y los directivos de empresas multinacionales que despilfarran los recursos, vierten sin vergüenza sus desechos en el medio ambiente y fletan barcos "tachos de basura", mientras las organizaciones no gubernamentales ya no saben más qué hacer y la mayoría de los economistas son culpables del flagrante delito de ignorar las restricciones naturales.
Sin embargo, el programa de desarrollo duradero tiene la mancha de un vicio fundamental: la suposición de que proseguir con un crecimiento económico infinito es compatible con el mantenimiento de los equilibrios naturales y la resolución de los problemas sociales. "Lo que necesitamos es una nueva era de crecimiento, un crecimiento vigoroso y, al mismo tiempo, social y ’medioambientalmente’ sustentable", enunciaba el informe Brundtland (2).
Este postulado está basado en dos afirmaciones muy frágiles. La primera es de orden ecológico: el crecimiento podría continuar porque la cantidad de recursos naturales requerida por unidad de producto disminuye con el progreso técnico. Se podría, entonces, producir más con menos materias primas y energía. Pero por desgracia la menor utilización de recursos naturales está más que compensada por el aumento general de la producción; así, la extracción de los recursos y la polución continúan aumentando, como reconoce el informe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD): "Desde hace algunos años, en todo el mundo los procesos de producción se han vuelto más ahorrativos en energía. Sin embargo, dado el aumento de los volúmenes producidos, esos progresos son claramente insuficientes para reducir las emisiones de dióxido de carbono a escala mundial" (3).
La Agencia Internacional de Energía (AIE) se alarma por la desaceleración de los progresos logrados en materia de intensidad energética (4): entre 1973 y 1982, esa intensidad había disminuido en promedio el 2,5% anual en los países representados en la AIE; luego disminuyó sólo el 1,5% anual entre 1983 y 1990; y desde 1991 el 0,7% anual (5).
La segunda afirmación cuestionable se sitúa en el nivel social: el crecimiento económico sería capaz de reducir la pobreza y las desigualdades y de reforzar la cohesión social. Pero el crecimiento capitalista es necesariamente desigual, tan destructor como creador, y se alimenta de las desigualdades para suscitar permanentes frustraciones y nuevas necesidades. En los últimos cuarenta años, y a pesar del considerable crecimiento de la riqueza producida en el mundo, las desigualdades han explotado: la brecha entre el 20% de los más pobres y el 20% de los más ricos era de 1 a 30 en 1960; hoy es de 1 a 80. Esto no debe extrañar, ya que el paso a un régimen de acumulación financiera puso patas para arriba los mecanismos de distribución del valor de lo producido. En efecto, el aumento de la exigencia de remuneración de las clases capitalistas, especialmente por la vía del crecimiento de los dividendos, condenó a decrecer la parte del valor agregado correspondiente a los asalariados, tanto bajo la forma de salarios directos como de prestaciones sociales.
El propio Banco Mundial confiesa que no se alcanzará el objetivo de reducir a la mitad la cantidad de personas que viven en la pobreza absoluta de aquí al año 2015 (6), ya que más de 1.100 millones viven todavía con el equivalente a menos de un dólar diario. El último informe de la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Comercio y el Desarrollo (UNCTAD) establece que los países pobres menos abiertos a la mundialización son los que más han progresado en términos de ingreso por habitante, al revés de los países más abiertos (7).
La incapacidad para pensar el futuro fuera del paradigma del crecimiento económico permanente es, sin duda, la falla principal del discurso oficial sobre el desarrollo duradero. A pesar de sus estragos sociales y ecológicos, el crecimiento, del cual ningún responsable político o económico quiere disociar el desarrollo, funciona como una droga dura. Cuando es fuerte, se mantiene la ilusión de que puede resolver los problemas -que en gran parte ha generado- y que cuanto más fuerte sea la dosis, mejor estará el cuerpo social. Cuando es débil, se hace sentir su falta, y resulta mucho más dolorosa por el hecho de no haberse previsto ninguna desintoxicación.
Así, detrás de la "anemia" actual del crecimiento, se esconde una "anomia" (8) creciente en las sociedades minadas por el capitalismo liberal, que se muestra incapaz de dar un sentido a la vida en sociedad que no sea el consumismo, el despilfarro, el acaparamiento de los recursos naturales y de los ingresos provenientes de la actividad económica y, a fin de cuentas, el aumento de las desigualdades. El primer capítulo de El Capital (1863), de Karl Marx, es premonitorio cuando critica a la mercancía: el crecimiento se transforma en el nuevo opio de los pueblos, cuyos puntos de referencia culturales y solidaridades colectivas son quebrados para que se hundan en el abismo sin fondo de la mercantilización.
El dogma dominante ha sido bien traducido por Jacques Attali que, como buen profeta, cree haber detectado a comienzos del año 2004 "una agenda de crecimiento fabuloso" que sólo "contingencias no económicas, por ejemplo, un resurgimiento del SARS," (9) podrían de hacer fracasar. Para todos los ideólogos del crecimiento afectados de ceguera, la ecología, es decir, la toma en consideración de las relaciones del ser humano con la naturaleza, no existe: la actividad económica se desarrolla in abstracto, fuera de la biosfera.
Es hacer poco caso del carácter entrópico (10) de las actividades económicas. Aunque la Tierra sea un sistema abierto que recibe la energía solar, forma un conjunto dentro del cual el hombre no puede superar los límites de sus recursos y de su espacio. Ahora bien, la "presión ecológica", es decir, la superficie necesaria para todas las actividades humanas sin destruir los equilibrios ecológicos, alcanza ya al 120% del planeta. Así, serían necesarios cuatro o cinco planetas si toda la población mundial consumiera y vertiera tantos desechos como los habitantes de Estados Unidos (11).
LA TEORÍA DEL DECRECIMIENTO
En estas condiciones, la idea de "decrecimiento", lanzada por Nicholas Georgescu-Roegen (12), encuentra un eco favorable en un sector de ecologistas y altermundialistas. Llevando más lejos el enfoque teórico, algunos autores instan a renunciar al desarrollo, que según ellos no puede disociarse de un crecimiento mortífero. Rechazan cualquier calificativo dirigido a rehabilitar el desarrollo que conocemos -ya sea humano, duradero o sustentable- porque no puede ser otra cosa que lo que ha sido, es decir, el vector de la dominación occidental en el mundo. Así, Gilbert Rist denuncia al desarrollo como una "palabra fetiche" (13), y Serge Latouche condena al desarrollo duradero por ser un "oxímoron" (14). ¿Por qué, entonces, aunque criticamos como ellos el productivismo que implica el reinado de la producción de mercado, no nos convence su rechazo del desarrollo?
En el plano político, no sería justo disponer de manera uniforme el decrecimiento de los que nadan en la abundancia y de aquellos a quienes les falta lo esencial. Las poblaciones pobres tienen derecho a un tiempo de crecimiento económico y es inaceptable la idea de que la pobreza extrema remite a una simple proyección de los valores occidentales, o a un puro imaginario. Habrá que construir escuelas para suprimir el analfabetismo y centros de salud para permitir que la población se cuide, y habrá que crear redes para llevar el agua potable a todas partes y para todos.
Entonces es perfectamente legítimo continuar llamando "desarrollo" a la posibilidad, para todos los habitantes de la Tierra, de acceder al agua potable, a una alimentación equilibrada, a la atención médica, a la educación y a la democracia. Definir las necesidades esenciales como derechos universales no equivale a avalar la dominación de la cultura occidental ni a adherir a la creencia liberal en derechos naturales como el de la propiedad privada. En efecto, los derechos universales son una construcción social que resulta de un proyecto político de emancipación, que permite la instalación de un nuevo imaginario sin quedar reducido al "imaginario universalista de los ’derechos naturales’" que criticaba Cornelius Castoriadis (15).
Por otro lado, no es razonable oponer al crecimiento económico -elevado por el capitalismo al rango de objetivo en sí mismo- el decrecimiento -a su vez erigido por los anti-desarrollistas en objetivo en sí mismo- (16). En efecto, se trata de dos escollos simétricos: el crecimiento quiere desplegar la producción hacia el infinito; y el decrecimiento no puede, con toda lógica y si no se pone algún límite, más que hacerla tender a cero.
El principal teórico del decrecimiento en Francia, Serge Latouche, parece ser consciente de ello cuando escribe: "La consigna de decrecimiento tiene como objeto primordial marcar fuertemente el abandono del insensato objetivo del crecimiento por el crecimiento, objetivo cuyo motor no es otro que la búsqueda desenfrenada de ganancias para los poseedores del capital. Evidentemente, no apunta hacia un cambio caricaturesco que consistiría en promover el decrecimiento por el decrecimiento. En particular, el decrecimiento no es ’crecimiento negativo’, expresión antinómica y absurda que traduce el dominio del imaginario del crecimiento" (17).
¿Pero que significaría un decrecimiento que no fuera una disminución de la producción? Serge Latouche trata de escapar a esa trampa diciendo que quiere "salir de la economía de crecimiento y entrar en una ’sociedad de decrecimiento’". ¿Continuaría creciendo la producción? Entonces ya no se entendería el término decrecimiento. ¿O bien se la controlaría, y entonces desaparecería el desacuerdo? Por otra parte, Serge Latouche termina admitiendo que la consigna de decrecimiento para todos los habitantes de la tierra es inadecuada: "En lo que se refiere a las sociedades del Sur, este objetivo no forma verdaderamente parte de la agenda: aun cuando estén atravesadas por la ideología del crecimiento, en su mayoría no son verdaderamente ’sociedades de crecimiento’" (18). Pero subsiste una terrible ambigüedad: ¿pueden los pueblos pobres incrementar su producción o las sociedades de "no crecimiento" deberían seguir siendo pobres? Los anti-desarrollistas atribuyen el fracaso de las estrategias del desarrollo al supuesto vicio fundamental de todo desarrollo; nunca a las relaciones de fuerza sociales que, por ejemplo, impiden a los campesinos tener acceso a la tierra a causa de estructuras de propiedad desiguales. De allí el elogio sin matices de la economía informal, olvidando que ésta vive con frecuencia sobre los restos de la economía oficial. Y de allí la definición de salida del desarrollo como salida de la economía, porque ésta no podría ser diferente de la construida por el capitalismo. La racionalidad de la "economía", en el sentido de economizar los esfuerzos del hombre que trabaja y los recursos naturales utilizados para producir, se coloca en el mismo plano que la racionalidad de la rentabilidad, es decir de la ganancia. Cualquier mejora de la productividad del trabajo se encuentra así asimilada al productivismo.
En resumen, se nos dice que la cosa económica no existiría fuera del imaginario occidental que la ha creado, con el pretexto de que algunas culturas no conocen las palabras "economía" y "desarrollo", cuyo uso nos resulta familiar. Pero aunque las palabras no sean esas, la realidad material, es decir, la producción de los medios para la existencia, sí está allí. La producción es una categoría antropológica, aun cuando el marco y las relaciones en las cuales se realice sean sociales. Resulta de esta confusión -que equivale a volver a hacer del capitalismo un dato universal y no histórico, lo que recuerda curiosamente al dogma liberal- una incapacidad para pensar simultáneamente la crítica del productivismo y la del capitalismo: sólo la primera se realiza, pero sin vincularla con la de las relaciones sociales dominantes. Querer "salir de la economía" (19) al mismo tiempo que se pretende volver a insertar "lo económico en lo social" (20) resulta, por lo menos, curioso.
En el plano teórico, o bien se considera que existe alguna diferencia entre crecimiento y desarrollo, o bien se ve en ambos fenómenos una misma lógica de extensión perpetua, lo que lleva a un callejón sin salida. La segunda posición es fácilmente identificable ya que es la de los partidarios del decrecimiento, que al mismo tiempo son anti-desarrollistas; pero la primera posición es reivindicada tanto por economistas liberales como antiliberales.
Los liberales afirman perseguir objetivos cualitativos que no se reducen al crecimiento material, sobre todo desde el fracaso social de los planes de ajuste estructural del FMI y del Banco Mundial. Pero esta distinción entre crecimiento (cuantitativo) y desarrollo (cualitativo) representa una impostura en la lógica liberal desde el momento en que el crecimiento es considerado como una condición necesaria y suficiente del desarrollo, y además eternamente posible.
Por su parte, viendo los estragos sociales y ecológicos de un modo de desarrollo que parece indisociablemente ligado al crecimiento, los economistas antiliberales, provenientes del marxismo, del estructuralismo o del tercermundismo de los años 1960-1970, tienen muchas dificultades para hacer que se puedan distinguir ambas nociones. A los adversarios de cualquier desarrollo, en cambio, les resulta fácil recusar el crecimiento y el desarrollo, negando toda posibilidad de disociarlos.
OBJETIVO: DESACELARACIÓN
¿Se puede superar esta contradicción? El capitalismo tiene interés en hacer creer que crecimiento y desarrollo van siempre juntos, ya que la mejora del bienestar humano sólo puede pasar por el crecimiento perpetuo de la cantidad de mercancías. Debemos entonces fundamentar para el futuro -porque hoy en día verdaderamente no existe- una distinción radical entre ambos conceptos: la mejora del bienestar y el logro del pleno desarrollo de las potencialidades humanas es algo que se realiza fuera del camino del crecimiento infinito de las cantidades producidas y consumidas, fuera del camino de la mercancía y del valor de cambio (21). Se realiza en el camino del valor de uso y de la calidad del tejido social que puede nacer a su alrededor.
Si se aplicara indistintamente a todos los pueblos y para todo tipo de producción, la consigna de decrecimiento sería injusta e inoperante. En primer lugar, porque el capitalismo nos impone actualmente un cierto decrecimiento, sobre todo en los bienes y servicios de los que tenemos socialmente más necesidad: transporte colectivo, salud, educación, ayuda a las personas de edad, etc. Y luego, porque no toda la producción es forzosamente contaminante y degradante. El Producto Interno Bruto (PIB), valuado monetariamente, registra el crecimiento de las actividades de servicios -incluso los no mercantiles- cuya presión sobre los ecosistemas no es comparable a la de la industria y la agricultura. La naturaleza del crecimiento importa entonces por lo menos tanto como su amplitud. La urgente necesidad de disminuir la presión ecológica no implica el decrecimiento de todas las producciones sin distinción entre ellas ni entre aquellos a los están destinadas.
La utilización planetaria de los recursos debe organizarse de manera tal que los países pobres puedan lograr el crecimiento necesario para la satisfacción de sus necesidades esenciales y que los más ricos se vuelvan ahorrativos. En lo referido a los países pobres, cualquiera sea el modelo que se les imponga sólo podrá ser destructor de sus raíces culturales y constituirá un obstáculo para un desarrollo realmente emancipador. Dentro de los países ricos, conviene pensar las políticas en función de la transición que se debe garantizar: la separación progresiva del crecimiento y el desarrollo.
Todo lo cual no pasa por un decrecimiento ciego, inaceptable para la mayoría de los ciudadanos, sino por el objetivo de una desaceleración que permita engranar la transformación de los procesos productivos y también la de las representaciones culturales: la desaceleración del crecimiento, como una primera etapa antes de emprender el decrecimiento selectivo, comenzando por las actividades dañinas, para una economía reorientada hacia la calidad de los productos y de los servicios colectivos, una distribución primaria de los ingresos más igualitaria y una caída regular del tiempo de trabajo a medida que se logran incrementos de productividad, única manera de promover el empleo fuera del crecimiento. Sabiendo que cualquier cuestionamiento del modelo de desarrollo actual no será realista si no se cuestionan simultáneamente las relaciones sociales capitalistas, que son su soporte (22).
Definir el desarrollo como la evolución de una sociedad que utilice sus incrementos de productividad no para aumentar indefinidamente una producción generadora de polución, de degradaciones del medio ambiente, de insatisfacciones, de deseos inhibidos, de desigualdades y de injusticias, sino para disminuir el tiempo de trabajo de todos, compartiendo más equitativamente los ingresos de la actividad, no constituye una vuelta atrás con relación a la crítica del desarrollo actual. Eso no nos condena a quedar dentro del paradigma utilitarista, a condición de que los incrementos de productividad se logren sin degradar las condiciones de trabajo ni la naturaleza.
A partir del momento en que se admita que la humanidad no volverá a la situación anterior al desarrollo y que, por eso mismo, los incrementos de productividad existen y existirán, su uso debe ser pensado y compatibilizado con la reproducción de los sistemas vivos. Se puede hacer la hipótesis de que la disminución del tiempo de trabajo puede contribuir a despejar nuestro imaginario de la fantasía de tener siempre más para ser mejor, y de que la extensión de los servicios colectivos, de la protección social y de la cultura, sustraídos al apetito del capital, es fuente de una riqueza inconmensurable respecto de la que privilegia el mercado. Detrás de la cuestión del desarrollo están en juego las finalidades del trabajo y, por lo tanto, el camino hacia una sociedad ahorrativa y solidaria.
* Profesor auxiliar en la Universidad de Bordeaux IV, miembro del Consejo Científico de Attac, coordinador del libro "Le développement a-t-il un avenir? Pour une société solidaire et économe", Mille et une Nuits, París, 2004.

Notas
1) Gro Harlem Brundtland, Notre avenir à tous, Informe de la Comisión Mundial para el Medio Ambiente y el Desarrollo, Editorial du Fleuve, Montreal, 1987. Este informe sirvió de base para la Conferencia de Naciones Unidas de Río de Janeiro de 1992.
2) Ibid.
3) Rapport mondial sur le développement humain 2002, De Boeck, Bruselas, 2002.
4) La intensidad energética (y más generalmente la intensidad en recursos naturales) de la producción es la cantidad de energía (o de recursos naturales) necesaria para producir un euro de PIB.
5) AIE, Oil crises and climate challenges: 30 years of energy use in IEA countries, 2004, http://www.iea.org.
6) Declaración de su presidente Jim Wolfensohn, citada por Babette Stern, "Les objectifs de réduction de la pauvreté ne seront pas atteints", Le Monde, París, 24-4-04.
7) UNCTAD, Informe sobre los países menos avanzados, 2004, citado por Babette Stern, "Pour les pays les moins avancés, la libéralisation commerciale ne suffit pas à reduire la pauvreté", Le Monde, París, 29-5-04.
8) Durkheim definía la anomia como la ausencia o la desaparición de los valores comunitarios y de las reglas sociales.
9) Jacques Attali, "Un agenda de croissance fabuleux", y "2004, l’année du rebond", Le Monde, París, 4 y 5 -1-04.
10) Entropía: degradación energética.
11) Redefining Progress, http://www.rprogress.org.
12) Nicholas Georgescu-Roegen, La décroissance: Entropie-Ecologie-Economie, Sang de la terre, París, 1995.
13) Gilbert Rist, Le "développement": la violence symbolique d’une croyance", en Christian Comeliau (dir.), Brouillons pour l’avenir, Contribution au débat sur les alternatives, Les Nouveaux Cahiers de l’IUED, Ginebra, PUF, París, 2003.
14) Serge Latouche, "Les mirages de l’occidentalisation du monde: en finir, une fois pour toutes, avec le développement", Le Monde diplomatique, París, mayo de 2001. Un oxímoron es la yuxtaposición de dos términos contradictorios.
15) Cornélius Castoriadis, Le monde morcelé, Les carrefours du labyrinthe 3, Seuil, París, 1990.
16) Silence, Objectif décroissance, Vers une société harmonieuse, Parangon, París, 2003.
17) Serge Latouche, "Il faut jeter le bébé plutôt que l’eau du bain", en Christian Comeliau (dir.), op. cit.
18) Serge Latouche, "Pour une société de décroissance", Le Monde diplomatique, París, noviembre de 2003.
19) Serge Latouche, Justice sans limites, le défi de l’éthique dans une économie mondialisée, Fayard, París, 2003.
20) Serge Latouche, Justice sans limites, op. cit.
21) El valor de uso es la utilidad de un bien o de un servicio, noción cualitativa no mensurable e irreductible a un valor de cambio monetario. Esta última noción es la relación en la cual dos mercancías se cambian entre sí mediante la moneda. Señalar esta distinción no significa el rechazo a que todo sea mercantilizado. 22) L’économie économe, le développement soutenable par la réduction du temps de travail, L’Harmattan, París, 1997; La démence sénile du capital, Fragments d’économie, Ed. du Passant, Bègles, 2004.

10 de octubre de 2009

Aniversario luctuoso de Ernesto "Che" Guevara y ¿de su ideal también?

"Estaría dispuesto a entregar mi vida por la liberación de cualquiera de los países de Latinoamérica"
Ernestro "Che" Guevara

El personaje del Che Guevara, imagen por excelencia de la izquierda, surge en una época donde los jóvenes buscaban liberarse de un sistema opresor; el amor, la paz como banderas del movimiento y la música de John Lennon, y Paul Mcartney, eran los estandartes de la sociedad.

A su muerte soldados, campesinos, periodistas, poetas y residentes fueron parte de una macabra exhibición, el comandante fue despojado de su ropa y cosas personales; los guerrilleros cortaron sus manos como prueba de muerte. Tanta ansia de desaparecer al Che de la tierra solo logro inmortalizarlo.

Treinta años más tarde sus restos fueron llevados a Cuba y sepultados en Santa Clara, en el Memorial de Ernesto Guevara, donde ahora descansa junto con los muchos guerrilleros que creyeron en él y lo acompañaron en la lucha.
Pero ¿Qué sucedió con todos aquellos que soñaban un mundo diferente?¿que fue del ideal de una América unidad e igual?¿Adonde están los jóvenes hartos del sistema opresor? ¿Qué hacer con un México que solo en discurso se siente homólogo de América Latina, pero que en la acción responde a los mandamientos de Estados Unidos?¿que es de nosotros a 40 años de la muerte de un verdadero revolucionario?

Hoy que por muchos medios se conmemoran homenajes en torno a la muerte de Ernesto Guevara, estas preguntas saltan a mi mente, estamos acostumbrados a ser personajes pasivos de la historia, solo añorando lo que fue un hombre y su hambre de cambio, nos hemos convertido en la juventud del quisiera y no del puedo.

Por muchas Universidades encontramos los famosísimos “colectivos” con nombres como “colectivo del 68”, “colectivo Ernesto “Che” Guevara”, “colectivo Emiliano Zapata”, etc. De nombre pensaríamos que son en verdad grupos de jóvenes en resistencia, ilustrados, rebeldes, humanos y reaccionarios, pero la realidad es que solo son un medio más para enajenar a nuestras juventudes, porque su cimiento es el hombre o los sucesos de los que tomaron su título, más no el ideal, el pensamiento, el respeto de las vidas tomadas por las armas intolerantes a verdaderos nacionalistas y latinoamericanos que pensaron que todo podría ser diferente.

Pero la realidad es que muchos de ellos son solo una burla de las autoridades que al dejarlos tomar salones y espacios estudiantiles, consideran que por ello serán vistos frente a la opinión pública como tolerante y plural, pero la realidad es que esta es la forma más cruel de engañarnos y de no dejarnos pensar y hasta soñar.

Recordar al famosísimo “Che” Guevara tiene que ir mas allá del hombre, hay que recordar el ideal, la acción, quién lo mato y porque sigue muriendo en toda América Latina quienes piensen diferente al sistema.

No sigamos convirtiendo al "Che" Guevara es un personaje de bronce, sino que haya un pedazo del “Che” en todos nosotros, como dice un famoso cantar uruguayo: “nosotros lo haremos, tomando la arcilla para el hombre nuevo, su sangre vendrá de todas las sangres, cortando los hilos del miedo y del hambre, por brazo un fusil, por luz la mirada, y junto a la idea una bala asomada, y por corazón le pondremos el del guerrillero que todos sabemos…” Eso es lo que debemos hacer, crear juntos al hombre nuevo, partiendo de crearnos nuevamente a nosotros mismos.

La muerte de un guerrillero de este calibre es triste y nostálgica, pero la muerte en vida de miles de mexicanos y latinoamericanos por la bala de la indiferencia, el hambre, el estallido de los fusiles del totalitarismo, es mas indignante. Recordemos al “Che” Guevara, primero recordando que hemos hecho hoy por nuestro país, y por nuestra América cada vez más desunida.

Atte:
DULCE KARINA FIERROS BARQUERA

Movimiento "Descrecimiento UNAM"

"Sean capaces de sentir en lo mas hondo cualquier
injusticia cometida contra cualquiera en cualquier
parte del mundo. Es la cualidad mas
grande de un revolucionario" E. Guevara
http://descrecimiento.blogspot.com/

Conferencias de Otoño en la UAM Xochimilco


8 de octubre de 2009

Obsolescencia programada

25 de septiembre de 2009



Atravesando las superficies inmaculadas de los supermercados, la atmósfera en flujo de los centros comerciales, la larga noche eléctrica de los 7 eleven, miles y cientos de miles vamos revisando las fechas de caducidad de los botes de yogurt, gelatinas, jugos, frascos de mermelada y paquetes de galletas, latas de leche condensada, duraznos en almíbar o sardinas, empaques de embutidos, en las tapas de las salsas, las cajas de cereal y en los cucuruchos plásticos de aceitunas. La lógica de circulación de los supermercados fue establecida como un tránsito errático, inconexo mas continuo, sin paradas estacionales. Pero desde que los productos microbológicamente perecederos deben llevar inscrita su fecha de caducidad, es necesario hacer una serie de paradas intermitentes para descifrar esas inscripciones. Intervalos que no merman la vitalidad ciega de los consumidores ni rompen el trance mediático de sus desplazamientos. Quizá porque nunca se encontrará en los estantes un solo producto que haya caducado; no nos percatamos de los movimientos del ejército que hace posible la circulación de la obsolescencia. ¿Adónde van todos esos productos caídos, todos esos envases y empaques absorbidos por una espiral que los desfonda desde un mecanismo de activación interno?Esa espiral conduce y entrevera espacios cada vez más amplios de la planeación económica, del comportamiento de los mercados, de la disposición simbionte de los circuitos de comercialización y los medios de comunicación, de la organización del saber, de las tecnologías blandas de modulación subjetiva. La obsolescencia programada es ya el motor de los mercados: la caducidad de un aparato o de un formato está prevista e incorporada desde su concepción. Entre los gramófonos y la aparición de las consolas y las grabadoras de casetes hubo un tiempo largo. Entre las grabadoras y los modulares el tiempo se acortó. La aparición de nuevas líneas de aparatos, de procesos y de formatos, va compactando el tiempo hasta convertirlo en factor de obsolescencia: reproductores de discos compactos, micro componentes, radiocasete portátil, MP3, ipod o modelos sin número de teléfonos celulares móviles surgen como por generación espontánea; brotan nuevas líneas, se empalman, en un flujo de recomposición ilimitada. El sentido de generación tecnológica se ha difuminado lo mismo que el sentido de la sucesión por progresión lineal: hay una sustitución simultánea, lateral, de productos y procesos. Sustitución inconexa; sustitución sin sucesión. Sustitución como la electrónica, de costado, por variación y no narrativa o cronológica. Por ello, el flujo de recomposición ilimitada no puede asimilarse a la lógica del progreso tal como fue proyectada en la modernidad. En vez de la tríada infinito, limitado, discontinuo, propia de la modernidad, nos movemos en un flujo Sin Fisuras: finito-contiguo-continuo-ilimitado. La lógica del progreso se ha vuelto irrelevante, como una cámara súper 8 o un disco de vinil. El factor de obsolescencia programada toma el relevo del progreso.Ruido blanco, vacío reciclado, despliegue geométrico del poder: en las escalas de distancia, la obsolescencia programada brilla como una roca helada en el curso de su inmersión.Días de obsolescencia: La duración perdida. Salvador Gallego Cabrera
Tomado de http://decrecimiento.blogspot.com

3 de octubre de 2009

Con los pobres de la tierra

Palabras con motivo del 25º aniversario del diario La Jornada

Pablo González Casanova
Rebelión

Dedico estas palabras a los jornaleros y a los periodistas, que con su entereza y a veces con su vida, han defendido y defienden a la Patria y a la Humanidad. Las dedico también al fundador de La Jornada, Carlos Payán Velver y a la directora Carmen Lira.
Anda la “izquierda” preguntándose dónde se encuentra. Dice que está buscándose porque así como va, está perdida. Su inquietud parece razonable. Tal vez debiera preguntarse qué entiende por izquierda si quiere precisar lo que está buscando. No necesita ir muy lejos: Marcuse y otros han definido la izquierda tradicional como integrada por aquéllos que toman partido, en la lucha de clases, por los trabajadores, y en la lucha contra el imperialismo, con los pobres de la tierra. En cuanto a la izquierda más reciente, también hace suya, en un primer plano, la lucha por la libertad de expresión, incluidas las radios comunitarias; hace suya la lucha por la democracia, incluida aquélla en que gobierna el pueblo y no una oligarquía plutocrática. Asume la lucha por la mujer con todos sus derechos personales y públicos; por las juventudes y su futuro con universidades gratuitas, creadoras y abiertas; por la paz que no sea de sepultureros, por los pueblos oprimidos o discriminados, como los indios de México, para que no sean “excluidos” ni como pueblos ni como ciudadanos o comunidades, o dirigentes; por los derechos de los homosexuales, por los derechos de los niños y los ancianos.
Las luchas de la izquierda varían según situaciones concretas de dominación y de represión, de acumulación y explotación, de mediación e inmediación violenta. Algunas se dan en el mundo entero. Corresponden, en general, a proyectos por la emancipación humana en que participan los insumisos y rebeldes. Tenerlas presentes ayuda a saber dónde se halla la izquierda en los distintos países, incluido el nuestro.
Aquí sólo quiero apuntar cuatro problemas que en México se plantean a la izquierda: 1 ¿Cuál es la principal atadura o enajenación del país? 2 ¿Qué hechos o actos configuraron a la izquierda? , 3 ¿Qué hacer desde nuestra izquierda formal e informal?, y 4 ¿cómo organizarnos y articulamos desde nuestras distintas posiciones de lucha? Me referiré a la historia reciente como la mejor forma de conocer la historia emergente.
Ni la comprobación de las tesis que sostengo, ni la determinación precisa de los hechos que registro, ni las indicaciones puntuales sobre qué hacer y cómo hacerlo están a mi alcance y menos en el breve tiempo de que dispongo. Los hechos hablan, y nuestras experiencias futuras confirmarán o echarán abajo (y a la izquierda) este planteamiento. Aquí sólo pretendo desbrozar un cierto camino para encontrarnos y en el que la información e interpretación de los jornaleros será particularmente valiosa.
La principal atadura o enajenación del país es algo que apenas alcanzamos a ver en forma disgregada...La principal atadura del país es la ocupación de México. No me refiero a la ocupación como un hecho consumado, sino como un proceso actual y que el pueblo de México, como otros pueblos –incluido el de Estados Unidos--se encargarán de echar abajo. Se trata de una ocupación “integral” que los estrategas del Pentágono llaman también “dominación de espectro completo”. Abarca la ocupación de lo social, de lo político o gubernamental, de lo económico y administrativo, de lo cultural y mediático, de lo territorial y lo ecológico.
No se trata de una ocupación de México como la de l847, que Gilberto López y Rivas ha documentado cuidadosamente. Es la ocupación como privatización de todos los cimientos de la soberanía nacional. Combina la intervención “abierta” y “encubierta”, la “convencional” y “no convencional”, las de “efectos directos” y “efectos laterales”, “buscados” y “no buscados”; o supuestamente “no buscados”. Corresponde a un colonialismo o imperialismo postmoderno y financiero. Lo llaman globalización, y tiene redes de dominio en el interior y no sólo en el exterior de los países dominados.
La ocupación integral no se da de golpe. Se da lo largo de un imperceptible proceso en que el país va perdiendo más y más su capacidad soberana. Enuncio algunos hechos conforme me vienen a la memoria, o como aparecen en análisis anteriores. Ni siempre guardo un orden cronológico ni menos incluyo todos los datos significativos. Otros lo harán, o lo han hecho.
En las últimas décadas México asistió a un proceso cuyos enlaces sirven para atar cabitos. Privatizaciones y desnacionalizaciones de los bienes de la República (Re-pública)) y de la Nación, dieron lugar a una ocupación compartida por compañías extranjeras y mexicanas, y no sólo por empresarios, sino por funcionarios y líderes de la CTM y otros sindicatos oficiales, que forjaron desde entonces un estrecho lazo de poder, intereses y complicidades. Todos ellos vendieron, malbarataron y, también adquirieron, inmensas fortunas mal habidas con las que sellaron el pacto del complejo de poder hoy dominante en México, y que es parte de una red de dominación mundial, en esta región encabezada por Estados Unidos. La ocupación fue bautizada con uno de esos eufemismos en boga: Se le llamó“desincorporación del sector paraestatal”: Como se advierte, la expresión no dice lo que sus beneficiarios no quieren que se diga, y que tampoco les importa si se dice en una especie de cinismo institucional hoy reinante.
Desde los años ochenta del siglo pasado fueron privatizados y desnacionalizados la industria siderúrgica y los bancos, la industria azucarera y sus ingenios, las 12 unidades de que disponíamos para la producción de fertilizantes, los teléfonos de México, los ferrocarriles, los aeropuertos y líneas aéreas, las supercarreteras, las aduanas y más tarde, con los mismos y otros amaños la televisión y el control de los “medios”…y el petróleo, que dejó de ser “nuestro” precisamente en el momento en que representa un valioso “bien no renovable”.
Toda esta etapa tuvo antecedentes. Al adelgazamiento del Estado y la engorda de los señores del mercado contribuyeron muchas represiones y alianzas que se habían tomado desde los tiempos de los mineros de “Cloete” y “Nueva Rosita”, y de las luchas también indomables de los ferrocarrileros. Desde entonces México fue cambiando y adquirió un nuevo sentido que entre tropiezos se consolidó hasta ahora.
Los ferrocarriles nacionales y sus servicios de pasajeros fueron desmantelados. Eran como el símbolo del México anterior. Dejó de oírse cada vez más el silbido de los trenes y el barullo de las estaciones. Los militares empezaron a ser entrenados para la llamada “guerra de contrainsurgencia”, otro eufemismo de lo que antes llamaban “guerra interna”. En nuestras repúblicas la “guerra interna” es, por cierto, la guerra del ejército nacional contra su propio pueblo. La Secretaría de Hacienda preparó y operó el detonador social con el “equilibrio presupuestal” que entonces, como ahora, tomaba como una “constante” el escaso o nulo ingreso fiscal con que contribuía la codiciosa, “evasora” y “subsidiada”clase patronal, y que no podía ser castigado. Por supuesto, eso ocurría cuando aún no retomaba la ofensiva en que exigiría mucho más y sería ampliamente satisfecha en sus deseos. En los años sesenta la Secretaría de Hacienda hizo… admirables recortes a los servicios médicos y a las universidades. Hoy los repite. Hacienda le echó leña al fuego y provocó la llamarada del movimiento médico y del estudiantil-popular. Éstos empezaron a expresar un inhabitual descontento de las clases medias y los marginados urbanos, hoy nuevamente anunciado.
Cuando en 1968 estalló el Movimiento estudiantil--popular, gobierno y ejército ya estaban preparados. Combinaron la represión y la cooptación, con la confusión y la falsa radicalización que legitimaran la violencia gubernamental. Esto último no lo lograron. Tlatelolco produjo un rencor inolvidable, aunque de él muchos jóvenes de entonces ya se hayan olvidado. En la sierra y los llanos proliferaron movimientos guerrilleros de campesinos y juventudes rebeldes que no veían otra salida para hacerse presentes. El gobierno estaba preparado. Aplicó las técnicas de la “guerra sucia”… A la confusión de la izquierda mundial añadió “juegos de revoluciones confusas y violentas” en los que “quien manda” es el jugador que mueve, tanto a los “para-militares” como a los “para-revolucionarios”, y con quienes arma un galimatías en que cualquier protesta o rebeldía parece como de locos.
Con simulaciones virtuales y reales, el poder dominante envolvió a la juventud en crueles y desorientadoras batallas. Con sus técnicas de “escenarios en vivo” quitó al movimiento estudiantil-popular el apoyo de buena parte de la población, intimidada y escéptica. Por su lado, a la izquierda, ayuna de ortodoxias y en plena confusión ideológica postmoderna, el Estado le dio la bienvenida. La legalizó con la esperanza de cooptarla y con la seguridad de enredarla más de lo que ya estaba. La mayoría de los sindicatos eran oficiales y los obreros de las grandes empresas en que operaban estaban controlados por los líderes y grupos de choque que se apoyaban en la fuerza pública. Las clases medias y los marginados urbanos parecían los únicos capaces de escapar a todo control o a buena parte del control. Al no contenerlos, el gobierno intentó replantear la política social y nacional. Dio un fuerte apoyo a Universidades y servicios de salud, y aplicó medidas calificadas de “populistas” por izquierdas y derechas. Para cubrir los gastos, juzgó “imprudente”, o”impolítico”, realizar una reforma fiscal que afectara a los “sectores de altos ingresos”. Decidió aceptar ofertas --en boga mundial-- de préstamos con bajísimos intereses, –variables a discreción del acreedor-- quien por el momento le tendía su “tabla de salvación”. Así, empezó a subir la pendiente del endeudamiento externo más grande en la historia del país. Tras la sucesión presidencial el nuevo presidente continuó encontrando la oposición de tirios y troyanos. Su enfrentamiento con los empresarios ensoberbecidos lo condujo a nacionalizar la banca para escarmentarlos. El contragolpe de las finanzas y el capital fue brutal.
Todo mostró que el PRI ya no podía gobernar. Tenía que hacer concesiones. Tenía que “ser flexible” en una elección presidencial que abriera las puertas al neoliberalismo. A poco de haber ocupado el Mandato, el presidente Miguel de La Madrid desnacionalizó la banca recientemente nacionalizada y también la que de tiempo atrás pertenecía a la República. El neoliberalismo oficial, todavía encubierto, empezó la liberalización total del crédito y de las finanzas, cerco y espada de las trasnacionales y el imperio. El estado mexicano, cada vez más empresarial y avasallado, disminuyó hasta punto cero la posibilidad de orientar la política nacional y social de créditos e inversiones. Fue el principio de una “política del mal menor” “de lo posible”, de “lo menos malo” que lleva a “lo más peor”. En el sexenio siguiente se dio un “golpe de Estado electoral”. Como metáfora y como realidad, “se cayó el sistema”. Carlos Salinas de Gortari – inició “en grande” la política neoliberal. La “ocupación compartida” por oligarquías de yanquis y nativos se concertaría en los pasos a dar. La “iniciativa privada-unida”, la nacional-y-la extranjera “enlazadas”, se regodearon de su inmenso triunfo. Pronto darían nuevos pasos cerrando filas. Así surgiría la primera reforma del Estado oligárquico-tecnocrático--avasallado que haría suyas todas las instituciones y costumbres autoritarias del Estado anterior y crearía otras, más funcionales a sus propósitos. En vez del partido del Estado forjaría los “partidos de Estado”, funcionales al Estado neoliberal de los países dependientes, e iría asociando, sometiendo, eliminando cualquier brote de izquierda capaz de alcanzar algún objetivo de corto o largo plazo por la vía pacífica… y también por la violenta. Los partidos de izquierda no sólo dejaron de hablar en concreto de las medidas a tomar para la defensa nacional, sino para mantener los derechos de los trabajadores y de los campesinos. No todos sus miembros se habían “doblado o vendido” pero todos percibían su escasa o nula fuerza, y en buena proporción se daban a luchar entre sí para ocupar puestos de “representación popular” que significaban jugosas regalías o satisfacían vanas esperanzas.
Así se construyó la fuerza que permitiría a las megaempresas ocupar todo, o casi todo, en México. La izquierda electoral, que venía del PRI y del antiguo Partido Comunista, encabezada durante dos sexenios por el hijo del General Cárdenas, no sólo sufrió la bien subvencionada y organizada “derrota” electoral de 1988 en que los expertos del PRI contaron con los apoyos empresariales del PAN y con todos los “medios” de enajenación, conculcación y cooptación. Como todos los partidos de izquierda del mundo, la izquierda de México vivió y colaboró –con respetables excepciones-- por su autodestrucción ideológica, política, social y moral. Buena parte de ella perdió hasta la dignidad, esa arma de valor excepcional contra la corrupción. Quienes se salvaron de la debacle fueron y son muchos y se encuentran abajo, en medio y arriba de la pirámide social. No sólo son respetables. Son potencialmente más fuertes hoy por su moral de acero y sus nervios de hierro. Pero no logran dominar en los partidos ni cumplir en los gobiernos; ni hacer que sus partidos obedezcan las decisiones mayoritarias de quienes los eligieron, ni impedir que el grueso de sus representantes vote con la derecha leyes y medidas contrarias a los intereses de la nación, contrarias a los trabajadores, a los campesinos, y en general a los marginados, discriminados y super-explotados.
La descomposición de la política en México resulta cada vez más visible desde la elección electrónica de Salinas. Desde entonces apareció una nueva categoría: “la clase política”, que apoyó –hasta por unanimidad- las grandes medidas neoliberales. Tal es la gloriosa victoria de la democracia de pocos para pocos y con pocos, y no de los mejores… Tal es nuestra derrota.
Muchas otras se han dado en estos años. Todas desangraron la Independencia de México. Se perdió la Autonomía del Banco de México y de la política monetaria. Ambas pasaron a depender –discretamente-- del Banco Mundial, controlado por Estados Unidos y por las grandes potencias financieras. El Estado Mexicano perdió la posibilidad de controlar la política de divisas para defender su capacidad de pago de la deuda externa en formas menos inequitativas, o para controlar las inflaciones de los insumos necesarios a la pequeña y mediana empresa, o para controlar las “crisis de casino” que a tantos países han arruinado. México perdió la posibilidad de definir las políticas de Ingresos, y también las de Egresos. Éstas fueron diseñadas, cada vez más, --sin que hasta hoy nos demos del todo cuenta--, por los expertos de Hacienda y del Fondo Monetario Internacional auxiliados por funcionarios locales… El país perdió toda posibilidad de contener el creciente pago del “tributo colonial” que representa la deuda externa en dólares, varias veces pagada e impagable. Perdió la posibilidad de impedir el deterioro de la planta industrial salvo en aquellos casos en que estaba integrada, asociada o sub-contratada por las empresas transnacionales. Perdió hasta la posibilidad de conservar la planta industrial de unidades bien conservadas, pues fue obligado a abandonarlas o a dejar que se destruyeran para que las megaempresas trasnacionales vendieran plantas nuevas que no hallaban mercado. El gobierno se vio obligado, o inclinado, a acordar “difericiones” y reducciones de pago de sus ingresos por impuestos, así como a acordar crecientes inversiones en infraestructura que, con cargo al erario público, aumentarían la eficiencia (es decir las ganancias) y disminuirían los costos de las megaempresas. El país entero perdió la capacidad de convertirse en uno de los principales productores de petróleo y derivados del mundo. El gobierno des-estructuró sus institutos de alta tecnología – como el Instituto Nacional del Petróleo que contaba con numerosos ingenieros de nivel mundial a los que privó de recursos y expulsó velada o abiertamente, mientras contrataba expertos y servicios de los monopolios petroleros. Con esas medidas, deliberadamente, asfixió a PEMEX. No conforme con eso, le hizo pagar tasas de impuestos ¡superiores al 50%.de sus ingresos! Desnacionalizó a PEMEX, y lo sigue denacionalizando, entre privatizaciones disfrazadas de contratos de servicios con los grandes monopolios petroleros, y entre cuantiosas y rentables corrupciones de los líderes obreros con sus grupos de choque. A las pérdidas anteriores añadió la pérdida de la autonomía alimentaria. Permitió, e incluso alentó, la importación de semillas transgénicas mientras echaba abajo los derechos agrarios que la Constitución había reconocido a los campesinos en los años que siguieron a la Revolución Mexicana y, sobre todo, durante el período del general Lázaro Cárdenas. La regulación de la emigración de los mejores jóvenes, útiles a los empresarios y sectores medios de Estados Unidos, fue fomentada y controlada por Estados Unidos. La negativa de visas sirvió dos propósitos: dejar en la ilegalidad a trabajadores que entraban sin visa y que estaban inhabilitados para reclamar derechos iguales por trabajos iguales-, y no dejar que pasaran la frontera más “ilegales” de los que su industria y servicios necesitaban. Así, el imperio construyó ese otro piso del infierno transnacional, donde el necesario sufrimiento, les sigue pareciendo a los “ilegales” menos malo que el padecido en los pueblos abandoa, donde desempleo, hambre, enfermedades amenazan aún más su vida y la de su familia si no los abandonan sucesiva o definitivamente para irse a ganar algo en el “Norte”.
La pérdida de la autonomía financiera, acompañada del cogobierno que en los hechos impuso el PRIAN --o unión del PRI y del PAN, resulta poco cuando se piensa que algunas de las medidas fundamentales de la privatización, la desnacionalización y la ocupación de la República Mexicana fueron también votadas por la inmensa mayoría de los diputados y senadores del PRD y de la izquierda institucional, hechos que no cabe recordar sólo por explicable resentimiento sino para pensar bien y actuar mejor. En el terreno político, la debacle de la supuesta “transición democrática” empezó cuando el legislativo votó contra los derechos de los pueblos indios, es decir contra el único camino para alcanzar una democracia en un país donde todavía existen y se renuevan las luchas del colonizador y el colonizado.
La alianza de todos los partidos del México Criollo y Mestizo, incluso el que se dice de izquierda, privatizó además la televisión y los “medios”, armas poderosas de persuasión y educación por las imágenes, los sonidos, las palabras y las sinrazones. A poco los “medios” privatizados se voltearon contra sus generosos adversarios a los que hoy atacan con sonriente furor.
La pérdida del poder financiero y la sujeción implícita o explícita de todos los partidos políticos significó la muerte por asfixia de la educación en todos sus niveles. El “Poli”, “Chapingo”, la Normal, las normales rurales, la “UNAM” y más de treinta universidades públicas sufrieron –y están amenazadas de sufrir aún más-- recortes de presupuesto, mutilaciones de planes de estudio, acosos de grupos de choque, cercos de narco-menudeo, sindicalismo gansteril, en muchos casos, encargado de enseñar con el ejemplo, que la corrupción y “la transa” son el mejor camino del éxito. Con tan nobles principios, se dieron los elementos para formar nuevas generaciones de mexicanos funcionalmente analfabetos, moral e intelectualmente débiles, muchos de ellos drogados, o autodestruidos en su ética y en su capacidad de comprender y de amar, víctimas de una nueva personalidad festejada por la Televisión en la que destacan los “consumidores babosos”, que se azoran de los bajos precios y la alta calidad de las mercancías mientras dan saltos de felicidad por las bondades del Mercado. El sistema escolar se diseñó como fábrica de ciudadanos que ignoren la historia universal y nacional y con maestros a quienes se prohíbe enseñar filosofía, término que etimológicamente significa amor a la verdad. Prohibido amar la verdad y la vida. Prohibido también conocer la verdadera historia del pueblo mexicano y de la Humanidad.
El neoliberalismo significó también el abandono de la política social y del desarrollo nacional. Generó una cultura del cinismo frente a las acusaciones de robos y peculados gigantescos; un “a mí me vale” frente a las críticas y las protestas fundadas, razonadas, incluso de altos funcionarios oficiales. Practicó la violencia en el uso de la razón, la violencia en la interpretación y aplicación del derecho; la violencia en la falta de respeto a las garantías individuales, en la fingida guerra contra la corrupción y en una supuesta guerra contra el narcotráfico que hizo sus principales víctimas entre civiles, niños, mujeres, jóvenes y viejos, sobre todo cuando eran pobres o medio pobres. Al mismo tiempo que la escenificación de la guerra sembró el “espanto” dejó fuera de foco a los verdaderos beneficiarios encargados del “lavado de dinero billonario” del narcotráfico. Estos siguieron cómodamente instalados en los “segundos pisos” de los grandes bancos y en sus sucursales en Islas Caimán, Luxemburgo, Suiza, hechos todos que no sólo han denunciado las fuerzas de oposición o las organizaciones de la sociedad civil, sino los propios servicios de información del gobierno de Estados Unidos, del Banco Mundial, del Fondo Monetario Internacional.
Al usar semejantes políticas, alentadas por las fuerzas de un imperialismo que se reserva el derecho de criticar y enjuiciar a sus aliados y subordinados, los gobernantes neoliberales de México, sentaron las bases de un “Estado Fallido” y también las de un “Estado Canalla”. La violación permanente del derecho por el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial, la violación del derecho positivo, del derecho natural, de los derechos humanos y las libertades democráticas, no se diga ya de los derechos sociales; la aplicación del derecho para legitimar las acciones delictuosas de los amigos y validos y para criminalizar la información y la crítica a través de los “medios”, se convierte en el estilo neoliberal de gobernar de una llamada “Democracia consociativa”, cuyos soberanos del Imperio mañana aplicarán “el garrote” a quienes hoy corrompen con “la zanahoria”, medida que tomarán en México como las han tomado en Irak, en Afganistán, y en muchos otros países, cuando sus socios avasallados y entrenados ya no le sirven para continuar la expansión de su poder y de sus mercados. Por lo pronto, el Imperio los prepara con base en los manuales de la política y la “guerra de baja intensidad”, que ahora se libra contra “el terrorismo”, “el narcotráfico”, o “el fundamentalismo”. Alienta a expertos en terrorismo (que a veces lo traicionan), deja hacer y deja pasar al narcotráfico (fuente de otros negocios), subsidia los cultos del cristianismo del miedo – de muertes y de fuego--, todo –entre otros fines--para aterrorizar a los pueblos y privarlos de valor cívico, de voluntad de lucha; de comunicaciones, de informaciones, de organizaciones. Incluso arma teatros de revolución limitada para que los gobiernos alebrestados “entren en razón”.
Un peligro manifiesto amenaza a México: la inmensa “muralla de la ignominia”, construida a altos costos a lo largo de más de cuatro mil kilómetros de Frontera política entre México y Estados Unidos. La “muralla de la ignominia” es el más claro signo de los malos augurios que “del otro lado” se hacen sobre el futuro de México. La “frontera amurallada significa, hasta dónde quieren llevar al país –y con él y Colombia- a América Latina, y cómo esperan reacciones sociales de gran violencia, y éxodos de inmensas multitudes de miserables que la Frontera ayudaría a detener, como en Palestina. Quienes la levantaron bien saben que todas las políticas que con sus asociados y subordinados están aplicando en América Latina, “van a verse obligados” –sigue “la carga del hombre blanco”--, tarde o temprano, a asumir el mando militar de la inmensa región tantas veces subyugada y depredada, en la que sustituirán a presidentes más y más desprestigiados por otros que representen una “verdadera transición a la democracia”, por supuesto al estilo de Irak o de Afganistán. Si aquí y allá están totalmente equivocados en su cruel y necio triunfo no por eso dejan de ser temibles en sus empresas intervensionistas. Si varios países de América del Sur han pasado a la ofensiva, no por eso van ellos a limitarse a la defensiva, y menos cuando cuentan con fuertes aliados y subordinados como México y Colombia, en los que pueden intervenir cada vez más y con más fuerza.
Para el Imperio, México da visos crecientes de ser un “Estado Fallido”, y todo indica que en la solución de sus problemas, el gobierno de México opta cada vez más por el uso de la violencia y la violación de los derechos humanos, lo que quiere decir que para pronto también caerá en la categoría que sus padrinos y jueces aplican: la de “Estados Canallas”. Semejantes “conclusiones” de “políticas” supuestamente “no buscadas”, confirman que el Imperio busca hacer de nosotros y de Nuestra América, su “Patio Trasero” y un puente más de la conquista del continente, y de la reconquista de Brasil, Venezuela, Bolivia, Cuba.
Por todas esas y otras razones el problema prioritario a vencer es el imperialismo compartido por las oligarquías criollas avasalladas, que ¡no conocen al pueblo mexicano! En las condiciones actuales, para los insumisos y la izquierda el recurso ineludible a forjar, desde las movilizaciones sociales o desde las luchas electorales, es la organización y articulación de pueblos y trabajadores, para una lucha pacífica, como el pueblo mexicano quiere, pero en la que su capacidad de defenderse aumente hasta triunfar. El triunfo se logrará si desde los colectivos hasta las vanguardias se impone una moral de lucha que fortalezca la dignidad y el coraje de los pueblos. Moral social y nacional frente a la corrupción del capital, moral de lucha frente a la intimidación del imperio. Sólo el fortalecimiento de la dignidad, de la voluntad y la lucidez en colectivos que no pretendan instrumentar a los demás permitirá defender los intereses de la nación y de los trabajadores. Respetuosos de las políticas en que los colectivos difieran, y a partir de sus distintas posiciones de lucha lograrán la unidad y la fuerza. Pero ésta sólo se preservará para consolidar el triunfo si los pobres de la tierra y quienes están con ellos se organizan en formas autónomas, como hermanos y compañeros a los que se respeta en su dignidad y en sus decisiones emancipadoras.
Si la izquierda quiere encontrar su camino tiene que respetar a los pobres de la tierra. Está obligada a adquirir un compromiso a la vez moral y político y comprobar que cumple en cada uno de sus pasos. No esa hora de recriminaciones, sino de convocatoria a una nación como la mexicana donde la inmensa mayoría de la población es de ciudadanos pobres. Es un llamado a respetar y apoyar otros movimientos emancipadores como el de Cuba, Venezuela, Ecuador, Brasil, Paraguay que tienen el camino abierto para profundizar y extender el poder de sus pueblos cada vez más organizados, educados, informados y creadores. Que el camino no esté asegurado nos induce a fortalecernos con los caminantes organizados en múltiples redes y crecientes vanguardias.
La lucha emancipadora entrañará una fuerza capaz de re-nacionalizar, capaz de des-privatizar a una nación y a una sociedad saqueadas y oprimidas por el más despiadado proceso de acumulación primitiva, de macro-robos legalizados e ilegítimos.
En la nueva historia participarán pueblos y trabajadores experimentados y entrenados en luchas anteriores por la Patria, la Paz y la Humanidad, por “El socialismo” que será el del siglo XXI e irá más allá del socialismo parlamentario y del socialismo burocrático.
En la nueva historia participarán los militares patriotas y democráticos que tantos precursores tienen en México desde Allende y Aldama, desde Juan de la Barrera y los jóvenes héroes de Chapultepec, desde el General Zaragoza, desde el general Ángeles, desde el general Lázaro Cárdenas: todos irán más allá del nacionalismo revolucionario que se aburguesó y liquidó.
En la nueva historia participarán los cristianos que han vivido la “reconversión” y que irán más allá del paternalismo y de la caridad que no resuelven los problemas de los pobres, que antes humillan su dignidad y hasta los llevan a practicar una humildad enajenada.
En la nueva historia participarán los herederos de Hidalgo y de Bolívar, de Juárez y de Martí, de Flores Magón y de Zapata.
La lucha emancipadora entrañará un nuevo pacto social que vaya más allá del estado benefactor, populista, o burocrático-socialista, hacia una democracia en que las avanzadas recuperen, con el país, el proyecto de la emancipación humana.
En la creación histórica necesaria y posible será válido para todos, y no sólo para los nuevos zapatistas, el grito de “Libertad, Justicia, Democracia.”
Tejer en formas concretas la unidad de los pobres de la tierra y de quienes estén con ellos, y organizar redes de colectivos que incluyan a los excluidos y explotados, definirá nuestra posición en la creación de un mundo capaz de sobrevivir y de dar un paso inmenso en la lucha por la emancipación humana.
Es necesario comprender que pronto va a sonar el otro grito de la Independencia. Los pueblos y los trabajadores organizados, informados y conscientes, abrirán el camino de la victoria. ¡Viva México! ¡Viva la vida! ¡Viva la jornada que nos espera!